Las encuestas lo daban ganador a Mauricio Macri por pocos puntos y con un pronóstico malo para la segunda vuelta. Por fin, el kirchnerismo haría pie en la esquiva capital, de la mano de Filmus y La Cámpora.
El espejismo, construido trabajosamente como un relato indiscutible durante meses, se deshizo con la primera ráfaga de aire fresco. La verdad desvanece las falsas ilusiones. Mussolini dijo que lo único real es la ilusión, libreto que todos los autoritarios han aplicado hasta el cansancio. Pero cuando lo real se impone a lo ilusorio las víctimas quedan perplejas: ellas habían creído su propia mentira, que es la mejor manera de hacerlas creíbles. Ellos se especializan en creer que no hay inflación, que no hay fuga de capitales, que hay una creciente inversión desde el exterior, que el Modelo es modelo en todo el mundo, que han construido 800 mil viviendas o mejorado la Educación. Lo creen con la fuerza del fanático. No entienden nada.
No entienden que Buenos Aires ha sido desde la Colonia un hueso duro de roer para el poder. Los reyes españoles no pudieron controlar esa plaza contrabandista, manejada por judíos portugueses, amante de las ideas nuevas , abierta con su puerto a todas las banderas. Una ciudad, que al decir de algún escritor nacionalista, traicionaba la esencia española de América y se volcaba al mundo. La ciudad que primero rompió el yugo español.
Buenos Aires fue el único distrito en el que Perón ganaba por pocos votos. El Peronismo, hábil para inventar realidades planeó entonces un nuevo mapa de comunas basado en la idea de romper los bastiones opositores. Surgió así un mapa absurdo, con circuitos serpenteantes que buscaban anular a la oposición. Lo logró: con un 45% de los votos, la oposición solo obtuvo un representante legislativo.
“Porteños gorilas” insultó algún ministro cuando en la Capital perdió lastimosamente Cristina Kirchner en 2007. "A mí me llama la atención que la ciudad de Buenos Aires se parezca a Macri: yo no vi nunca nadie a quien le importara tan poco el gobierno" acaba de ladrar el inefable Anibal Fernández, o sea: somos estúpidos.
Los estúpidos porteños, inmanejables, le han dado una lección al resto del país: no someterse al poder.
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