La Escuela Austriaca es la que le ha devuelto a la Economía el lugar de ciencia social. Los llamados economistas clásicos habían esfumado al hombre, reemplazado ahora por “colectivos” (El Consumo. La Producción. El Ahorro. El Déficit, etc.) que son entidades puramente intelectuales, descritas mediante ecuaciones cada vez más complejas. Los economistas clásicos desconocen que son las innumerables decisiones cotidianas de millones de actores las que producen la realidad económica: qué comprar y qué no comprar, a cuanto comprar, cuanto ahorrar, cuanto invertir, en qué invertir, vender o no vender, prestar, pedir prestado, honrar las deudas o no honrarlas son las alternativas que los hombres escogen día tras día. Y como estos economistas las desconocen, no tienen idea de cómo medirlas, evaluarlas o- mucho menos- anticiparlas.
No saben por qué un empresario determinado decide encarar un proyecto, crear un nuevo producto o servicio, contratar o no mano de obra, etc. O sea, la dinámica real de la economía se les escapa por que no entra de ningún modo en su marco teórico.
Como tienen un respetable tufillo matemático – y los políticos desconocen y respetan a las matemáticas- sus análisis y diagnósticos tienen gran acogida entre los decisores políticos. Cuanto más alejadas de la realidad del mercado y más cerca de las ciencias exactas, las conclusiones parecen ser más serias y creíbles.
La escuela austríaca se basa en el concepto del carácter subjetivo del valor de los bienes: el valor no es un componente intrínseco del producto- como la economía clásica y el marxismo afirman- sino una opinión, una “valoración” que el sujeto hace en relación a determinado bien. Como es evidente esa valoración depende de circunstancias de tiempo y lugar que son casi infinitas. “Mi reino por un caballo” expresa que para ese rey vencido en la batalla, el máximo valor era un caballo que lo alejara de la amenaza de morir en el campo de batalla. Todo es relativo, diría una vecina. Y como todo es relativo ninguna estimación, ninguna ecuación formalmente perfecta puede anticipar el volátil comportamiento de los mercados, o sea de la gente tomando decisiones desde su subjetividad, desde su concreta situación. Hoy bajó el petróleo 6%. Hace una semana esa baja no figuraba en los diagnósticos de ningún economista.
El foco puesto en el individuo significa que los factores situacionales y psicológicos adquieren enorme relevancia. Supone que hay que describir los conceptos que guían la toma de decisiones: cual es la insatisfacción que la compra o la venta de un bien viene a generar, cual es el balance entre costos y beneficios que cada actor efectúa, qué está dispuesto a perder a cambio de obtener esa satisfacción, que cantidad de riesgo está dispuesto a asumir al tomar una decisión de inversión, etc. Esos son todos temas de estudio de una ciencia social que tiene que incorporar la voluntad, el deseo como factores subjetivos clave para describir la conducta del hombre en proceso de decisión.
Ninguna Macroecuación resuelve las incógnitas, sino más bien, tiende a ocultar el verdadero proceso decisorio. La elegancia de las matemáticas solo sirve en el mundo físico, en el cual las relaciones entre elementos son fijas. La gravedad siempre produce una misma tasa de aceleración de la velocidad de caída (9,8 metros por segundo) , independiente del peso del objeto, demostró Galileo, inaugurando las ciencia exacta. En cambio, nadie puede “demostrar” que los pescadores del puerto querrán deshacerse mañana de la merluza a $10.
No hay en el mundo “relaciones fijas” entre las valoraciones de distintos bienes. No hay una tasa de cambio fija, que indique que siempre las amas de casa preferirán cuatro manzanas a tres bananas. Esa supuesta estabilidad de las valoraciones está en la base de todos los proyectos intervencionistas: el Estado- lleno de científicos y estadísticos - fija los precios de millones de productos y salarios, de una vez para siempre. Fija la relación entre manzanas y bananas como si las contingencias del clima, el cambio del gusto o cualquier factor impredecible dejaran ya de operar, por decreto, en la tasa de cambio entre los bienes, o sea en las valoraciones subjetivas de los actores económicos.
De ahí, su fracaso. La economía soviética fijaba sus precios de referencia tomando como señal los precios que su enemigo, el capitalismo, determinaba por la libre fluctuación de la oferta y la demanda. Hasta para eso necesitaban de su enemigo.
El Socialismo Científico, que alardeó de haber desentrañado la lógica profunda de las relaciones sociales necesitaba ciertos valores de referencia que su “ciencia”, simplemente, no alcanzaba a determinar. Obviamente lo que obtenía era una caricatura de precios, ya que no existen precios si no hay actores que toman decisiones con diversos grados de libertad y especulan, toman riegos, apuestan, estiman el comportamiento futuro del mercado.
Ese es el complejo camino que recorre la ciencia económica que desarrolla la Escuela Austriaca: lidiar con la complejidad, con la subjetividad, con la variabilidad, el cambio, lo impredecible para tratar, modestamente, de explicar los fenómenos económicos, los fenómenos humanos.
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