Según el ignoto economista vienés Carl Menger- un revolucionario de la ciencia social, prolijamente olvidado por nuestra Universidad- los productos de primer orden – los que consumimos: pan, manteca, vino- son originados en órdenes superiores: la harina, el grano de trigo, el suelo donde se plantó el trigo, la maquinaria que lo cosechó, la experiencia del agricultor que sabe qué variedad de semilla conviene sembrar en clima seco, y en su tipo de terreno, el asesoramiento del ingeniero agrónomo, la red de transporte que lleva el grano al molino, y luego a los hornos, y así sucesivamente. Es casi imposible desenredar las complejas relaciones entre los diversos órdenes que se combinan para producir, por ejemplo, la notebook con la escribo este texto: la cantidad de capital acumulado, desde las tarjetas perforadas de los tejedores franceses dando la idea de la primera computadora manual hasta el invento del plástico, o el vidrio líquido, pasando por los diseñadores, ingenieros informáticos, artesanos, maquinas herramienta, ensambladores, empaquetadores, distribuidores, vendedores…
Los órdenes primarios no requieren más conocimiento que el del consumidor: saber abrir la lata de conservas y calentar su contenido. Poco y nada. Un pueblo recolector solo necesita saber donde nacen los frutos silvestres que quiere. Poco más. Un pueblo pastor requiere, en cambio, más saberes: razas, pastos, aguadas, enfermedades, crianza, corrales, invernadas, yerra, matanza.
La complejidad social que existe en una comunidad recolectora es infinitamente menor a la que exige una comunidad pastora. La división de trabajo se expande al pasar a comunidades agrícolas, comerciales, industriales, postindustriales, las interacciones entre subfunciones crecen exponencialmente.
Es por eso que los Planes fracasan: no pueden procesar tanta información, tantos actores y tantas interrelaciones. No hay computadora capaz de ser programada con trillones de interacciones entre los diversos niveles, tipos, variedades, categorías de mano de obra, materias primas, maquinarias, tecnologías, mercados, precios, cadenas logísticas.
Otro elemento teórico que aporta Menger es la diferencia de “riesgo” que existe entre los que operan en niveles sucesivos: El panadero sabe exactamente qué cantidad de harina comprar para satisfacer a su clientela habitual: trabaja con poco riesgo. Pero el agricultor no sabe cuántas hectáreas plantar con trigo, ya que los precios de referencia actuales no le informan sobre la verdadera situación de la demanda dentro de seis meses, cuando recoja la cosecha. Sus decisiones tienen un margen mayor de incertidumbre. Y el joven que decide estudiar ingeniería agraria no sabe si sus conocimientos serán valorizados por los agricultores dentro de cinco años, cuando quizás el trigo ya no tenga el valor actual. La decisión de generar valor en los ordenes superiores es una decisión de incertidumbre y que requiere, por lo tanto, para ser tomada cierta garantía de que el mercado – la demanda- sabrá valorizar correctamente su aporte: que la hectárea de suelo fértil valdrá más que la de terreno inculto, que el título de Ingeniero Agrónomo tendrá más valorización que el de panadero.
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Cuando el bien a consumir es, simplemente, poder estar vivo, las cosas se ponen muy interesantes. Hablo, por ejemplo, de los judíos en la Europa previa a la emancipación liberal.
Si el bien de primer orden, el que hay que consumir, simplemente, es poder seguir vivo las prioridades se reorganizan rápidamente.
Una estrategia elemental sería, simplemente, no hacer nada. Esperar que la suerte acompañe, que el buen Rey no se muera y que el mal Rey no asuma, esperar que la casualidad haga que por esta vez la furia de la gente no se dirija hacia los judíos, rogar por que el buen Dios te proteja.
No parece una estrategia inteligente. Si se hubiera aplicado, simplemente hoy no habría más judíos: hubieran desaparecido en los pogroms desatados desde la Edad Media en toda Europa.
Lo más inteligente es darse una estrategia de poder: hacerse imprescindibles. O sea, trabajar para crear valor en los ordenes superiores de la cadena productiva: ser no simples consumidores, sujetos al azar de la represión, sino productores de valor en los ordenes superiores: capacitarse para la medicina, la química, el arte, la administración, las finanzas, el comercio, la literatura.
Como dice José Amador de los Ríos, en su imprescindible “Historia Social , Política y Religiosa de los judíos de España y Portugal”, Madrid, 1875: “ Nada parecía faltar al pueblo de Judá para llegar al colmo de la prosperidad, haciéndola duradera. A la holgura que le daban su libertad civil y su libertad religiosa, veía unido el bienestar que le granjeaban sus riquezas. A los frutos que le ministraban el comercio y el cultivo de las artes industriales (..) agregaba las honras y distinciones que le conquistaban a manos llenas sus grandes empresas científicas y literarias, llevadas a cabo bajos los auspicios de reyes tan gloriosos como Jaime I de Aragón y Alfonso X de Castilla. Los judíos eran grandemente útiles al Estado, no solo porque administraban sus rentas con desacostumbrada inteligencia, sino también porque acudían a su sostenimiento con tantos y tales impuestos y subsidios, que no era en verdad fácil intento el de sustituir con otras, las crecidas rentas que aquellos constituían, ora respecto de los reyes y de los próceres, ora respecto de los prelados y de los cabildos catedrales. ¿Qué pudo pues, poner en contingencia tanta prosperidad, derribando tan alto poderío y disipando tantas riquezas?”
Esta “utilidad al Estado” es la que garantizaba la permanencia, la sobrevida - aunque cada treinta años, en promedio, una matanza popular eliminaba alguna parte de la comunidad .
La lógica de supervivencia era clara: generar valor en lo que enumera de los Ríos: comercio y artes industriales, empresas científicas y literarias, administración de las rentas del Estado, aporte impositivo para el sostenimiento de las rentas, al punto de “que no era fácil intento el de sustituir con otras, las crecidas rentas que aquellos constituian”. No es fácil el intento de desembarazarse de los judíos: llevó centenares de años, a un costo económico que aun hoy paga España.
Esta estrategia de supervivencia es la que lleva a los judíos a sus tratos con el poder: reyes, emperadores, obispos y nobles, políticos y estadistas. La visión holywoodense del judío como un pacífico y resignado señor que solo le reza a Jehová es una burla. Los judíos, en cuanto comunidad, articularon fuertemente sus intereses económicos y políticos, han sido y son actores importantes del juego de poder, son todo menos “pacientes y resignados”, porque en eso les va la supervivencia.
De ahí el misterio judío: crean valor casi al borde del desastre y así sobreviven: sobornando cosacos o funcionarios corruptos, negociando con reyes y obispos, generando vínculos comerciales, tramas de contactos (ejemplo: mi abuelo le hizo un trabajo de pintura a un paisano y no le cobró nada. A cambio, le dijo “cuando mi hijo se reciba de contador, quiero que lo contrates como contable”. Cinco años después la promesa fue cumplida. Así se construye sobrevivencia)
De ahí, también el odio al judío, la desconfianza, la idea de que existe un poder extraño detrás de ellos, que los sustenta a pesar de tantas matanzas. Como dice un ideólogo católico:
" Los judíos dominan a nuestros gobiernos como los acreedores a sus deudores. Y esta dominación se hace sentir en la política internacional de los pueblos, en la política interna de los partidos, en la orientación económica de los países; esta dominación se hace sentir en los ministerios de Instrucción Pública, en los planes de enseñanza, en la formación de los maestros, en la mentalidad de los universitarios; el dominio judío se ejerce sobre la banca y sobre los consorcios financieros, y todo el complicado mecanismo del oro, de las divisas, de los pagos, se desenvuelve irremediablemente bajo este poderoso dominio; los judíos dominan las agencias de información mundial, los rotativos, las revistas, los folletos, de suerte que la masa de gente va forjando su mentalidad de acuerdo a moldes judaicos; los judíos dominan en el amplio sector de las diversiones, y así ellos imponen las modas, controlan los lupanares, monopolizan el cine y las estaciones de radio, de modo que las costumbres de los cristianos se van modelando de acuerdo a sus imposiciones.
¿Dónde no domina el judío? Aquí, en nuestro país, ¿qué punto vital hay de nuestra zona donde el judío no se esté beneficiando con lo mejor de nuestra riqueza al mismo tiempo que está envenenando nuestro pueblo con lo más nefasto de las ideas y diversiones? Buenos Aires, esta gran Babilonia, nos ofrece un ejemplo típico. Cada día es mayor su progreso, cada día es mayor también en ella el poder judaico. Los judíos controlan aquí nuestro dinero, nuestro trigo, nuestro maíz, nuestro lino, nuestras carnes, nuestro pan, nuestra leche, nuestras incipientes industrias, todo cuanto puede reportar utilidad, y al mismo tiempo son ellos quienes siembran y fomentan las ideas disolventes contra nuestra Religión, contra nuestra Patria y contra nuestros Hogares; son ellos quienes fomentan el odio entre patrones y obreros cristianos, entre burgueses y proletarios; son ellos los más apasionados agentes del socialismo y comunismo; son ellos los más poderosos capitalistas de cuanto dáncing y cabaret infecta la ciudad. Diríase que todo el dinero que nos arrebatan los judíos de la fertilidad de nuestro suelo y del trabajo de nuestros brazos será luego invertido en envenenar nuestras inteligencias Y lo que aquí observamos se observa en todo lugar y tiempo. Siempre el judío, llevado por el frenesí de la dominación mundial, arrebata las riquezas de los pueblos y siembra la desolación. Dos mil años lleva en esta tarea la tenacidad de su raza, y ahora está a punto de lograr una efectiva dominación universal.
(Julio Meinville. Prologo de "El Judío en el misterio de la Historia". Buenos Aires 1936)
Cuatro años después de escrita esta advertencia- “ ahora esta a punto de lograr una efectiva dominación mundial”-, sobrevino Auschwitz…
Esta visión absurda, diabólica, no debe ser corregida por una visión opuesta, idílica, del judío dedicado mansamente a sus menesteres. Si así hubiera sido, no hubiera sobrevivido. El judío ha sobrevivido sobre la base de desarrollar los órdenes superiores de los que habla Menger, capaces de superar la contingencia sobre la base de adaptarse a la demanda del poder, para no caer bajo su peso. Un trabajo poco agradable, riesgoso, pero el único posible dada la infinita capacidad de daño de sus enemigos.
Cuando ese equilibrio se rompe, cuando la pregunta de Amador de los Ríos queda sin repuesta (“¿Qué pudo pues, poner en contingencia tanta prosperidad, derribando tan alto poderío y disipando tantas riquezas?”) el costo humano es inconmensurable. Peste Negra en Europa: la mitad de los judíos asesinados; España 1391: un tercio de los judíos asesinados; Europa, 1942: dos tercios de los judíos europeos asesinados. Medio Oriente: amenaza de Irán, Hamas y Hezboláh: destruir Israel, hacer desaparecer a los judíos.
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