Antonio Escohotado escribió el libro que yo hubiera querido escribir, o mejor, el libro con los temas que me atraen y sobre los que me hubiera gustado leer lo suficiente como para armarme un cuadro sintético. El lo ha hecho, en un esfuerzo que le llevó diez años de lecturas. Algo que un diletante como yo jamás haría.
Los temas que me atraen, como enorme incógnita son principalmente
- Como nació y se sostuvo la idea de individuo, de libertad, en un mundo aplastado por los absolutismos históricos (Egipto, Persia y más tarde, Roma)
- Que papel tuvo en ese nacimiento la tradición judía , la Torá
- Cómo surgió la idea griega de democracia
- Como surgieron las ideas milenaristas, redencionistas, comunistas
- Como resurgió , desde la incomunicación y la pobreza feudal, el comercio, la ciudad, la monetización, los bancos florentinos, la Hansa, Flandes, Inglaterra
- Que papel tuvieron los judíos en ese renacer del comercio y la vida urbana
- Como nació tradición liberal en lo político y en lo económico
- Cómo interpretar la Revolución Francesa, como el primer acto de un mundo nuevo de libertad, o como el primer capitulo de una propuesta totalitaria consumada en el siglo XX
Y miles de temas conexos, pero en esa cadena de problemáticas. No soy historiador, simple lector de libros que narran hechos históricos. La obra de Escohotado me abrió un conocimiento de autores clave que fueron narrando y haciendo la historia intelectual de los últimos dos mil años. Además de los conocidos, los Padres de la Iglesia (Crisóstomo, San Jerónimo) , Occam, Santo Tomás, los escolásticos españoles, los grandes humanistas como Piero de la Mirándola, los preliberales como Pierre de Mandeville, los economistas como Cantillon, además de los más conocidos filósofos como Hume, Locke, Montesquieu.
La locura de los anacoretas, la movilización milenarista desde la Primera Cruzada hasta los desmanes de los Anabaptistas, las revueltas agrarias, el comunismo básico de los monjes, las herejías cátaras, el “pobrismo” como pensamiento subyacente de la Iglesia medieval hasta llegar a la gran eclosión ideológica de la Revolución Francesa, posiblemente el punto de partida de la ingeniería social moderna, la realización de la Utopía anticomercial e igualitarista.
Todos eso se palpita en “Los enemigos del comercio”, y dan ganas de acceder a los cien libros que cuentan cada una de esas locuras: violencia, fanatismo, poder, redentorismo, utopías que llevan al martirio de multitudes.
Lo más dramatico y mejor documentado es sin dudas, la Revolución Frances. No puedo dejar de trascribir aquí algunos párrafos de Escohotado:
La Revolución permite seguir con gran lujo de detalle cómo un llamamiento a la libertad, la igualdad y la fraternidad desemboca en grados crecientes de tiranía, discriminación y fratricidio. Sus protagonistas, que experimentan esa coincidencia como una desdicha imprevisible, tienen en común con sus compañeros de viaje y con el pueblo en general ser excepcionalmente capaces para disociar forma y contenido, apariencia y sustrato, giro semántico y simple dato. Ya desde el Gran Miedo, que irrumpe en el verano de 1789, empieza a ser posible que la noche se llame día o a la inversa, presentándose como atemorizado quien atemoriza. Siglos de tiranía consentida maduran en actos de defensa que se adelantan por sistema al ataque, con el complot del pan como representación perfecta para borrar la frontera entre agresor y agredido.
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Derogar las arbitrarias órdenes de arresto (lettres de cachet) de la Corona desemboca finalmente en un estado de excepción indefinido, donde energías descomunales se concentran en perseguir desviaciones ideológicas, siendo perentorio todo salvo derogar la inseguridad jurídica. Planteada la libertad en términos roussonianos, como algo que para no incurrir en libertinaje debe brotar de una previa fusión mental, lo prioritario es una secuencia de purgas. Como aclara P.G. Chaumette, alias Anaxágoras, presidente y luego fiscal de la Comuna Insurrecta, el homenaje debido a la diosa Liberté es precisamente holocauste7.
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Pueblo sería sinónimo de una clase anti-clase, iluminada por la infalible guía del acto masivo espontáneo, y los tribunos habrían sido burgueses que superaron sus condicionantes de clase para ponerse al servicio del «adversario objetivo». Anticipar al proletariado revolucionario consciente de sí les permitió descubrir los métodos, reacciones, giros semánticos y símbolos eficaces para montar en el futuro todos los golpes de Estado comunistas.
Pero que el Terror sea la antesala del igualitarismo moderno no justifica presentarlo como una empresa democrática, que sólo interrumpió las garantías civiles para defenderse de burgueses y aristócratas minoritarios. Esa tesis prolonga la cadena de equívocos que arranca de aislar política romántica y pobrismo victimista, dos actitudes que los tribunos galos combinan con perfecta fluidez. Al universo grandilocuente tradicional el romanticismo (romantisme) añade el «fanatismo lúgubre del absorbido por cementerios»22, cuyo núcleo es la sublimidad de aspirar a la paz y obstinarse en la guerra. Ser subjetivamente tal cosa y objetivamente la otra se entrelaza con el ataque vestido de defensa, la clemencia asimilada a parricidio, la felicidad retroprogresiva y, en general, el llamamiento a la arrogancia y el odio.
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La libertad negativa descansa sobre las condiciones procesales de la ley democrática27, que es a su vez el principal estorbo para las iniciativas siempre urgentísimas de quienes representan a la libertad en sentido positivo, como redención colectiva. El antes citado Chaumette, uno de los communards más influyentes, aclara entonces que «ha llegado la guerra abierta de los ricos contra los pobres; quieren aplastarnos, hay que adelantarse»28. La prisa refuerza el giro semántico, y cambiar un par de palabras nos traslada de París a Moscú ciento treinta años después, cuando su equivalente en la cadena de mando sentencia:
«La coacción proletaria, en todas sus formas, desde las ejecuciones a los trabajos forzados, es —por paradójico que suene— el método para modelar la sociedad comunista a partir del material humano del periodo capitalista»29.
El absolutismo soviético y el romanticismo revolucionario no sólo coinciden en rechazar la libertad como independencia. Se adhieren además al summum imperium preliberal, que en manos de A honra al pueblo y en manos de B le deshonra. El poder político será bueno o malo, legítimo o ilegítimo, no una función graduable desde la irresponsabilidad vitalicia a la destitución si viola cualquier norma o sencillamente pierde un voto de censura. Roux, por ejemplo, profesa a Luis XVI un «odio infinito», y acto seguido se enorgullece del «gran esplendor que presta a un pueblo lo majestuoso del poder soberano»30. Su corazón aspira un gobierno con facultades ilimitadas —como pide la Comuna Insurrecta desde el principio—, y no le inquieta que en la práctica esas facultades recaigan por fuerza sobre tal o cual persona.
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Desde los husitas radicales a Müntzer y el resto de los Profetas renacentistas, nadie había logrado acercarse tanto a la depuración apocalíptica del rico propuesta por el ebionismo de Juan, Jesús y Santiago. El hecho de ser un anticlerical furibundo no le impide conseguir que la réligion civile roussoniana se convierta durante veinte meses en un culto obligatorio, sostenido por amenazas de exterminio físico y confiscación.
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