La Razón no es la herramienta perfecta y única que nos garantiza el progreso. Hay cosas que nadie puede entender plenamente, que escapan a la posibilidad de comprensión. No todo se puede prever y planificar. Hay un orden espontáneo, producto de mecanismos de adaptación a sociedades extensas, que aun nos cuesta entender. Nadie sabe, por ejemplo, cómo se creó el lenguaje, cómo se articularon decenas de reglas gramaticales y sintácticas, nadie redactó un diccionario. Nadie pudo crear un idioma perfecto, a partir de la luz de la razón. Nadie sabe, tampoco, cuándo y cómo se creó la moneda, por qué razón la gente hizo como que creía que una medallita de barato bronce tenía algún valor. Nadie, tampoco, de forma conciente y deliberada redactó las leyes que durante cientos de años se aplicaron de la Gran Bretaña, el common law, construido desde centenares de sentencias judiciales, constituyendo un cuerpo de jurisprudencia – sabia- que no requiere la codificación en leyes escritas. Nadie planificó las redes comerciales, la interrelación entre industriales, comerciantes, banqueros, transportistas, obreros, consumidores. Nadie dijo “hágase el mercado”, y el mercado se hizo. Nadie escribió un manifiesto capitalista, demostrando científicamente la superioridad del mercado libre por sobre el espacio feudal y mercantilista. Nadie tuvo que demostrar que el mejor precio es el que fluctúa libremente: que si es demasiado bajo, no hay ganancia y que si es demasiado alto, no hay venta.
Se cree que Adam Smith escribió el "Manifiesto Capitalista". Craso error. El escocés dijo muchas verdades y muchas falsedades. Sintetizó dos siglos de pensamiento liberal, pero inventó la reaccionaria teoría de que el valor de un bien es creado por el trabajo incorporado al mismo. Hizo falta un siglo para que el ignorado economista austríaco Carl Menger descubriera que el valor no es una característica intrínseca, material, del bien: el valor es una preferencia del consumidor, un juicio, no un componente material del producto. Las cosas valen no por el trabajo que cuesta producirlas sino por la cualidad que le adjudica el comprador.
Comenta Rubén Zorrilla a propósito de este párrafo de Marx:
“El precio medio del trabajo es una cantidad dada, puesto que el valor de la fuerza de trabajo, como el de cualquier otra mercancía, está determinado por el tiempo de trabajo necesario para su reproducción.” (Marx)
¿Cuál es el tiempo de trabajo necesario para la reproducción del trabajo necesario de Cervantes en El Quijote..., es decir, su valor? ¿Y el de Edison, Pasteur, Ford, Debussy, entre otros? Marx ve únicamente el trabajo simple, no el complejo, ni el de alta complejidad, que no tienen absolutamente nada que ver con el cómputo de la cantidad de trabajo físico. Los trabajos complejos son completamente distintos, en su naturaleza y su significado sociológico, al trabajo físico medido por la cantidad de tiempo, en lugar de la calidad del producto.
Es que Marx no ve la importancia decisiva de las ideas en todas las etapas de cualquier proceso productivo, ni la capacidad de innovar y crear, donde el tiempo es incalculable (puede ser un segundo o una vida), y sin embargo no tiene importancia sino por los logros no convencionales y los avances de lo nuevo.
Todas las argumentaciones de Marx se fundan en que el tiempo de trabajo es atomístico, cuantitativo y medible, lo que sólo es realizable (aunque inaceptable) para el trabajo simple, es decir, bruto y mecánico."
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