(Artículo publicado el 13-03-08 en Nueva Rioja)
El idiota argentino es el chofer que cruza una barrera baja, asesinando a 18 personas.
El idiota argentino es el piloto a punto de despegar que se dedica a seducir a la azafata (le propone “intercambiar nuestros néctares”), desoye una alarma, y muere calcinado treinta segundos después, asesinando de paso a setenta personas.
El idiota argentino es el conductor de un camión, borracho, que se lleva por delante un ómnibus lleno de estudiantes solidarios, asesinando a un docena de ellos.
El idiota argentino tira una bengala en un recinto cerrado y asesina a 196 personas.
El idiota argentino a veces no sale en los diarios: es ese obrero que, colgado de la nada, sin arnés o correa, se dedica a limpiar los vidrios de la torre que hay frente a mi piso. No cae al suelo simplemente por que esta vez la taba fue para el lado de la suerte. La próxima vez se caerá y quizás, de paso asesinará a algún peatón desprevenido.
El idiota argentino es el jovencito corriendo picadas, pero también el policía que balea al ladronzuelo y de paso , asesina a una chica embarazada.
El idiota argentino es el peatón que cruza en rojo y te maldice si se lo señalás.
El idiota argentino, sin embargo, tiene una gran caja de seguridad: se llama prensa o sindicatos o intelectuales, depende.
Por ejemplo, nunca el chofer tiene la culpa: siempre la empresa es la que lo negrea y lo obliga. Indefectiblemente el sindicato de camioneros o de transportistas dirá que el colectivero o el conductor iban sin dormir y borrachos, por culpa de la empresa. El peatón dirá que nadie hace caso de los semáforos y que los conductores no lo respetan – lo cual es cierto pero no le da derecho a cruzar en rojo o a esperar en la acera, no en la vereda-.
Digo, está muy protegido el idiota argentino. Casi diría que hay facultades enteras dedicadas a dar argumentos que desrresponzabilizan al idiota argentino, lo exculpan, lo apartan de cualquier sanción, lo protegen de las maldades del sistema judicial.
Siempre el idiota argentino podrá aducir que el sistema no le enseñó, que la empresa lo obliga, que su inconciente lo traicionó, que tiene una compulsión que lo obliga a cometer idioteces. Jamás admitirá culpa alguna.
La asesina de su bebé recién nacido dirá que fue violada; el conductor, que tenía prisas por que si no perdía el empleo; el policía, que disparó al tun tun porque nunca le enseñaron que habiendo inocentes en riesgo NO hay que disparar.
Es cierto: el sistema tiene la culpa pero eso no EXCULPA al actor de la idiotez. A menos que creamos que el ser humano es como un robot, manipulado por las instituciones, sin alma ni juicio, sin poder de decisión, sin conciencia, sin responsabilidad, sin limites, más que su propio deseo. Un idiota.
No creo, sin embargo en que los argentinos sean idiotas: casi hacemos un culto de la viveza criolla, de la piolada argentina frente a los ingenuos gringos. Nos creemos inteligentes y quizas lo somos, de algun modo extraño, que no tiene que ver, indudablemente con el sentido común, con el respeto a las normas, con asumir responsabilidades, con cumplir la palabra, aceptar si se pierde, no enloquecerse si se gana; no tiene que ver con el pudor, la modestia, la cortesía. La inteligencia argentina es un aspavientos, una mascarada, un derroche, un fulgor pasajero. Nada queda. Solo el desamparo de los deudos y la soledad eterna de los que hoy murieron en manos del idiota argentino.
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