viernes, agosto 21, 2009

Artículo de Ignacio Moncada

La lucha contra la riqueza

Dice el economista Xavier Sala-i-Martin que las crisis económicas son como los accidentes de avión. Suceden por una convergencia de fallos que provocan que el avión, o sea el PIB, caiga a plomo. Después se examinan las cajas negras de la economía y se abre investigación sobre si el piloto bursátil volaba bebido. Se invierte mucho esfuerzo en detectar las causas del siniestro y en garantizar que no vuelva a suceder, que el sistema financiero no vuelva a estrellarse. Pero da igual, porque las crisis económicas siempre vuelven. Y las causas de la avería nunca son las mismas.

Sin embargo, siempre hay quien aprovecha las crisis para alimentar la vieja ideología del rencor hacia los mismos. Abrió fuego Rodríguez Zapatero: la causa de la recesión no han sido los bancos centrales, ni la intervención política en los sectores energético e inmobiliario. Ha sido la "codicia" de Wall Street. Está claro, los culpables han sido los ricos. Los de siempre.

La persecución a los ricos, a los emprendedores y a aquellos que pueden proporcionar empleos y generar riqueza es una constante de todas las épocas. Es anterior a Marx, aunque éste fue quien mejor supo encauzarla. Ya los nobles de la España medieval, por lo general guerreros sin cultura ni preparación, instruían a las masas en el odio a los judíos. No sólo eran perversos prestamistas, sino que eran tan influyentes en la corte que suponían una seria amenaza profesional para el privilegiado estamento nobiliario.

De igual manera, hoy en día la unión entre el socialismo más populista, el sindicalismo más conservador y el nacionalismo más proteccionista ha procurado ir tiñendo de sospecha a todo aquello que suene a riqueza. Estos propulsores del pensamiento único han ido conformando una lista de palabras proscritas, en la que "empresario" hiede a delincuencia, y "beneficios", a robo a mano armada. No hay presunción de inocencia para aquellos que se "lucran" y "enriquecen", pues no hacen otra cosa que quitarles a los pobres lo que les pertenece.

Es cierto que en algunas sociedades el enriquecimiento tiende a ser provocado por la corrupción y la delincuencia. Pasa, por ejemplo, en lugares en los que prosperan complejos entramados de tráfico de droga, en los que violentas mafias operan a la sombra de la ley aprovechando, en muchas ocasiones, la corrupción policial. Pero, en cualquier sociedad, cuanto mayor sea la libertad para contratar y la protección de la propiedad privada, mayor será la legitimidad de su enriquecimiento. Los individuos estarán decidiendo libremente a quien entregan su dinero. Elegirán, si de ellos depende, a aquellos que les presten un mejor servicio o les ofrezcan mejores productos. Y esto es lo que el célebre club del pensamiento único quiere evitar a toda costa.

La ideología de lo políticamente correcto, presente en todos los partidos, siempre ha presumido de "luchar contra la pobreza". Pero sus actos suelen dirigirse en sentido contrario. Se puede comprobar en una grave situación de crisis económica como la actual, en la que el Gobierno prefiere no acometer las reformas necesarias aunque ello suponga que haya más personas en el desempleo que en cualquier otro país desarrollado del mundo.

Los ejemplos de cómo no se ha permitido que los pobres prosperen en nombre de la "lucha contra la pobreza" son múltiples y variados. Pueden verse en las barreras arancelarias que se levantan ante la posibilidad de que mozambiqueños vendan sus cereales y los turcos sus avellanas; o en su oposición a que industrias como la del automóvil empleen a asiáticos en lugar de a americanos para sus cadenas de montaje. El pensamiento único siempre ha pretendido señalar la riqueza como algo perverso y delictivo, cuando realmente es lo que debería buscarse para todo el mundo. Lo razonable es que los pobres pasen a ser ricos, y no que los ricos pasen a ser pobres.
La pobreza, por tanto, no se combate luchando contra la riqueza. No se ayuda al pobre destruyendo al empresario; o subiéndole los impuestos y aumentándole las trabas a quien genera empleo y riqueza. La prosperidad para los pobres se alcanza permitiendo que cada uno sea útil en lo que mejor sabe hacer. Y para ello son fundamentales dos cosas: el abandono de la lucha contra la riqueza; y que todos, ricos y pobres, disfruten de la mayor libertad posible.

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