Automatismos

La automatización en el cerebro está dirigida a los “sistemas estratégicos” que mantienen la vida: respiración, latidos del corazón, ciclo sueño-vigilia , emociones básicas de agresión y defensa. Es allí donde la voluntad o decisión del individuo no influye, no debe influir. El cerebro más primitivo -donde radican esas funciones- está absolutamente desligado del cerebro evolucionado, sede de la inteligencia, la voluntad y la percepción a fin de garantizar que más allá de cualquier decisión del individuo, la vida sea protegida. Nadie puede dejar de respirar por una ”orden” de la mente.
Es un buen símil para la política y la economía. Si ciertos mecanismos básicos de funcionamiento de la economía y la sociedad se dejan bajo la jurisdicción de la “opinión”, se pone en riesgo la continuidad del sistema social.
Ni la “democracia” ni la “autocracia” deben afectar las funciones estratégicas que mantienen la vida de la sociedad.
Es decir no puede ser tema de votación ni de decisión autárquica y dictatorial del poder ejecutivo el “derecho natural e inalienable” a la vida, a la propiedad, a la seguridad, a la búsqueda de la felicidad.
No pueden estar sujetos a la Asamblea los precios y los contratos privados. Sí deben estar sujetos a la Asamblea el Presupuesto del Gobierno, los impuestos que los sostienen y cuestiones básicas de defensa y seguridad nacional.
El problema es que las revoluciones – desde las de la Grecia clásica hasta la Francesa y las socialistas- se han propuesto romper las barreras entre el cerebro básico y el superior, entre las funciones automáticas y las “decisiones soberanas”, entre el Derecho natural y el Derecho positivo. Se destruye así la generación espontánea de valores económicos y sociales, se obliga a la producción controlada desde el Estado- al desaparecer el incentivo individual para el trabajo- y se pone en tensión todo el sistema, hasta que estalla como en la URSS o cambia radicalmente como en China.
En suma, “la política” no puede legislar sobre todo, sino que debe ser acotada. Esto es lo que estatalistas de cualquier bando y color no aceptan: restringir el campo de su omnipotencia.