>El Nuremberg del comunismo
Por Guy Surman
Le Monde - Analítica
Un acontecimiento considerable se produjo, en Phnom Penh, el 26 de julio. Un tal “Douch” fue condenado a treinta y cinco años de prisión por haber dirigido, de 1975 a 1979. El centro de tortura de la capital: algunas 12.000 víctimas. Douch fue pues uno de los engranajes de la máquina de exterminio de los Khmers rojos.
Contrariamente al tribunal de Nuremberg que, en 1945, juzgó a los dignatarios nazis, de Tokio, en 1946, contra los fascistas japoneses, o de La Haya contra los crímenes de Yugoslavia, el proceso de Phnom Penh no es administrado por potencias victoriosas: opera en el seno de la justicia camboyana, ciertamente financiada por las Naciones Unidas.
¿Es imperfecta la legitimidad de ese tribunal? Sigue siendo superior a la de Nuremberg. Douch habría alegado que obedecía a órdenes de sus superiores: evidentemente, ya que tal fue la defensa de los dirigentes nazis, en Nuremberg, y de Adolf Eichmann, en Jerusalén, en 1961.
¿A quién se juzga en verdad en Phnom Penh? Subsiste en los medios algo así como una tentación de reducir los crímenes de Douch a circunstancias locales. Ciertamente, ya no estamos en 1975 cuando Libération publicaba “La bandera de la Resistencia ondea sobre Phnom Penh”. Y Le Monde, en un editorial publicado el día de la condena de Douch, admitió que su redacción dio prueba, en la época, de una ceguera horrorosa. Sin embargo, no todo se ha dicho que uno sepa.
Un lector poco informado podría creer que en 1975 cayó sobre Camboya una lamentable catástrofe. Bajo el nombre de “Khmers rojos”, y que esa rebelión. Que no se sabe de donde vino, habrá matado a una cuarta parte de la población. ¿A quién a qué debería uno imputarle lo que el tribunal calificó de “genocidio”. ¿No sería culpa de los americanos? Al instalar en Camboya un régimen a su sueldo, ¿no habrán provocado ellos algo así como un choque de retorno, una reacción nacionalista?
¿O bien, no sería acaso ese genocidio una herencia propia de la civilización Khmer? Historiadores relativistas hurgan el pasado del lado de Angkor Vat (construido por esclavos, un signo premonitorio, ¿no es cierto?) para excavar un precedente. Pero, el arma del crimen, la hallará uno más bien en el hecho de que los Khmers rojos declaraban: del mismo modo en que Hitler había descrito sus crímenes por adelantado, Pol Pot había explicado que destruiría a su pueblo para crear uno nuevo.
Pol Pot se decía comunista; se había hecho tal, en París. En los años 1960. En vista de que Pol Pot y su régimen se decían comunistas —de ningún modo los herederos de alguna dinastía camboyana—. Hay que admitir que eran verdaderamente comunistas.
Lo que los Khmers rojos impusieron fue el comunismo real; no hubo, en términos conceptuales o concretos, distinción radical entre su reinado y el estalinismo, el maoísmo, el castrismo o Corea del Norte.
Los regímenes comunistas siguen todos trayectorias extrañamente semejantes, que apenas colorean las tradiciones locales. En todos los casos, esos regímenes pretenden hacer tabla rasa del pasado y crear un hombre nuevo; en todos los casos, los burgueses, los intelectuales y los escépticos son exterminados.
Los Khmers rojos reagruparon la población urbana y rural en comunidades agrícolas copiadas de los precedentes ruso y chino, los kolkhoses y las comunas populares, por las mismas razones ideológicas y con el mismo resultado: la hambruna. Bajo todas las latitudes, el comunismo real chapotea en la sangre: exterminio de los koulaks en Rusia, Revolución cultural en China. Exterminio de los intelectuales en Cuba. El comunismo real, sin masacre, sin campos de concentración, goulag o lagoai, eso no existe. Y si eso no ha existido, hay que concluir que no podía ser de otro modo: la ideología comunista conduce a la violencia de masa porque la masa no quiere comunismo real.
El proceso de Douch es pues el primer proceso de un apparatchik comunista responsable en un régimen oficial y realmente comunista (una tesis que comparto con Francis Deron, autor del remarcable Proceso de los Khmers rojos, Gallimard, 2009). El proceso del nazismo fue instruido en Nuremberg, en 1945, el del fascismo japonés, en Tokio, en 1946, ¿pero el del comunismo?
Las escasas condenas de dirigentes comunistas en Europa del Este se pronunciaron a título individual más que sistémico. A pesar de que el comunismo real haya matado o degradado más víctimas que el nazismo y el fascismo reunidos, el proceso concreto del comunismo real nunca se había realizado sobre los lugares del crimen, hasta Phnom Penh.
Allí donde los comunistas conservan el poder —La Habana, Pekín, Hanoi—, se siguen beneficiando de una vaga inmunidad progresista. Donde perdieron el poder, los comunistas han organizado su propia inmunidad, reconvirtiéndose en social-demócratas, en hombres de negocio, en líderes nacionalistas: caso general de la ex Unión Soviética.
El único proceso posible y concreto, el del comunismo real por sus víctimas, no se ha dado pues sino en Camboya. Para el futuro, hay que imaginarse, lo que es incierto, un proceso comunista en Pyongyang, intentado por víctimas coreanas, o un proceso de Pekín. Si esos procesos se dieran algún día, uno se asombraría ante la similitud de los crímenes y de las defensas: por todas partes acusados sin valentía se describirían como marionetas pasivas, bajo las órdenes de un superior que no se halla.
Una característica extraña del comunismo real, revelada en Phnom Penh, es que después de su caída, ningún apparatchik comunista se dice comunista. El proceso de Pho, Penh muestra cuan útil es el marxismo para reivindicar el poder, asumir el poder y ejercerlo de manera absoluta, pero el marxismo como ideal no es reivindicado por nadie, ni siquiera por sus antiguos dirigentes.
Los Khmers rojos mataron en nombre de Marx, Lenin y Mao. Pero prefieren terminar como renegados antes que marxistas. Esa cobardía de los Khmers rojos ante sus jueces revela al comunismo bajo un nuevo día: el comunismo es real, pero no es verdadero, ya que nadie cree en él.
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