El mismo perro.
La política argentina parece enfrentar debates que, casi permanentemente, encuentran a unos y a otros, en lugares absolutamente opuestos, con posiciones rígidas, irreconciliables e infranqueables, al límite del fundamentalismo. Eso parece.
El incidente de las reservas del Banco Central, su utilización presupuestaria para financiar gastos corrientes y cancelar compromisos de la deuda, como así también, la parodia de autonomía de la entidad financiera estatal, a lo que debe sumarse la continuidad de su último titular, aparecen, en este contexto, solo como la renovada excusa del momento para proseguir un debate de antaño.
En realidad, se trata de una vieja disputa, con un novedoso formato de telenovela veraniega moderna. Parecen, oposición y oficialismo, estar llevando adelante una discusión a capa y espada, sin posibilidades de acuerdo alguno. Ambos sectores políticos y la sociedad acompañando todo el proceso como espectadora, suponen estar defendiendo la patria, la justicia, los valores morales, democráticos y republicanos.
Sin embargo, a medida que nos aproximamos un poco al tema, terminamos concluyendo que se trata solo de una discusión sobre “el collar” y no sobre “el perro”. Es que estamos frente a un antiguo hábito de nuestras sociedades, que se disemina desde hace mucho tiempo en América Latina y que está dinamitando las agendas mundiales, aprovechando las potentes ventajas de la globalización. Países que antes no entraban en esta dinámica de discutir lo superficial y archivar lo importante, empezaron a hacerlo con más frecuencia que antes.
La discusión política en la Argentina termina enfocándose en la continuidad o no de Redrado, en la forma en la que debe abandonar su función. Pues, es un punto interesante para aquellos amantes de los procedimientos prolijos, y está bien que así sea. Después de todo, las instituciones están para ser respetadas y es muy saludable que las sociedades puedan aceptar esta regla como requisito indispensable de una convivencia civilizada.
Pero lejos está la cuestión de las formas, de ser el tema central del debate. Al menos no debiera serlo si comprendiéramos como impactan estas cuestiones en el futuro de las naciones. No se trata ya de las virtudes o defectos del “funcionario”, sino de las políticas que el mismo debiera motorizar. Y nada de la discusión apunta a ello. Termina personalizándose el debate, “nominando” la discusión, cuando en realidad sería, mas que positivo, que pudiéramos debatir “políticas” y no apellidos.
Por otro lado, en la otra punta de esta “ensalada”, tan propia de estas latitudes, pero con sintonía parcial en el contexto general, aparece el tema de las reservas como recurso disponible para el pago de compromisos presupuestarios.
Y se repite nuevamente la discusión. Otra vez, entrampados en esto de los instrumentos formales. Cíclicamente caemos en lo secundario. Ahora es el turno de si la herramienta es el Decreto de necesidad y urgencia o bien una Ley del congreso. Y caemos entonces en el planteo de las aristas jurídicas para sostener la pertinencia y oportunidad del uso de tal o cual norma para la utilización de los fondos en cuestión.
Nuevamente, oficialismo y oposición, debatiendo sobre un asunto secundario, que vuelve a ser relevante solo por el hecho de recuperar las instituciones y el funcionamiento republicano que una sociedad merece. Pero que, cuando no, deja la cuestión de fondo ausente, posterga el debate esencial.
Y es que en realidad, lo que esconde esta disputa por los “procedimientos” es una absoluta COINCIDENCIA de fondo. Todos los partidos políticos de este país acuerdan en la necesidad de la existencia de un Banco Central, un instrumento de mucho poder en manos del Estado, que manipule la moneda a su criterio, y que utilice discrecionalmente las políticas, siempre intervencionistas de los mercados, propias de las economías contemporáneas de todo el globo.
Todos los partidos políticos nacionales, creen que el mercado de cambios, el valor de las divisas, deben ser reguladas desde la autoridad monetaria, con el mandato político del poder de turno, encabezado por el Congreso o por la mesiánica figura presidencial del momento.
Nadie se anima a patear el tablero, pero por el solo hecho de que TODOS COINCIDEN. No existen, en realidad, diferencias ideológicas significativas entre oficialismo y oposición en este tema. Solo un marginal debate sobre las formas, al que no hay que menospreciar por su importancia institucional, sobre todo en países como el nuestro de tanto desprecio a las instituciones.
Pero cuidado que no es sano comprar “espejitos de colores”. Se trata de una inteligente forma de eludir el debate de fondo, ese que tiene que ver con un Estado arbitrario que gobernado por iluminados, sentados en sus bancas o en el sillón del primer mandatario, o hasta en el del titular de la entidad financiera, resolverá todos los problemas atados a la cuestión monetaria, desconociendo absolutamente los mecanismos que gobiernan esa mercancía que es la moneda.
Las reservas del Banco Central, no constituyen una cuenta bancaria donde el país tiene acumulados unos ahorros. Mucho menos en Argentina donde esa “reserva” se ha construido a base de emisión, y por lo tanto con inflación. Esa epidemia silenciosa que viene pagando, como el impuesto más perverso, la sociedad toda, especialmente los sectores más débiles, esos que tienen su salario nominal en moneda local, solo atado a los caprichosos acuerdos de la corporación sindical. Ellos, los asalariados, los que no tienen posibilidad de definir sus propios ingresos, son los que pagan con mayor crueldad estas equivocadas políticas que tantos dirigentes partidarios sostienen, tanto en el oficialismo como en la oposición.
A no engañarse, los opositores solo quieren darle prolijidad a este saqueo de reservas. Ninguno de ellos las defenderá. Porque también creen que se trata de una “caja de ahorros” a la que se puede meter mano cuando las cuentas no cierran. Solo están pulseando por sus espacios de poder, y en eso, les sirve este debate sobre el instrumento legal que valide el saqueo. Solo pretenden tener en sus manos, el poder discrecional para proceder a su antojo, y elegir el momento y oportunidad de la autoritaria decisión.
Del otro lado, el oficialismo, un poco más tosco, algo más burdo, juega al pragmatismo tan en boga en estos tiempos. Importan, en su visión, los fines. Para ellos, los medios son una mera circunstancia burocrática a la que hay que prestar parcial atención, solo cuando eventualmente las normas jueguen de su lado.
Seguimos discutiendo sobre el collar. Estamos buscando el adecuado, el correcto y hasta el más bonito. Una discusión importante, pero no “LA MAS” importante. Es tiempo de que hablemos de lo relevante. Y no solo de la monolítica clase política, sino del necesario debate social que el tema merece. Porque después de todo, los políticos terminan haciendo lo que la sociedad les marca como camino. Y en esto no habrá que hacerse los distraídos. Nos despojan, porque nosotros, como comunidad, y los medios de comunicación en estas horas son el mejor testimonio de esto, también discutimos sobre “el collar”. Lo cierto es, que mientras tanto, seguimos con el mismo perro.
Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
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ESTE ARTICULO FUE PUBLICADO POR EL DIARIO EPOCA EN LA EDICION DEL 27 DE ENERO DE 2010
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