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La crisis perfecta
Por Esteban Lijalad
Imaginemos que las personas dejan de “poner sentido” a las cosas. Es que, para los socialistas y los cristianos, los bienes en el mercado son simplemente “cosas materiales” que vienen a resolver necesidades básicas. Para ellos, no es una necesidad básica ponerse para la próxima fiesta la ropa más impactante, para poder seducir así a algún joven pretendiente.
Ese tipo de necesidades humanas está fuera de la lógica de los socialistas y los cristianos. Para ellos lo fenómenos del consumo: la moda, las marcas, la diferenciación, la seducción… son extravagancias de la sociedad de consumo, estupideces que sacan recursos a cosas más importantes como fábricas de acero, destornilladores, canteras o minas de carbón. Para ellos, la búsqueda de “marcas”, que mueve millones de dólares anuales aun entre los sectores más pobres de la población, es incomprensible.
La gente, según ellos, no proyecta “sentidos” a los bienes, a las marcas. No tiene necesidad de hacerlo, y si lo hace es simplemente porque la publicidad manipula sus almas. El “sentido” lo aportan ellos (la mística revolucionaria, el Hombre Nuevo, la Fe en la Santa Madre Iglesia, o en el Profeta)
Pero, pese a socialistas y cristianos, la gente SÍ proyecta sentidos a una gaseosa, una hamburguesa o un celular. Podemos reírnos de eso, pero no negarlo. Buena parte de la economía mundial se basa en la necesidad de la gente de tener objetos cargados de valor simbólico. Zapatillas que evoquen un estilo de vida informal, o camisetas que muestren el “lado oscuro” de la vida.
Ahora bien, en las crisis la gente se retira, por un tiempo, del juego de los sentidos asignados a los bienes. Esto significa, que se refugia en las funciones básicas – animales- (casa, comida, abrigo, seguridad) y deja de comprar lo “superfluo” (o sea, lo que nos diferencia de un cavernícola).
Los socialistas y cristianos, contentos, aplauden la “sabiduría” de la gente. Esa “sabiduría” destruye millones de puestos de trabajo, desde costureras y vendedoras de ropa de marca, hasta programadores de software para teléfonos celulares o juegos electrónicos. Parece que en esas crisis renacen los austeros monjes- como Leonardo Boff, diciendo que solo hay que comer un poco de arroz y taparse con una tela – que en vez de animar a la gente a reabrir los cauces del consumo y la producción de valor, la invitan a encerrarse aun más, propiciando así el retraso de la vuelta a la normalidad.
Los reflejos de la vieja ideología anticomercial, antidineraria, antimercado, explotan en estos tiempos todos los días en infinidad de comentarios periodísticos y en los foros de la web. Se habla de avaricia, avidez, salvajismo, falta de controles de le Estado, como las causas de la crisis.
O sea: el comercio y los servicios financieros son inútiles, no agregan valor al producto, son formas de robo organizado que debe ser limitado, y en esto coinciden socialistas y cristianos.
Ese es el contexto ideológico de la “economía cristiana” que ahora esgrime el Papa contra el inmoral capitalismo: desprecio al comercio, a la ganancia, control obsesivo por parte del Estado para “proteger” a la población, “precio justo”, o sea imposibilidad de acumulación para reinvertir en más capacidad productiva. Pobreza como virtud.
O sea: en las crisis la gente se retrae, se deshumaniza, descarga sentido de los bienes y solo se dedica a resolver sus necesidades básicas. Al hacer esto- obviamente sin saberlo- condena a la economía al crecimiento cero, postergando la recuperación. Socialistas, cristianos y ecologistas aplauden, alborozados, por el fin del capitalismo, al cual vienen “matando” desde hace dos siglos, prometiendo catástrofes ineludibles y radicales.
Por otra parte, esa idea de que la codicia es un invento capitalista, es para reírse. Como si durante milenios el mundo no haya sido testigo de robos, injusticias, explotación, acumulación de riquezas, abusos, confiscaciones, por parte de jefes, reyes, faraones, obispos, brujos, imanes, varones feudales, guerreros, conquistadores. Esto lo transcribe Juan Agustín García, en 1900 (“ La ciudad indiana”) describiendo la sociedad colonial, católica y monarquita y antiliberal, hacia 1700:
“Cada uno, se dice en un sermón colonial, espera fabricar su fortuna a expensas de otro. No tienen otra regla para adquirir su deseos, ni otros límites que su impotencia. Se entra en los empleos no para trabajar en la tranquilidad pública, ni por restablecer el orden y la disciplina; sino para elevar las casas sobre la ruina de otras muchas y constituirse el heredero del huérfano y la viuda. El espíritu más grosero llega a ser fecundo y fértil en arbitrios cuando se trata de grandes o pequeñas ganancias”.
Pero, es indudable que las crisis remueven el fondo y afloran a la superficie viejos prejuicios antes ocultados. El viejo odio de la Iglesia hacia la actividad comercial y financiera, cierto antisemitismo remanente (el judío como manipulador financiero), cierta impaciencia con la molesta libertad, el pedido de un Estado cada vez más interventor, el reclamo de menos libertad y más solidaridad, menos ganancia y más justicia, un trasfondo ideológico que desde hace miles de años – desde San Jerónimo hasta Marx- nos alerta contra el dinero, ese corruptor. Mejor que dinero contante y sonante es, seguramente, el oro, las propiedades inmuebles y los títulos de nobleza hereditarios.
Dice Marx, con su bella prosa: “ Como tal potencia inversora, el dinero actúa también contra el individuo y contra los vínculos sociales que se dicen esenciales. Transforma la fidelidad en infidelidad, el amor en odio, el odio en amor, la virtud en vicio, el vicio en virtud, el siervo en señor, el señor en siervo, la estupidez en entendimiento, el entendimiento en estupidez.
Como el dinero, en cuanto concepto existente y activo el valor, confunde y cambia todas las cosas, es la confusión y el trueque universal de todo, es decir, el mundo invertido, la confusión y trueque de todas las cualidades naturales y humanas”
O sea. El dinero envilece, cambia, trastoca, modifica, invierte. La matriz conservadora de Marx fluye aquí pura y cristalina: se opone al capitalismo desde un lugar “moral”, para preservar al hombre del poder destructor del dinero. Exactamente lo que dijo Benedicto XVI: "Ahora estamos viendo, con el hundimiento de los grandes bancos, que el dinero desaparece, que no es nada; se trata de una realidad de segundo orden".
Esta “realidad de segundo orden”, este agente del “inversión y trueque de los valores” debe ser ignorado, nos dicen, superado con otros mecanismos. (A nadie se le ocurre cuales otros)
Esto es suicidio- o asesinato. De eso hay que escapar como de la peste. Quieren vaciar la pileta del agua sucia, y no se dan cuenta que el agua se va junto con el bebé. Eso nos va a condenar a un retroceso de décadas. Eso es parar la máquina (ruidosa, conflictiva, imprevisible) que ha sacado a centenares de millones de personas de la pobreza ancestral, en solo veinte años. En nombre de “valores” éticos se intenta desmontar la lógica de un sistema altamente adaptable, mutable, pero, como todo en este mundo, lejos de ser eterno.
Podemos, si nos ponemos de acuerdo socialistas, cristianos, ecologistas, anarquistas, estatistas, reguladores, políticos, académicos, universidades, medios, periodistas, columnistas, escritores, artistas, cantantes, maestros, profesores, monjes, curas, obispos, rabinos, imanes…, podemos, si hacemos todos fuerza en contra de la libertad de mercado, aplacar, hundir, disminuir, controlar, minimizar, debilitar, destruir al capitalismo, en nombre de valores de solidaridad, compromiso militante y defensa del pueblo. Entonces, sí, veremos la crisis perfecta.
2 comentarios:
Soberbio ¡¡¡
Usted no... el artículo.
Gracias por lo que escribe, lo considero un maestro a seguir ( sin caer en gurús, somos librepensadores )
Gracias de nuevo.
Gracias! Maestros son Popper, Hayek, Berlin. Yo solo aplico sus métodos para analizar la realidad del siglo XXI. Pero a uno de acarician el ego cuando le dicen eso. Un saludo.
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