La teoría del valor económico de los bienes es clave. Y objeto de discusiones desde hace tres siglos. Veamos en que consiste la discusión.
Si el valor de un bien esta determinado por la “cantidad de trabajo” utilizada para su producción, es , obviamente, el “trabajo” el factor esencial que le da su valor.
A primera vista es obvio que un automóvil es producido por una gran cantidad de trabajo y cuesta – o vale- más que una mesa de cocina.
Si el “trabajo” es el factor esencial del valor, el que “apropia” del trabajo ajeno (el capitalista respecto del obrero) está obteniendo un “plusvalor” por su participación en el proceso.
Por lo tanto todo el sistema económico reside en la plusvalía que el dueño del capital obtiene al contratar mano de obra.
Pero hay otra visión, la que adjudica el valor de los bienes no a su “producción” sino a su demanda.
Dijo el descubridor de la teoría subjetiva del Valor, Carl Menger (1870):
“…es completamente erróneo llamar “valor” a un bien que tiene valor para los sujetos económicos, o hablar, como hacen los economistas políticos, de “valores”, como si se tratara de cosas reales e independientes, objetivando así el concepto. Lo único objetivo son las cosas o, respectivamente, las cantidades de cosas, y su valor es algo esencialmente distinto de ellas, es un juicio que se forman los hombres sobre la significación que tiene la posesión de las mismas para la conservación de su vida o, respectivamente, de su bienestar. La objetivación del valor de los bienes, que es por su propia naturaleza totalmente subjetivo, ha contribuido en gran manera a crear mucha confusión en torno a los fundamentos de nuestra ciencia.”
El valor es un juicio, una opinión, una preferencia subjetiva variable en tiempo y lugar, dependiendo de deseos o necesidades diferentes para diferentes grupos de personas. El valor no es una “cosa objetiva” determinada por el trabajo, sino un producto del juicio humano. Adios Ley Universal y Objetiva del Valor (fundante de otras supuestas verdades universales), nos hemos topado nuevamente con el reino de la libertad y la variabilidad humanas.
El hecho clave es que si el valor de un producto no está determinado por la cantidad de trabajo implicado, sino por el juicio subjetivo de los consumidores, todo el edificio teórico del socialismo científico se desmorona.
El poder de valorización de un producto pasa del lado de la oferta al lado de la demanda: el capitalista ya no obtiene su ganancia automáticamente mediante el mecanismo de sustracción de valor que le hace al obrero, sino que el consumidor es el que determina con sus elecciones, pérdidas o ganancias de los capitalistas.
No se trata para éste, por lo tanto, de incrementar su “tasa de explotación” sino de obtener ganancia realizando la venta de su producto a un precio que cubra sus costos. De la explotación del obrero se pasa al marketing, o sea, las técnicas que permiten obtener la mayor tajada del mercado.
Son dos mundos distintos.
Mientras que en la visión valor-trabajo el capitalista se la pasa conspirando para pagar el salario más bajo y obtener así su máxima ganancia, en la visión valor-demanda el capitalista no duerme tratando de entender al consumidor, de ofrecer el producto más barato, de mejor calidad y más ajustado a los deseos del consumidor.
En la primera visión , la guerra de clases impera porque es un juego de suma-cero, en el cual la ganancia de uno es la pérdida del otro.
En la segunda visión, los capitalistas pueden aliarse con los obreros para producir el producto de más calidad, a fin de obtener el favor del consumidor.
La primera produce la violencia, la toma del Estado para sojuzgar a la clase contraria. La segunda lleva a la colaboración entre trabajadores y empresarios, a estrategias de consenso, a técnicas de venta, publicidad y distribución, a investigación de mercados.
Esas son las derivaciones de un tema supuestamente “teórico”: digamos que buena parte de la historia trágica del siglo 20 se ha debido a este inocente “error” de los clásicos, de Ricardo a Marx.
Pero los socialistas son insistentes y no ceden ante la evidencia de la realidad.
Algunos de ellos aceptan a regañadientes la supremacía de la demanda. Pero entones el núcleo argumental pasa a la teoría de la manipulación : ahora el capitalismo no solo explota al obrero sino que manipula a las masas para generarles los “deseos” que se concretaran en demanda efectiva. Como se ve, el salto que los teóricos marxistas actuales realizan es muy audaz. Ni Marx se atrevía a pensar en un dominio permanente de la mente de los obreros por parte de los capitalistas.
La emergencia de los medios electrónicos de comunicación alimentó las fantasías de los teóricos socialistas. En vista de que los países socialistas obtenían efectivamente un dominio casi perfecto de la mente de sus ciudadanos, no dudaban que en el Capitalismo había un dominio equivalente, en manos de las clases dirigentes que lograban manipular al pueblo utilizando los medios de comunicación de masas. En vez de consignas revolucionarios propalaban la adhesión al mercado y la demanda de cosas superfluas producidas en las fábricas capitalistas.
Es los que en otro lugar denominé “teoría de las masas estúpidas”: los consumidores son llevados por las narices a gastar su dinero en cosas inútiles o de mala calidad gracias a la publicidad de los capitalistas: se llega así a la sociedad de consumo, al despilfarro de recursos y, ya que estamos, al agotamiento de la naturaleza. Todo en una misma teoría y al mismo precio.
En suma: la teoría del valor clásica determina la necesidad de una lucha a muerte entre las clases capitalista y proletaria. Al fracasar la teoría clásica, se asume parcialmente la teoría subjetiva del valor, lo cual lleva a la aventurada hipótesis de que el capitalismo manipula la subjetividad de las masas para lograr sus fines. Y que las masas son lo suficientemente estúpidas como para dejarse engañar por los ávidos vendedores capitalistas…
Recomendación: leer a Carl Menger y a sus continuadores de la Escuela Austríaca de economistas.
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