martes, marzo 24, 2009

Adiós a Carlos Semprun

Editorial de Libertad Digital

La inexorable ley de la vida se ha impuesto una vez más arrebatándonos a Carlos Semprún Maura, periodista, dramaturgo y decano de la sección de Opinión de Libertad Digital. Tenía 82 años y formaba parte de la nómina de columnistas de esta casa desde su fundación hace casi una década. A los lectores de este diario ha dedicado la última etapa de una vida consagrada a defender con la palabra su abanico de principios, que fueron evolucionando desde el comunismo de posguerra en el PCE hasta el liberalismo de este convulso principio de siglo.

A lo largo de su dilatada y provechosa vida Semprún Maura destacó en todo lo que se propuso. Fue un brioso antifranquista que, en los peores años de la dictadura, entraba en España desde el exilio exterior para rearmar moralmente a los del exilio interior, los disidentes de un régimen que, allá por los años cuarenta era todopoderoso y asfixiante. A esta primera fase de su vida intelectual le sucedió la del desencanto. Se dio de baja en las filas del Partido Comunista, entonces el único, y siguió por libre desplegando a su alrededor una proverbial actividad cultural caracterizada por el inconformismo. Como dramaturgo cosechó numerosos éxitos en Francia y revisó a fondo sus antiguas creencias políticas, transmitidas casi de un modo sanguíneo por su hermano Jorge.

Para la década de los años 60 Carlos Semprún era ya un intelectual reconocido en el agitado París de Sartre y la revuelta estudiantil. De ambos daría buena cuenta, pero no para comulgar con las ruedas de molino del pensamiento único, sino para someter a crítica lo que a él le parecía una moda irresistiblemente servil y reaccionaria. Porque Semprún Maura siempre fue un librepensador. Desconfió de todos y de todo, y nunca se creyó lo que los demás daban por sentado a la primera. Esa desconfianza innata y un talento poco común le convirtieron en el mejor de toda su generación; la de los niños de la guerra exiliados que, mientras se abrían un camino en el extranjero, trataban de comprender qué había pasado en el país de sus padres.

Semprún nunca volvió a residir en España, pero llegó a entenderla tanto o mejor que los españoles que estaban dentro. Su patria perdida terminó por recuperarle a él cuando ya frisaba la setentena. Su individualismo ácrata sumado a una insobornable lucidez, dieron forma al efectivo cóctel de alta gradación literaria e intelectual que se ha venido sirviendo en estas páginas los últimos nueve años. Su Carta de París es su legado más inmediato, pero no el único. Varios libros, entre los que destacan El exilio fue una fiesta y A orillas del Sena, un español, ambos autobiográficos, quedan para la posteridad como memoria viva de un hombre que siempre quiso ser libre y que, a fuerza de quererlo, lo consiguió.

Con Carlos Semprún se nos va un bravo, un referente moral, literario e intelectual, un español valiente, un liberal de tronío, con Carlos Semprún se nos va, en suma, uno de los nuestros. Descansa en paz, maestro.



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