En un momento surgió el tema de las papeleras. El único que declaró el derecho de Uruguay a construirlas, el que dudó de sus efectos contaminantes y el que señaló la locura asambleísta fui yo, un servidor.
El resto casi me fusila en el paredón revolucionario.
Mi amiga P. me miró con lástima y me dijo “No puedo creer que opines eso. ¿Vos opinas eso, Esteban, no sabes lo que significan esas papeleras para el medio ambiente?” . Dejó sin decir, pero implícito “Vos eras para mi un tipo inteligente…Como no podes ver que nos quieren ensuciar el mundo, que la voracidad capitalista se lleva puesto el medio ambiente. No puedo entenderte”.
Mi ex amigo B., antiguo jefe político mío, me dijo textualmente:
- Veo que tenes una cuestión personal en esto. No entiendo tu vehemencia. Está claro que estas depositando problemas personales tuyos en esta cuestión.
Seguía cumpliendo su viejo papel de comisario político stalinista, a cargo del cuidado de la sana doctrina. Toda desviación, en aquellos tiempos, era de origen “pequeño burgués” y respondía a “conflictos personales no resueltos”.
Otro, a quien no conocía, ante mi insistencia en que los científicos ponían en duda la contaminación de BOTNIA, saltó:
- La ciencia no existe, todo es política. El imperio usa la ciencia para justificar sus agresiones
Nunca me sentí más confortado que al término de esa reunión. Nunca tuve tan clara demostración de que mi postura, cuando menos, no se basa en la ideología sino que intenta desentrañar la verdad.
Si la verdad objetiva no existe, si todo es política, si todos son problemas personales, si el mundo esta en mano de cuatro empresas contaminadoras, si el tercer mundo es objeto de la agresión del primero, ELLOS tiene razón y me retiraré a escribir mis memorias.
Pero si aun puede apostarse a la ciencia, si la política puede reducirse a un juego inofensivo, si la gente tiene derecho a la información, si la razón prima sobre la pasión, el camino que queda es aun transitable y seguiré discutiendo en cada reunión, peleándome con antiguos amigos, escribiendo mis dudas, enfrentándome al aparato stalinista de homogenización del pensamiento.
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