sábado, agosto 01, 2009

Otros dioses, otros dogmas, otras ceremonias

En la Antigua Grecia e Italia, cada ciudad constituía un cerrado universo amparado por dioses y héroes locales, a los que había que conformar mediante ritos en forma periódica. Cada ciudadano era miembro de la religión local. No existía la idea de un dios universal ni de un rito único. Cada familia tenía sus rezos secretos dedicados a sus manes, y cada ciudad sus libros y ritos secretos, que debían ser ocultados de la vista del extranjero.
Así como el padre de familia era el sacerdote del culto familiar, el Rey era el Pontífice, el sacerdote máximo, intermediario entre los ciudadanos y los dioses. Su función sacerdotal era ejercida junto a su función militar y judicial. Los Reyes eran obedecidos sin necesidad de policía, simplemente por su carácter sacerdotal.
La ciudad era la patria, la tierra de los padres. La Patria exigía fidelidad absoluta incluyendo morir por ella. Nadie moría por un Rey, pero si por la Patria.
Los ritos eran estrictos, exclusivos, detallistas: banquetes públicos, sacrificios, holocaustos estaban regimentados, palabra por palabra, gesto por gesto, vestimentas, coronas, adornos, cánticos.
La Ley era la Palabra, no había “espíritu de la ley” más allá de las palabras. Por eso cada palabra era única, inmodificable.
El Derecho emanaba de la Religión, el Estado era la Religión.
Dos ciudades vecinas eran absolutamente extrañas una a la otra: no compartían más que un idioma común pero cada una tenía sus dioses, sus leyes, su culto.
Los extranjeros no tenían ningún derecho: al no poder compartir la religión, se los relegaba del Derecho. No podían litigar, no eran propietarios, no tenían derechos políticos. Jurídicamente un extranjero era un esclavo. No había peor pena que el destierro, que transformaba en extranjero al ciudadano, perdiendo así toda posesión, su familia, su dignidad.
Por eso otra ciudad era el lugar de “otros dioses, otros dogmas, otras ceremonias” como señala Fustel de Coulanges, la residencia del Otro.
La pregunta clave es, en ese contexto, la pregunta hayekiana: ¿como establecer normas que permitan el comercio internacional, cuando los extranjeros no tenían derechos ?¿Como abrirse a los intercambios, en contextos tan celosos de la exclusividad y tan desconfiados del Otro?

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