¿Por qué desapareció la leche?;
¿por qué un gobierno revolucionario no ha podido en nueve años cambiar la terrible situación de las cárceles?;
¿por qué la inseguridad sigue siendo un problema tan grave en las calles, en los pueblos y en los barrios?;
¿por qué no hemos podido solucionar problemas tan graves que azotan en cada esquina? ;
¿por qué sigue tan fuerte y descarado el contrabando?;
¿cuál es la razón de la impunidad?;
¿por qué las mafias siguen incrustadas en los servicios públicos?;
¿por qué las gestiones ante las instituciones públicas siguen siendo una pesadilla?;
¿cuándo acabaremos con los chantajes de permisología?;
¿por qué cuesta tanto producir bienes?;
¿por qué seguimos consumiendo alimentos importados?
¿por qué la corrupción no ha sido derrotada?"
Estas fueron las preguntas, increiblemente sinceras y elocuentes, de un mandatario revolucionario que está empezando a darse cuenta del desastre que produjo. Es un rasgo positivo, que al menos a mis ojos lo pone a la altura de un ser humano normal, con el cual puede discutirse. Y es , obviamente, la confesión de su fracaso e impotencia para salir del callejón sin salida a que ha conducido a su país.
Sería bueno que admita, en la misma línea de sinceramiento, que es hora de dejar los absurdos controles de precios, de sincerar las variables básicas, de acabar con la fiesta petrolera, de despedir a la mitad de sus ministros, de dejar de lado su Socialismo del siglo 21, de plantearse un gobierno de unidad nacional para hacer más suave su despedida del poder, la cual se producirá, a Dios gracias, en 2012.
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