Leer a Mircea Eliade es incorporarse a una dimensión esencial- e invisible- de la experiencia humana. Su escritura bella y profunda describe realidades complejas, olvidadas, ocultas.
El eje del “El mito del eterno retorno” es el problema del sufrimiento. ¿Cómo hacían los primitivos para lidiar con el dolor?
La solución es la negación del tiempo. No existen los acontecimientos. Solo es humana la experiencia asociada al Ciclo: nacimiento, vida , muerte, resurrección. Todo lo que importa sucedió ya, no hay novedad, solo reiteración infinita que nos aleja del miedo a la muerte. Porque a la muerte le sigue la resurrección.
El dolor- la peste, el terremoto, la guerra- son solo “errores”, algo se ha hecho mal- un juramento, un rito, la violación de un tabú- y el cosmos cesa por un instante dando lugar al dolor. De esta manera, “explicando” el dolor por una violación de la norma- éste adquiere sentido y renace la esperanza (no violaré en el futuro la norma, y entonces no ocurrirá nada doloroso)
El judaísmo quiebra esta lógica cíclica, ahistórica y el fácil expediente de pretender explicar el dolor por el error.
Inaugura la Historia: Moises recibió de Jehová en lugar y fecha precisas la Tablas de la Ley: la historia tiene un comienzo. Al asumir el peso de la historia , el judío adquiere un compromiso demasiado fuerte: ya no cabe la tranquilizadora sucesión de nacimientos y muertes: Hubo UN solo nacimiento de la Ley y cada muerte es un misterio que debe confrontarse con Dios. Los acontecimientos se deben explicar en relación a Jehová, el cual interviene en la vida diaria, castigando la vuelta a los dioses agrarios primitivos y alentando la fe, como sentimiento personal e intransferible.
Esta lucha permanente con Jehová no es fácilmente soportada y durante siglos los judíos cayeron en la tentación de volver al politeísmo. La lucha argumental de los profetas que condenan estas ”recaídas” en lo primitivo y tranquilizador forman el material y la tensión de la Escritura.
La costumbre, la noción del eterno ciclo como fuerza esperanzadora y la justificación del dolor por los errores rituales cometidos se reemplazan en el judaísmo por la fe personal, la noción de la irreversibilidad de la Historia y la confrontación permanente con Jehová para explicarse los acontecimientos de esa Historia.
Por último, el mesianismo, la creencia de la llegada de un Mesías que instaurará la felicidad eterna y terminará con la angustia de la historia pertenece a una concepción abierta del fin de la historia. Nadie sabe cuando advendrá finalmente esa felicidad eterna de la manos del Mesías.
Obviamente todas las utopías y socialismos se derivan de la idea mesiánica. En la medida que se adviertan “señales” de la inminencia de la llegada del Mesías, mesiánicos y milenaristas, se pondrán en marcha para encabezar la “revolución”, ese acto supremo en que el sufrimiento de la historia será al fin superado, y se hará verdad el Reino de Dios en la Tierra.
En algún sentido la acusación derechista hacia los judíos como inventores del socialismo no está errada. Se le olvida que el que perfeccionó esa vertiente fue, justamente, el Cristo, el Ungido, el Mesías.
Pero esa es otra discusión.
Nada de lo sucedido en Occidente se explica sin la ruptura judía del Mito del Ciclo Eterno y su reemplazo por la Historia como sucesión de acontecimientos únicos, irrepetibles e irreversibles.
Lo central de Eliade es que encuentra exactamente el punto de ruptura del judaísmo respecto de la concepción a-histórica anterior y su potencial fundante de una nueva civilización, que en combinación con la vertiente griega hará posible la modernidad occidental.
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