Michel Petrucciani era enano y deforme a la manera de Touluse Lautrec. Su fealdad, vista desde el punto de vista estético, era contraparte de su belleza como interprete de piano-jazz. Su soledad encontraba remedio en la fuerza de cada una de sus infinitas notas, esgrimidas como espadas para herir la indiferencia. “Acá esto yo, carajo!” grita, pero no desde la fealdad de la protesta sino desde
Petrocciani sabía que la vida puede ser cruel y corta (soportó sus huesos débiles, murió antes de los cuarenta años) y, en vez de enloquecer, en vez de entregarse a la droga, el alcohol, o a la nada, se entregó entero a la música para dejar huella de su paso por el mundo. Conozcan su obra.
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