"(Para esta posición) el Estado es algo superior o más noble que una asociación con fines racionales; es un objeto de culto humano. Tiene tareas superiores a la protección de los seres humanos y sus derechos. Tiene tareas específicamente morales(...)
En primer lugar, quieren convertir al Estado en un objeto de culto. Según nuestro parecer nada hay que decir contra ese deseo. Se trata de un problema religioso, y quienes rinden culto al Estado deben solucionar por sí mismos cómo combinan su credo con el Primer Mandamiento.
La segunda exigencia es política. Se trata de la exigencia de que los funcionarios del Estado deben preocuparse por la moralidad de los ciudadanos y utilizar su poder, no tanto para la protección de la libertad de aquellos, sino para la vigilancia de su vida moral. En otras palabras, es la exigencia de que el reino de la legalidad, es decir, de las normas impuestas por el Estado, se acreciente a expensas del reino de la moralidad propiamente dicha, es decir, de las normas impuestas no por el Estado sino a través de nuestras propias decisiones morales.
Pero quienes plantean esta exigencia, por lo visto, no advierten que esto significaría poner fin a la responsabilidad moral del individuo y que, por tanto, no mejoraría, sino que destruiría toda moralidad. Sustituiría la responsabilidad individual por los tabúes de la tribu y por la irresponsabilidad totalitaria del individuo.
Contra toda esta actitud, el individualista debe sostener que la moralidad de los Estados - si existe tal cosa- debe ser considerablemente inferior a la del ciudadano medio, de modo que resulta mucho más conveniente que los ciudadanos controlen la moralidad del Estado y no a la inversa. Lo que necesitamos y queremos es moralizar la política, no politizar la moral"
(En Hombre moral y sociedad inmoral, 1940)
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