Soy de los que creen –y no pediré perdón por la osadía– que Arafat ha sido la peor opción del pueblo palestino, durante décadas, y ha sido precisamente su turbia, corrupta y violenta sombra la que ha desembocado en la terrible opción de Hamas.
A cinco años de la muerte de Arafat, se suceden las retrospectivas. Nada extraño, no en vano hablamos de una figura clave del siglo XX. La cuestión no está, pues, en hablar de Arafat, sino en el pensamiento único que se proyecta en la práctica totalidad de medios, cuando se habla de esta figura. Más que informaciones periodísticas, lo que se produce es una especie de hagiografía cósmica, una vida de héroe santificado, eternamente resistente, comprometido con su pueblo y casi mártir. Y digo lo de casi, porque como Arafat no puede morir como cualquiera, no fuera caso que pareciera mortal, ahora abundan las teorías de la conspiración que aseguran que habría sido asesinado por agentes (of course) israelíes. Siempre hay un plus de distorsión, en la eterna distorsión informativa que sufre el endémico conflicto árabe-israelí. Por supuesto, después de décadas de seguir este espinoso tema, ya no me sorprendo de nada, pero aún me maravilla la pérdida de sentido crítico y la derrota que sufre la inteligencia, cuando se da de bruces con el tema palestino. Y no porque haya una posición masivamente favorable a la causa palestina, sino porque ello no lleva nunca pareja una comprensión del problema israelí, y nunca comporta una mirada crítica sobre las graves irresponsabilidades –haberlas, también haylas– del relato palestino. El caso Arafat es emblemático. Durante décadas fue elevado a la categoría de icono salvador, sustituto eficaz del marchitado Che Guevara que había decorado las habitaciones adolescentes de todos nosotros. El mundo, y especialmente la izquierda, volvía a tener héroes y causas. Y así, durante su eterno mandato, nunca hubo crónicas balanceadas, ni radiografías críticas que explicaran su ingente fortuna, o la corrupción estructural de su poder absoluto, o su gusto por la violencia, o su conocido despotismo. A pesar de ser el hombre que más veces engañó a la comunidad internacional (lean a Clinton), y que destruyó la gran oportunidad de Camp David ("no quiero ser un mártir", dijo pensando en el asesinato de Sadat, cuando firmó la paz con Israel), siempre apareció coronado por el aura de la resistencia, impoluto de culpa. Soy de los que creen –y no pediré perdón por la osadía– que Arafat ha sido la peor opción del pueblo palestino, durante décadas, y ha sido precisamente su turbia, corrupta y violenta sombra la que ha desembocado en la terrible opción de Hamas. Es decir, en un callejón sin salida.
Por supuesto, se vive más feliz haciendo hagiografías del rais y echando todas las culpas a Israel. Al fin y al cabo, simplificar el conflicto hasta el delirio, proyectar una imagen maniquea y machacar a Israel sale gratis total. Lo contrario siempre trae consecuencias. Pero no es la verdad. Lo cual importa ciertamente poco, en un conflicto cuya información se basa, sistemáticamente, en la propaganda.
Pilar Rahola
La Vanguardia. Barcelona.
13/11/2009
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