Y nosotros, estamos vivos?
Desde el 31 de julio de 2006 Fidel Castro ha muerto varias veces y de diversas maneras. A raíz de su proclama, en la que pasaba el poder a un gobierno “colegiado” entre algunos de sus adeptos, encabezados por su hermano menor, la gente comenzó a entender que el líder era, en efecto, un tipo mortal como cualquier otro. El “nuevo” gobierno, por su parte, en evidente conjura con el Ancianísimo, urdió una trama teatral para mantener a la población en la creencia de que éste estaría siempre para guiarnos tan pronto su sapiencia para gobernarnos fuera invocada, dejando así sentada de paso la incapacidad de los sucesores para tomar decisiones por sí mismos.
Es así que en estos dos años y medio el caudillo solo ha existido en los medios de difusión o en los testimonios de aquellas personalidades extranjeras que, de visita en la Isla, han declarado haberse entrevistado con él. Desde su retiro obligado, algunas escasas fotos y una presentación en un vídeo que pasaran en la TV han sido consideradas como las pruebas contundentes de que Castro “vive”; eso, sin contar las “Reflexiones”, recurso casi infantil para prolongar su presencia de efigie invisible, más allá de los límites de cualquier razonamiento lógico.
Estas intermitentes muertes y “apariciones”, sin embargo, han traído como consecuencia la más absoluta indiferencia popular respecto al otrora invicto y omnipresente comandante. La “noticia” del falso muerto corría pero nadie hablaba de eso, para bien ni para mal. La más clara de las conclusiones que ha sacado la gente es que, en definitiva, con o sin él todo está igual que antes: la misma pobreza, igual falta de libertades, la desesperanza. Las expectativas iniciales que despertaran la Proclama, la ulterior “elección” de Raúl Castro como presidente y las falsas promesas de cambios que éste hiciera, han ido cediendo paso a la más completa abulia. La falta de fe y de confianza en los gobernantes es hoy un patrón generalizado en la sociedad cubana y no parece que exista nada que pueda cambiarlo… ni siquiera la supuesta muerte definitiva del tantas veces finado-resucitado.
Esta última vez –llamémosle “la penúltima muerte”- ha venido a confirmar que F. Castro no solamente vive exclusivamente en los medios de difusión, sino que también muere allí. La prensa extranjera, los cubanólogos, los analistas y los druidas han estado haciendo cábalas durante casi todo el mes de enero acerca del más reciente conato de deceso, hasta que apareció la princesa del cuento, bajo la forma de la esposa de Néstor Kirchner, y ha resucitado al zombie. Cosas de la prensa, ya ven.
En lo que a mí respecta, la eventual muerte del caudillo no sería más que el final de un “algo” y el principio de otro. Es lamentable que para tal principio los cubanos deban esperar a su verdadero deceso: otro resultado de medio siglo de dictadura y de más de dos siglos de irresponsabilidad histórica de todos. Porque precisamente para que sea “otro” el destino de los cubanos, tendríamos que apostar desde ahora, si no queremos esperar 50 años más a merced de los caprichos de alguien. Nadie parece entender que en el contexto cubano actual, lo más importante en realidad no es que Fidel Castro esté muerto o no; sino si nosotros estamos realmente vivos.
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