viernes, octubre 02, 2009

Vindicta (proyecto de novela en entregas)

Prólogo

Entre 1990 y 1999 maté a diez hombres. Lo merecían. No me arrepiento de haberlos mandado al infierno, cumpliendo el deseo de sus víctimas. Eran seres despreciables, de aquellos que Dios se arrepiente haber creado. Voy a contar esas historias. Tengo tiempo y ganas, cosas imprescindibles para escribir historias. Cosas que no abundan en un mundo donde la gente se arriesga a cruzar a la otra acera ganándole a los autos, por que cree que allá enfrente esta su felicidad o su destino. Muchos mueren por alcanzar la parada del colectivo a tiempo. Su estupida vida, inútil, termina así, aplastada, sin que a nadie le importe demasiado. ¿Cómo puede importar una vida que se termina por alcanzar al colectivo? ¿Para eso un millón de generaciones evolucionaron, para morir estupidamente? Estaban “apurados”.
Yo en cambio estoy tranquilo en la cárcel de Marcos Paz, cumpliendo mi condena a cadena perpetua, feliz y con tiempo para escribir mi historia. Me levanto a las ocho, hago mi gimnasia matinal, desayuno y comienzo a escribir. Unas ocho horas por día. Casi no corrijo. Al modo mozartiano, que escribía las partituras directamente inspirado por Dios, perfectas, sin tachas, así escribo yo: de primera, sin arrepentirme de nada, firme. Tengo los lectores asegurados, la editorial esperándome, sin apurarme. No cualquiera. Me di el lujo de elegir la editorial. Quizás- pensándolo bien- maté a toda esa gente para asegurarme un buen editor de mi historia. Já.
Tengo todo el tiempo del mundo, pero no soy escritor lento. Debido a mi capacidad las palabras fluyen libres desde mi mente hasta la pantalla y se acomodan allí, como si las hubieran estado esperando. Solo una relectura, alguna corrección menor y a seguir. Ya casi estoy terminando.
Pero eso a los lectores no le interesa: ellos quieren oler sangre, entender mi lógica de asesino, las circunstancias de cada hecho, la planificación, la acción, el terror del condenado, el escape, cubrir las pistas…Ya les contaré todo. No tengo nada que ocultar, solo los nombres de las personas que me ayudaron en mi empresa de vengador. Que lo disfruten.
(Si quieren comentar envien emails a vindictas@gmail.com)


Uno: el nazi perfecto


Hans Sigmund Riebke nació en Hamburgo, en 1904. A los veinte años ya se había enfrentado decenas de veces con la policía como miembro de las juventudes hitlerianas. No era, claro está, un buen estudiante. Pero fue en la Universidad donde aprendió a leer decenas de tratados de “pensamiento alemán”, lo cual le otorgó un aire de pedantería intelectual que lo acompañaría hasta el final. Se sentía parte de una generación de alemanes heridos por el Tratado de Versalles, humillado, empobrecido, con odio por los extranjeros ganadores de la Guerra y por la quinta columna bolchevique y judía. No se cómo fue – ni me interesa- el largo proceso que culminó con Riebke a cargo de la Gestapo en una ciudad polaca, su obstinada y prolija tarea de persecución de los cristianos –pocos- que se apiadaban de los judíos y les daban cobijo.
Hubo algunos casos notables de polacos que jugaron su suerte amparando niños judíos, a los que hacían pasar por sobrinos “del campo”. Riebke le tenía especial inquina a estos justos. No entendía como gente cercana – aunque despreciaba a los polacos, no los consideraba sub-hombres- podían apiadarse de los asesinos de Cristo, de los apátridas, de los insolentes y tramolleros judíos. Polonia, a diferencia de Alemania, estaba sobrada de judíos: mientras en Alemania apenas eran unos pocos cientos de miles, en Polonia había unos tres millones. Demasiados.
Pero él no estaba ahí para encargarse de ese tema, el cual no le concernía y del cual desconocía los detalles. Su misión, además de conservar el orden público y detener a locos, homosexuales o socialistas, era asegurarse de que ningún cristiano tuviera la infeliz idea de salvar a la raza condenada.


***

Yo nací en el 50, Año del Libertador General San Martín, año central de la década peronista, año redondo por donde se lo mire. (Años después García Hamilton me enseñó que la glorificación de San Martín fue urdida para armar la identificación San Martín-Perón, a la manera de lo que años después haría Chávez con Bolívar: los Conducatores Fascios necesitan antecedentes en la Historia).
Mientras escribo esto, suena Piazzolla en mi mp3 (“Tristezas de un Doble A”) ¿Que haría don Astor en 1950? Creo que estaba en París, estudiando con la Boulanger, haciendo lo que todos los porteños soñamos desde los quince años: caminar a orillas del Sena y fantasear con el éxito. Encontrarse en un bar a charlar con Sartre o con Foucault (Ay! qué bien está sonando el solo…) o en una Cave, para escuchar a Juliette Greco en su salsa. Así crecí yo: añorando París. A los dieciséis años crucé en Océano en el Provence, en una excursión de la Alliance Francaise, rumbo a la Meca. Recuerdo las charlas de cubierta, mientras olíamos el aire fuerte del ecuador. Yo – un pendejo, no?- escuchando a gente más grande que iba hacia la gran aventura europea, a pasar uno o dos años recorriendo el Continente y con planes de vivir en París como periodista, o fotógrafo, o estudiante de artes…Todos habíamos leído Rayuela de Cortazar y todos queríamos ser como él. O como Astor.
En los cincuenta, mi infancia, la Segunda Guerra persistía, de alguna manera. En Radio Nacional pasaban las largas listas de personas desaparecidas, en busca de alguna pista. Eran nombres extrañísimos, muchos eslavos: Dimitri Smoliwicz, Antón Rudachenko, Sergei Polianiewskczy.
Con un amigo comenzamos a recortar y coleccionar noticias sobre búsqueda de criminales de guerra alemanes, de pistas, de rumores. Así aprendí sobre Mengele, Eichmann (secuestrado a mis diez años, en Buenos Aires y llevado a Israel) y tantos otros. No sabía que me cruzaría con uno de ellos, treinta años después.


***

Hans S. Riebke: Así que usted, Madame Starynkiewicza, insiste en considerarme un bruto teutón, que debería volver a mis bosques germanos, mientras los civilizados, católicos y afrancesados nobles polacos detienen al bolchevismo, al nacional socialismo y ocultan y protegen a los judíos y gitanos . ¿No le parece demasiado?
Anieska Starynkiewicza: No, Herr Riebke, simplemente creemos en lo que la Iglesia nos enseñó: que la caridad empieza por casa.
Hans S. Riebke: Quien es , Madame, la niña Rebca Schloimsky?
- No, se.
- Vamos, señora. Usted aloja a una sobrina, no es cierto?
- Si, la hija de mi prima de Lods, Valerie Poniatowsky
- Hmm. Si insiste con esa historia vamos a hacer un careo con su prima.Y la verdad saldrá a la luz. Usted esta alojando a una niña judía. Le aclaro que no tengo nada contra los judíos, en particular. Sí, en general. Esa niña, incluso, puede llegar a despertarme una cierta ternura. Pero hay órdenes.
- Está equivocado, gravemente equivocado. Esa niña es más católica que Santa Juana, se sabe el misal entero. Póngala a prueba.
- No me extraña. Los judíos son muy hábiles en camuflarse. Desde pequeños los entrenan en el arte del engaño. Seguramente se sabe el Padrenuestro de memoria, pero eso no prueba nada. Solo quería darle a usted la oportunidad de enmendar su error, habida cuenta de que pertenece a una de las grandes familias polacas, en honor a su abolengo. Pero si insiste, tendré que deportarla a usted y a toda su familia a Treblinka.
Insistió. Tuvo tiempo de urdir una pequeña conspiración que salvó la vida de Rebeca y la de su propia hija Ignatia. No conozco los detalles, pero tienen que ver con las guerrillas resistentes que aguantaban en los bosques del sur de Polonia, formadas por judíos y católicos, unidos esta vez por el odio común al invasor alemán y al soviético. Así llegaron Ignatia y Rebca a Sudamérica.
En esa época regía en Argentina la infame orden de la Cancillería que desautorizaba el ingreso a nuestro país de judíos huyendo del Holocausto. Mientras unos sesenta mil alemanes nazis entraron a la Argentina entre 1945 y 1955, muy pocos miles de judíos pudieron hacerlo, y siempre de contrabando desde Paraguay, Bolivia o Uruguay. Coimeaban a los guardias de Gendarmería y con nombre o pasaporte falso llegaban a Buenos Aires.

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