En el primer año de la Revolución el apoyo popular era casi total. Entonces, tenía yo diez años y recuerdo el júbilo de los primeros días. Había terminado la dictadura, el tirano había huido; todo era esperanza. En ese mismo año de 1959 se promulgó la Ley de Reforma Agraria (que terminó siendo la primera, pues luego vendría una segunda ley) y el apoyo caso unánime continúo. Aquel pasó a ser el tema del momento en los medios y en el pueblo. La tierra iba a ser para el campesino. Por fin aquella gran aspiración de la nación cubana se iba a cumplir y el entusiasmo no decrecía.
Recuerdo que en mi pueblo, San Luis en Pinar del Río, la plaza que se forma entre la iglesia y el parque se llenó de arados, trilladoras y otros implementos agrícolas y algún tractor. Eran donaciones espontáneas de comerciantes y otras personas pudientes. Ya bien avanzado el año 59, comencé a escuchar las primeras voces de duda, muy tímidas al principio. Algún amigo de la familia se paraba a conversar y las discusiones de aquel momento eran más o menos en estos términos:
- Oye, cómo tú vas a decir eso. ¿Cómo va a ser comunista Fidel Castro? ¿A quién se le ocurre eso si ese muchacho es hijo de una familia rica, educado por los curas y abogado?
- Oye, mira que están poniendo a los comunistas en los puestos claves, decía el escéptico.
- Pero si él mismo ha dicho que no lo es, replicaba el otro.
Ya para el año siguiente todos sabían que el “escéptico” tenía la razón y que el pueblo había sido engañado. Pero hasta ahí, casi todos habían mirado con simpatía la Revolución: la iglesia católica, los norteamericanos, los ricos y la prensa toda. Incluso ya se habían producido un buen número de fusilamientos espurios y si bien fueron denunciados fuera de Cuba, de una forma u otra el pueblo los había justificado. En el país, el criterio de la mayoría era que hacía falta una Revolución. El más importante motivo de disgusto entre la población era que los gobernantes y otros políticos se enriquecían con el dinero del erario público.
Con el apoyo inicial que tuvo la Revolución, si hubiera seguido el curso prometido de reinstaurar la democracia y eliminar la gran corrupción gubernamental, Cuba se hubiera podido convertir en un país muy próspero y –más importante aún– de una gran riqueza moral y humana que hubiera podido servir de ejemplo a todas las naciones hermanas de Iberoamérica. Todo esto bajo un gobierno legítimamente constituido por Fidel Castro, que de todas formas habría sido la gran figura nacional y habría gobernado casi sin oposición y sin tener que reprimir a nadie. Pero la Revolución de 1959 nació sobre esa gran mentira que lo empañó todo.
Mirando lo ocurrido desde la comodidad de la retrospectiva, creo que todas las malas decisiones de aquellos primeros años estuvieron signadas por ese pecado original. Desde el mismo momentos de los fusilamientos de los batistianos, que empezaron desde el primer día. No dudo que entre los fusilados haya habido asesinos y torturadores, pero por qué no concederles la oportunidad de un juicio justo (peores, sin dudas, habían sido los nazis en la Segunda Guerra Mundial y los juicios de Nüremberg estaban muy frescos en la memoria colectiva. Algunos de aquellos jerarcas nazis salieron incluso absueltos, otros condenados a prisión y otros más a la pena de muerte) máxime siendo abogado el líder de la triunfante Revolución. ¿Cómo no les concedió a sus antiguos enemigos un verdadero juicio? Incluso ante una corte internacional. ¡Qué ejemplo habría sido un proceso como ese para nuestro pueblo! ¡Cuánto habríamos ganado en civilidad! ¡Cuánto habría prestigiado a una Revolución que se declaraba humanista y cuya generosidad había sido proclamada desde la tribuna! ¡Cuántas figuras de lo mejor de la humanidad habrían salido en apoyo a tal decisión!
Sin embargo, pesó más en la mente de aquellos líderes jóvenes la opción de matar, estimo que para ir radicalizando la Revolución y además para ir sembrando el terror y eliminando posibles enemigos futuros. Incluso aquellas medidas iniciales que beneficiaron a amplios sectores, estuvieron marcadas por la prisa. Fidel Castro fue muy habilidoso en tomar medidas de amplio apoyo popular, mientras abarcaba estratégicas parcelas de poder y desplegaba una retórica inflamatoria.
Opino que todo pudo haberse hecho mejor, con más sosiego. Haber beneficiado a los más humildes de todas formas, pero sin enemistarse con nadie. Un acierto fue la campaña de alfabetización ¿quién se va a oponer a que se alfabeticen a los iletrados? Pero ¿para qué había que ponerle a esa tarea el plazo de un año ni llevar a adolescentes alejados de sus familias a lugares que ya en 1961eran de peligro? Lo mismo pudo haberse logrado con mucha más calma y racionalidad. Claro que así se hubiera perdido un tanto el efecto propagandístico.
La traición llegó hasta la misma reforma agraria. Después de ésta, se promulgó una segunda ley que cambió el carácter de la primera. Ya los campesinos no iban a ser dueños de a tierra, sino asalariados de inmensa granjas estatales. El latifundio había cambiado de dueño. Años más tarde, siendo yo estudiante universitario (era obligatorio cursar y aprobar la asignatura de Marxismo-Leninismo) recuerdo que un día una profesora nos explicó la razón de aquel cambio. Como se trataba de una profesora de marxismo, que en aquellos tiempos era como decir el juicio inapelable de la sabiduría, asumo que esta sería la explicación oficial y no ninguna otra anterior. Ella nos dijo que entregarle la tierra a un campesino era convertirlo en un enemigo de clase. A mi mente vino un hombre de campo sin tierra, convertido en próspero campesino, haciendo producir una finca de su propiedad, con una buena casa y un auto. Pero ese sueño era convertir al pobre en un burgués, en un enemigo ideológico, en un “enemigo del pueblo”.
En resumen, que con el triunfo revolucionario Fidel Castro tuvo en sus manos la oportunidad dorada de haber conducido a este pueblo por el camino de la paz y la democracia. Hacia una gran prosperidad bien repartida y una civilidad armoniosa, para que se hiciera realidad la fórmula martiana “CON TODOS Y PARA EL BIEN DE TODOS”. Prefirió en cambio irse por la ruta del enfrentamiento y el comunismo, una ideología ajena a nuestra historia y a nuestro entorno y esencialmente violatoria de los derechos humanos. Esta jugada le permitió gobernar con un poder totalitario. ¿Cuál ha sido el resultado? Aquella economía próspera terminó convertida en un país en ruinas, un pueblo muy unido como el cubano está hoy más dividido que nunca, no sólo por cuestión de opiniones sino también separado geográficamente y dispersas las esperanzas de los jóvenes.
Pudo haber sido un gran libertador y eligió convertirse en el mandamás de una tiranía de cincuenta años. Nada, que se cumplió para nosotros lo que ya sabían los antiguos romanos: cuando lo mejor se corrompe, resulta lo peor (CORRUPTIO OMNIMI, PESSIMA)
Adolfo Fernández Sainz, prisionero de conciencia, prisión de Canaleta, Ciego de Ávila,
(El autor cumple 61 años hoy 30 de noviembre)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario