09 diciembre 2009
Manifiesto contra los nacionalismos
Por Esteban Lijalad
Estamos asistiendo, por primera vez en la historia, al desgajamiento de las naciones. Internet crea un ámbito virtual que agrupa a los individuos por afinidades, no por simple contigüidad espacial. En el pasado la ciudad, el vecindario, la aldea definía el marco en el que desarrollábamos nuestra vida. Nuestra máxima referencia era el campanario de la iglesia y el palacio municipal, sedes de los dos únicos poderes conocidos, el terrenal y el celestial.
Hoy nuestro horizonte nos ha alejado del campanario y nos enfoca hacia el mundo, hacia nuestra comunidad de intereses en la Web: una comunidad que incluye a gentes de cien países distintos, que viven en campos o ciudades: no importa su contexto geográfico sino su propuesta humana, simplemente humana.
Como bien lo saben las dictaduras, Internet socava el Poder nacional, en Corea del Norte o en Cuba, en Irán o en Venezuela. El acceso interactivo a la información (no solo la generada por el sistema de Medios – otra antigüedad a punto de sucumbir- sino en el contacto directo con los protagonistas de la realidad) es la clave de esta Revolución. Por ejemplo, hoy se entienden mejor las crisis hondureñas o iraníes leyendo los blogs de sus ciudadanos comunes que accediendo a la CNN.
Internet permite además el intercambio de bienes y servicios, la consulta de precios y calidades, la compra y la venta, la asociación con otros, la investigación, la bajada libre o “pirateada” de música, películas, software, juegos, etc. A la manera de una Utopía, la Web nos da todo eso y no nos pide nada a cambio: ni tarifas ni impuestos, ni diezmos.
Accedemos a la Biblioteca Universal o al sitio de compra-venta con un clic y ni siquiera nos piden nuestro nombre. Por ello surge la pregunta: ¿para qué sirven las naciones, los Estados, las Patrias en esta era de globalización sustentada sobre la súper Red? En un mundo físico, la Nación es la corporización de un poder territorial que puede ser tan estrecho como la Ciudad y su entorno o un Mega imperio como el romano. Un Territorio, una Ley, un Poder, una Cultura. Muchas veces, aunque no necesariamente, una Religión, un Lenguaje.
En todo caso, la Nación-Estado es una fortaleza que se levanta frente a los otros (los bárbaros, los salvajes, los extraños) con propósitos defensivos, de afirmación de poder propio. Entonces, en general, existe un elemento constitutivo (que algunos llaman Ser Nacional) que es la amalgama de tradiciones políticas, espirituales, lingüísticas, jurídicas, artísticas y un elemento contingente, que es la amenaza latente del extranjero. La Nación-Estado es, por lo tanto el doble movimiento de organizar y homogeneizar el espacio propio y el de oponerlo a la amenaza externa.
Al principio predomina el primer elemento y la nación se dedica a aplanar las diferencias, a imponer un lenguaje o una religión únicos, a impedir el surgimiento de regiones internas, a agudizar por lo tanto el centralismo, el exclusivismo, el Nacionalismo. El Estado Nacionalista.
En otro momento- una vez impuesta la homogeneización interna- se avanza de la Defensiva hacia la Ofensiva, en el intento de obtener vasallajes de los pueblos extranjeros. Es la etapa Imperialista de las naciones.
La diversidad, la variedad religiosa, lingüística, estética, literaria son vistas, en el Estado Nacionalista, como amenazas tan graves como una invasión extranjera. Por eso es que la expansión de la uniformidad cultural de la Nación asume formas dictatoriales: se prohíben lenguas, cultos, costumbres, se ahoga la economía de provincias enteras, se coopta a su elites, se rusifica el Turkmenistán, se chinoiza el Tíbet, se arabiza Darfur, se hispaniza y catoliza la América, se altiplaniza el llano boliviano, se norteamericaniza el oeste y el sur hispánicos…
En otras ocasiones la Nación se asume como portadora de una idea de progreso. La Francia revolucionaria y la América inglesa – sobre toda esta última- fueron experimentos políticos que desafiaban el absolutismo y proponían otra forma de gobierno, basada en la división de poderes, la imposibilidad de las reelección indefinida, basada en una Declaración explícita de derechos del ciudadano. Esas naciones- a las que la Argentina de 1853-1930 perteneció- aparecían como símbolos de redención y progreso, de paz y trabajo. Y atraerían así a millones de europeos a sus costas para gozar esos frutos.
A veces la Nación es la forma que adquiere la resistencia al extranjero, con un fuerte componente religioso: la Grecia cristiana de 1820, opuesta al Imperio Otomano islámico; la Polonia católica resistiendo los intentos de la Rusia Ortodoxa o la Alemania Reformada; la Irlanda católica resistiendo a la Inglaterra anglicana; la Croacia católica frente a la Serbia ortodoxa; etc.
En esos casos Nación y Religión se entremezclan y confunden.
El Nacionalismo manipula los sentimientos, confundiendo infancia con Patria.
Mi Patria es mi barrio de Belgrano, 1950 a 1970: sus árboles majestuosos, sus calles de adoquín, las casonas, las viejas historias del barrio, su Museo Sarmiento - sede de Gobierno en 1880- , la Iglesia Redonda, las calles tranquilas de Belgrano R, las Barrancas. Y mi Patria es Montevideo donde vivimos varios meses, durante la epidemia de Polio del 56 o Piriápolis o Punta del Este, o Colonia. Mi Patria, decididamente no es Jujuy o Tierra del Fuego. Mi Patria no tiene nada que ver con una frontera física, con una soberanía.
Mi Patria son los libros y la música y las películas que me impregnaron de experiencia humana desde que tengo uso de razón. La nostalgia de la infancia es manipulada por los nacionalismos cuando te dicen “no hay patria como tu patria” “somos los mejores del mundo” “ nuestra bandera es la más linda”. A uno se le conmueve el corazón, recuerda los domingos con los abuelos, los juegos con los amigos y corre a Plaza de Mayo a aclamar a Galtieri quien acaba de darle una buena patada a los ingleses…
Y el lenguaje, absurdo: “para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino”¿habrá frase más torpe y pobre, y tan reivindicada como sabia, por que la emitió el mismo que había dicho que “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista” (por ejemplo, López Rega y Mario Firmenich abrazándose alborozados). De esa estupidez venimos.
Bien.
¿Existen hoy esas demandas, esa necesidad de homogeneizar, unificar, achatar, unificar la cultura, el lenguaje, la religión , las costumbres? ¿existe hoy la necesidad de erigir naciones como símbolo de progreso y libertad?¿es necesario hoy la nación que resiste al imperio dominador y se reivindica como católica o islámica, o negra, o judía, o vasca? ¿No son rémoras, registros fósiles del pasado esas reivindicaciones? ¿Respetables, pero anacrónicos?
La soberanía es hoy el último refugio de los tiranos, desde Castro hasta Ahmadinejad. Lo que piden los iraníes es libre acceso a Internet, al igual que los blogueros cubanos. Es en ese NO-territorio físico, en ese ámbito virtual, NO-obligatorio, sin impuestos ni Estado donde el futuro toma forma, porque hasta allí no llega el Poder territorial de los dictadores. No llegan allí las Naciones. Internet es una forma de libertad que se ejerce más allá de fronteras y bloqueos, un anticipo de un mundo global, en que los intercambios libres se pacten en la Red, sin el escrutinio de los Estados ávidos de impuestos. Es, posiblemente, el mayor desafío que enfrenta la reaccionaria idea de la Nación, de la Patria, de los Estados Nacionales, de los nacionalismos de aldea. Y quizás alcancemos a verlo realizado.
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