Las multitudes
Acabo de hablar con un colega extranjero al cual conocí telefónicamente hace alrededor de un año. Para entonces, el individuo en cuestión había conocido de la existencia de bloggers independientes en Cuba y el tema lo había interesado vivamente. Le resultaba increíble que apenas un puñado de sujetos, por iniciativa propia y a despecho de las consecuencias que suelen acarrear estos devaneos en la Isla, hubiésemos decidido ejercer el derecho a expresarnos libremente, y más aún lo intrigaba el hecho de que para ello utilizáramos como medio de soporte el espacio digital, justamente en un país donde el acceso a Internet es casi nulo. Estaba tan entusiasmado que, al parecer, supuso que aquí se había producido algún cambio, que todos teníamos amplia conectividad a la red y que los bloggers éramos el inicio de una apertura que precipitaría el camino hacia la democracia en un par de meses. Pobre tipo.
Hoy me ha llamado entre decepcionado y confundido, “He visto imágenes del desfile en La Habana y había miles y miles de personas allí. ¿Cómo es posible? ”. Me daba verdadera pena con el colega que no entendía nada. Pero él no es el único. Comprendo que no es fácil explicar a los que no viven el cotidiano cubaneo de acá que al gobierno le resulta extremadamente fácil llenar las calles con una y mil marchas como esta; para ello cuenta con su entrenada maquinaria de control en cada centro de trabajo y estudios, en cada contingente y hasta a nivel de cuadras. El temor a las consecuencias de “quedar marcado” por no asistir a un “acto de reafirmación revolucionaria”, no solo se mantiene presente en la población, sino que se acentúa en un momento crítico de la economía, cuando se vienen anunciando próximos recortes de plantillas en numerosas empresas e instituciones estatales, que traerán como consecuencia miles de desempleados (dizque “disponibles”, recuerden que en Cuba no hay “desempleo”), quienes tendrán como única opción alternativa la incorporación a la agricultura: Raúl necesita viandas para seguir revolviendo esta caldosa.
Eso, sin contar que hay una parte de la población que apoya al gobierno, que el oportunismo y hasta el masoquismo también forman parte de la cubanidad. Por cierto, un detalle de ocasión, pero muy significativo y absolutamente cierto: para esta marcha las jóvenes estudiantes de medicina fueron advertidas de que no debían desfilar con pantalones o sayas blancas bajo sus batas de médicos, so pena de considerarlo una provocación… El no seguir esta expresa orientación sería asumido como un homenaje a las Damas de Blanco y la consecuencia era la expulsión inmediata de la desobediente de la Facultad de Ciencias Médicas. Una buena prueba de la solidez de la revolución.
Y claro que la angustia de mi colega extranjero –confundido ante el entusiasmo de tanto pueblo– no se puede disipar fácilmente si no entiende la realidad de este país de mentiritas (y mentirotas), aunque le expliqué que aquí la masividad era una parte importante de la vida y hasta de la cultura. El no ha estado en Cuba siquiera una vez, así que nunca ha visto las multitudes que se aglomeran compactas en una larguísima cola cuando se escucha el nuevo grito de guerra de mi barrio: “¡llegaron las papas!”; tampoco se ha asomado a las permanentes filas de los que aguardan turno para solicitar visa a Estados Unidos en cualquier día laborable del año. El colega no es capaz de calcular cuántos cientos de miles de cubanos de la Isla han acudido y acuden masivamente en pos de la ciudadanía española y cuántos cientos de miles más esperan que se abra cualquier embajada –lo mismo da Camerún que Canadá o Italia– para emprender la más ansiada de las marchas: la que los aleje definitivamente de Cuba. Y para poner otro par de ejemplos, ¿alguien que las vio ha podido olvidar las multitudes de pueblo en la embajada de Perú y la estampida por Mariel, en aquella alucinante primavera de 1980, o los miles de embarcaciones rústicas que sin ser convocadas por nadie se lanzaron al mar repletas de cubanos en el verano de 1994?
En efecto, la marcha del Primero de Mayo fue masiva en Cuba. No tan grande ni tan compacta como la multitud que permaneció durante horas bajo el sol durante el concierto de Juanes el pasado 20 de septiembre, ni siquiera como las que se veían unos 15 ó 20 años atrás, o como la de la misma celebración en Berlín Oriental en 1989, pocos días antes del derribo (que no “caída”) del abominable muro que vio morir a tantos alemanes. Pero sí que fueron muchos los marchantes de este domingo en La Habana. Así pues, Raúl debe estar muy, pero que muy contento: ahora solo tendría que asignar un surco a cada uno de esos “fieles” que agitaron patrioteramente sus banderitas mientras caminaban esforzados y sudorosos frente a la tribuna el pasado domingo; el enguayaberado presidente verá entonces multiplicarse la producción agrícola, motivo principal de sus desvelos y quebrantos.
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