Muerte en Cuba
Carlos Alberto Montaner
Zapatero ha tenido que condenar el crimen de estado cometido en Cuba contra Orlando Zapata. Eso está bien. Tardío, pero bien. Desde hace meses se lo había pedido el diputado Teófilo de Luis, semana tras semana, mediante unas preguntas oficiales que el Ministro de Asuntos Exteriores estaba obligado a responder. Moratinos, claro, contestaba con evasivas. Pero el diputado del PP, con una entereza que lo honra, volvía a la carga con más información y más razones. Alguna vez, incluso, quiso saber si los diplomáticos españoles acreditados en La Habana habían hecho algo por Zapata Tamayo. No habían hecho nada.
Desde que los socialistas llegaron al poder cambió el signo de las alianzas y de las lealtades. De pronto, les cerraron las puertas a los demócratas de la oposición y se las abrieron a sus verdugos. La Moncloa comenzó a servir a la dictadura en el terreno internacional. La obsesión de Moratinos era demoler la posición común europea frente a la violación de los derechos humanos en Cuba. El último embajador español que defendió a las víctimas fue Jesús Gracia Aldaz. Dejó una gratísima memoria entre los perseguidos que llegaban a la casa de la madre patria.
No debe olvidarse que Orlando Zapata Tamayo no estaba preso por cometer actos violentos, sino por tratar de ser un hombre libre. Él mismo lo decía con una candidez tremenda: “Yo nací varios años después del triunfo de la revolución; nunca he tenido ni un minuto de libertad”. Primero lo condenaron a tres años. Una vez preso, protestó contra los maltratos y las palizas y le aumentaron la pena a 30. Se declaró en huelga de hambre. Los carceleros le negaron el agua hasta que depusiera su actitud. Le daban unas cucharadas de agua para que no se les muriera. Así estuvo 18 días. En ese juego miserable le reventaron los riñones y comenzó a morirse. Ojalá que su asesinato sirva, al menos, para que Zapatero y Moratinos dejen de traicionar a los demócratas cubanos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario