viernes, noviembre 27, 2009

Artículo de James Neilson sobre Chávez y los judíos

Chávez y los judíos



Puesto que los gladiadores eran esclavos que con escasas excepciones murieron despedazados para diversión de los buenos ciudadanos del imperio romano, Hugo Chávez no cumplimentaba a su "hermano revolucionario" Mahmoud Ahmadinejad cuando lo calificó de "gladiador antiimperialista", pero parecería que ninguno de los dos se deja preocupar por tales detalles. Ambos son cautivos de sus respectivos relatos conforme a los cuales son héroes épicos que, con valentía sobrehumana, luchan contra Estados Unidos e Israel, es decir, contra la superpotencia reinante y un país minúsculo, de apenas siete millones de habitantes, cuya característica más notable para el resto del mundo consiste en que está dominado por judíos.

Para muchísimas personas, demasiadas, el que Israel sea el único Estado judío sería motivo suficiente como para odiarlo, pero lo que hace su presencia aún más molesta es que, conforme a todos los índices disponibles, es un país extraordinariamente exitoso. A pesar de estar rodeado de enemigos que no ocultan su voluntad de destruirlo, masacrando indiscriminadamente a sus habitantes judíos, de tener que gastar mucho dinero y esfuerzo para defenderse y de carecer casi por completo de recursos materiales, es un país próspero, con un producto per cápita tres veces mayor que el argentino. Por lo demás, es una democracia en que los árabes disfrutan de más derechos que en cualquier país gobernado por sus congéneres y, claro está, es más poderoso en términos militares que todos sus vecinos; de lo contrario, lo hubieran aniquilado hace tiempo.

Que quieran poner fin a la existencia de Israel musulmanes convencidos de que, una vez conquistado un pedazo de tierra por los soldados de la fe, ha de permanecer en su poder para siempre jamás, puede considerarse lógico. También tiene cierta lógica la ira que sienten cuando comparan lo hecho por un puñado de judíos con la condición lamentable en que se encuentran todos los países que comparten su credo salvo, quizás, algunos emiratos petroleros. Y es comprensible que gente orgullosa de las hazañas bélicas de sus antecesores se sienta humillada por la superioridad evidente en tal ámbito de una minoría que se acostumbraba a despreciar por su pasividad.

En cambio, no es tan fácil entender la hostilidad rencorosa hacia Israel de buena parte de la izquierda occidental, además de la derecha tradicionalmente antisemita. Para defenderse, algunos enemigos izquierdistas de Israel insisten en que hay una diferencia enorme entre al antisionismo por un lado y el antisemitismo (o, para aquellos que recuerdan que el árabe es una lengua semítica estrechamente relacionada con el hebreo, el antijudaísmo) por el otro, pero sus protestas serían más persuasivas si manifestaran la misma solidaridad apasionada hacia los chechenos, los negros de Darfur y millones de otros que dicen sentir hacia los árabes palestinos, los que, de todos modos, han sufrido decididamente más a manos de sus propios correligionarios que a las de los israelíes.

Según algunos, la actitud de tantos izquierdistas progresistas debería atribuirse a "la culpa poscolonial" que se ha diseminado por Europa y América del Norte, a la voluntad de creer que sus antepasados eran los criminales más viles de toda la historia de nuestra especie y que le corresponde a la generación actual arrodillarse y pedir perdón. Otro motivo de la hostilidad hacia Israel y del resurgimiento del antisemitismo consistirá en la sensación de que tarde o temprano habrá un nuevo holocausto y que por razones psicológicas sería mejor prepararse alejándose anímicamente de quienes podrían ser sus víctimas. Se trataría de una variante, en escala mundial, del mecanismo que aquí se resumía en las palabras "por algo será", o que en cierta manera los asesinados merecieron morir.

El antisemitismo tiene una explicación sencilla: la envidia. Durante siglos, la minoría judía ha sido a un tiempo la más perseguida y la más exitosa. Su creatividad fue asombrosa; de no haber sido por sus aportes, el mundo sería un lugar muy distinto. Siempre fue así: tanto el cristianismo como el marxismo se deben a judíos. Su contribución a la ciencia y la tecnología sigue siendo decisiva. Fue la inmigración masiva de judíos mayormente alemanes hace más de sesenta años que hizo de Estados Unidos el líder mundial en investigación que todavía es, aunque en los sectores más avanzados de la alta tecnología, en especial la vinculada con la informática, Israel se ha erigido en un rival significante. Para los norteamericanos, se trata de una realidad problemática: si el presidente Barack Obama sigue intentando congraciarse con el mundo musulmán ensañándose con Israel, éste podría aliarse con Rusia o la India para desarrollar tecnología militar superior a la del Pentágono.

Puede que en el fondo Chávez esté motivado tanto por el antisemitismo como por el odio visceral que siente hacia Estados Unidos. Sería natural. Es caudillo de un país cuya población depende por completo de un solo recurso, el petróleo. Su mentalidad es parasitaria. Cree tener el derecho moral a disfrutar de un ingreso fabuloso sin que le sea necesario esforzarse para merecerlo. Desde el punto de vista de personajes como él y sus muchos admiradores, la economía es un juego de suma cero en el que la pobreza de la mayoría es automáticamente consecuencia del éxito de algunos, de suerte que le parecerá evidente que los judíos deben sus logros a su falta de escrúpulos éticos.

Por su existencia misma, Israel invalida las teorías primitivas de gente como Chávez. No tiene petróleo, le escasean tierras fértiles. A diferencia de sus vecinos, no recibe miles de millones de dólares de ayuda caritativa. Depende por completo de la inteligencia, la creatividad, la tenacidad y la laboriosidad de sus habitantes. Su productividad científica es mayor que la de toda América Latina y la del "mundo musulmán", por un margen ridículo. El capital humano valiosísimo que se caracteriza por tales cualidades le ha permitido triunfar en circunstancias que debieron haberle resultado insuperables según las pautas favorecidas por populistas, que suponen que todo es cuestión de "redistribuir" en nombre de la "justicia social". No sorprende, pues, que Israel sea el judío entre las naciones y que no sólo islamistas ofendidos por su superioridad indiscutible, sino también muchos occidentales que se creen progresistas, cuando no "revolucionarios", esperen que pronto llegue la hora de que pague un precio muy pero muy alto por haberse destacado de forma tan insolente.



JAMES NEILSON

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