El antisemitismo argentino no se construyó en los pocos años que hubo entre la llegada del primer barco cargado de judíos (1889) y la feroz matanza de la Semana Trágica (1919). En treinta años no puede construirse un odio tan brutal.
La historia viene de mas atrás, de mucho más atrás.
Una Buenos Aires sin puerto, solo un Fuerte, una plaza armada, militarizada, en el confín de Sudamérica con la única función de cuidar las espaldas del Perú. Sin oro, sin plata ni indios que explotar. Un páramo, donde jamás hubiera podido nacer un poema. Una base militar austral, un caserío pobre rodeando una base militar: ese era el destino que el Rey quería para Buenos Aires. Y que su primer hombre de Estado - Hernandarias- diagramó con prolija eficiencia.
Ese plan, salió mal, pero pretende volver cada tanto.
Los que desbarataron ese plan, los que abrieron Bueno Aires al mundo –por izquierda, con el contrabando, o por derecha, logrando ordenanzas de reapertura el Puerto- fueron los judíos portugueses de Buenos Aires. Una especie desconocida, casi. Inexistente en los manuales. En todo Busaniche no hay una sola mención a este grupo humano.
Pero, ¿quienes eran realmente estos judeoportugueses, de donde venían?
La clave es , como apunta Boleslao Lewin, diferenciar a los marranos españoles de los criptojudíos portugueses.
Los primeros eran los que en largas décadas fueron aceptando las propuestas de convertirse al catolicismo y abandonando las duras posturas judías de los otros. Tuvieron tiempo para asimilarse, hacerse a la idea de un cambio de creencias y costumbres. Lo hacían, algunos quizás por convencimiento, la mayoría por simple instinto de supervivencia, por acomodarse a la “corriente principal”, abandonar toda pretensión de exclusividad.
Pero había un núcleo duro: los cien mil que fueron expulsados de España en 1492 , bajo el Edicto de los Reyes Católicos, por negarse a la conversión.
Este núcleo orgullosamente judío, que prefirió el exilio a la agachada, la verdad de sus creencias a la mentira y el ocultamiento de una conversión forzada llegó a Portugal. Allí el Rey aprovechó a otorgarles un permiso provisorio de residencia a cambio de su oro. Pero, finalmente, hacia 1497 ordenó su conversión forzosa. A ellos, justamente, que habían rechazado ese fácil expediente en España. La feroz masacre portuguesa- apresurada, enardecida- de judíos obligó a muchos de ellos a convertirse a las apuradas, sin haber realizado ningún proceso interno de asimilación paulatina a la idea. De pronto , fueron “cristianos nuevos”, tenuemente disfrazados con los ropajes del rito católico pero íntimamente judíos. Fueron, entonces, los “criptojudíos”, los judíos ocultos, que seguían en secreto con sus ritos. Los marranos españoles, en cambio, negaron su condición judía y aunque extraños aún a su nueva religión, abandonaron el rito secreto: la Inquisición se dedicaba especialmente a ellos, tratando de descubrirlos en un desliz.
Los portugueses criptojudíos abandonaron Lisboa, unos rumbo a Amsterdam y otros rumbo al Nuevo Mundo.
Durante casi cien años Portugal no tuvo mayor interés en las costas del Brasil, dedicado a sus posesiones africanas y asiáticas.
Fue un judeo-portugués , Fernando de Noroña, quien propuso al Rey poblar con nuevos cristianos ese país, proveyendo anualmente una cantidad determinada de palo brasil a Lisboa.
Así, los criptojudíos portugueses aprovecharon ese abandono de Portugal para instalarse y progresar en América.
Pero hacia finales del siglo XVI comenzó a haber interés en Portugal por enviar colonos , esta vez “cristianos viejos”, al nuevo continente y comenzó a perseguir a los criptojudíos de San Pablo y Rio de Janeiro.
Es así como algunos de éstos salieron de sus ciudades y se aventuraron al Perú, al Paraguay y a Buenos Aires, llevándose con ellos su cultura de intercambio comercial, el conocimiento de lugares y recursos del Brasil
Así, entonces llegaron a estas costas.
Sus artes de comercio seducían y espantaban a la vez a la cerrada alcurnia local, una aldeana aristocracia de las familias fundadoras de ese villorrio.
Dice Saguier:“La mayoría de los colonos criollos veían a la elite Portuguesa como una raza extranjera que debía quedar separada de la mayoría criolla, mientras que los Portugueses plebeyos eran vistos como parte de las castas [inferiores]. Los estereotipos típicamente aplicados a los judíos por los antisemitas --ambiciosos, esforzados, taimados, clánicos, astutos, inteligentes-- fueron siempre aplicados a los comerciantes Portugueses”
Dice Ernesto Palacio, historiador revisionista, justificando la política del rey “Si algo se justificaba desde el punto de vista del gobierno español, era el cierre del puerto de Buenos Aires. Su apartamiento de las habituales rutas marítimas, su situación a trasmano de la metrópoli y sobre todo su proximidad a lasa colonias portuguesas del Brasil hacían de él una especie de boca de infección, peligrosa como una herida abierta. Codiciada además por sus cueros y grasas, los barcos de comercio lícito e ilícito acudían como moscas. Ello implicaba el doble riesgo de inflicionamiento de herejía y judaísmo, por una parte y de la succión por otra, de energías útiles en forma de doblones peruanos o mercancías a las espaldas del control fiscal”.
Dice Saguier en su monumental “Genealogía de la tragedia argentina”. “ Ya en 1619, quince años antes de la complicidad grande descubierta en Lima, el Cap. Manuel de Frías, Apoderado General del Río de la Plata, un poderoso aliado de los Jesuitas y el representante de los productores orientados hacia el mercado interno, propuso a la corona española un extenso memorandum rogando por la inauguración de una oficina de la Inquisición en Buenos Aires, para poner un alto a los numerosos arribos de "cristianos nuevos Portugueses anteriormente judíos", que amenazaban la pureza de la religión y constituían un monopolio económico, por cuanto "...muchos de ellos eran ricos y poderosos y muy inteligentes en toda clase de mercancías y esclavos".
Portugués- comerciante- Judío se transforma en el identikit del “otro”, del enemigo encubierto que atentará aviesamente contra la tradición, la Fe y la corona.
Como señala Palacio – indignado como buen nacionalista católico- : “La ciudad comercial, inficionada de portugueses, contrabandistas – cartagineses en suma- empieza a despertar a la codicia y a la aventura y vuelve sus ojos hacia Europa, de espaldas a la tierra que la nutre.”
Esta claro entonces, que el odio nacionalista hacia el judío se entronca con el rechazo a esa ciudad “cartaginesa”, pro europea, aventurera, codiciosa, individualista, opuesta al interior, a la América, a la España nutricia.
Los judíos portugueses protagonizan el primer conflicto político surgido en la ciudad.
Señala Saguier que ese primario conflicto enfrentó a los partidarios de la apertura comercial, el intercambio libre y la ideas “erasmistas” con los partidarios del mercado interno, la cerrazón y la tradición católica y real.
“En Buenos Aires el conflicto ocurrió entre los Beneméritos, que representaban los intereses económicos de los productores orientados hacia el mercado interno, y los Confederados, representantes de los intereses de contrabandistas, traficantes de esclavos, y nuevos pobladores Portugueses. En esos casos, una victoria se alcanzó en ambos lugares, los vascongados y los confederados pudieron preservar su hegemonía política.
(…)
La principal característica de la facción Confederada era su ofensiva ideológica
expresada en una suerte de reformismo erasmiano, nutrido por el procedimiento casi libre en que los libros ilegales estaban siendo introducidos por Buenos Aires durante la Tregua de los Doce Años (1609-1621).
Una vez que Felipe III murió y la Guerra de los Treinta Años (1621-48) comenzó, las oportunidades para los conversos portugueses (cristianos nuevos) de introducir libros ilegales y participar en la vida hispanoamericana se incrementaron aún más. La exuberancia del pensamiento neo-erasmiano o lascasiano (Robles, Vives, Valdés), se expresó en la forma en que los militantes confederados luchaban contra los patrones de comportamiento etnocentristas e inquisitoriales practicados por los Beneméritos.”
Mario Sabán, al fin, va más allá y lo dice así: “Una de las claves para la comprensión de la historia económica argentina es la dinámica que imprimieron los judíos portugueses que arribaron a las costas del Río de la Plata durante la época colonial. Muchos investigadores no han logrado visualizar esa influencia. (…)
Los portugueses luchaban por la libertad económica de Buenos Aires. Los judíos lusitanos estaban imbuidos del espíritu burgués ascendente en Europa.(…)
Fue el obispo fray Francisco de Vitoria el primero en abrir el puerto al comercio exterior en la década fundacional de 1580. Hemos demostrado en un capítulo previo el origen judío de este eclesiástico, descendiente de la familia judía Aboab. Este hecho, más el aporte de Diego de Vega(..) permite decir que la contribución judía fue clave para que el puerto de Buenos Aires se constituyera en la puerta de entrada y salida de los principales productos europeos y americanos. “
Los judíos portugueses constituyeron la alternativa cultural, política, económica y social al absolutismo, exclusivismo, racismo y aislacionismo de los “Beneméritos”, de los cuales Hernandarias fue jefe y referencia durante tres décadas.
Alternativa Cultural: importaban libros prohibidos por la Monarquía y la Inquisición; Erasmo, por ejemplo. Y los viejos libros hebreos prohibidos. Apuntalaban la revolución renacentista, con su revalorización de la individualidad, la libertad, el intercambio de ideas y de bienes.
Alternativa geopolítica : opinaban que el destino de Buenos Aires era su apertura como puerto de la ruta Sevilla a Potosí, competidora de la Ruta Sevilla-Panamá- Lima. Esa ruta fortalecería la presencia de España en el Atlántico sur.
Alternativa económica: frente a una economía de subsistencia, dependiente de la lejana Lima, basada en el escuálido mercado interno, una economía de simple recolección y extracción, planteaban la apertura al comercio, la importación de productos del Brasil, y la exportación de productos rioplatenses, la apertura al comercio de esclavos y la exportación de cueros, plata y vinos.
Alternativa política: llegaron a manejar los nombramientos del Cabildo. Eso les permitía reglamentar de forma laxa las duras cédulas reales que prohibían y ahogaban la actividad económica de la gobernación de Buenos Aires.
Alternativa social: frente a una aristocracia de “cristianos viejos” celosa de sus títulos, planteaban la apertura social, los casamientos mixtos, la mezcla de razas.
Judíos portugueses fueron los primeros médicos, los primeros maestros, los primeros músicos. Y los primeros banqueros.
Esa primera batalla, la batalla por abrir la ciudad al mundo – frente a las cédulas reales que obligaban a cerrar el puerto, defendidas por los Beneméritos- fue ganada por los judíos.
Lo cual signó de alguna manera la singularidad porteña como ciudad abierta, cosmopolita, liberal, antiabsolutista, agnóstica, masona, antifederal, modernizante, comercial, importadora, exportadora, lectora, culta, inmigrante, integradora, no xenófoba. La ciudad que todos los movimientos nacionalistas -aristocratizantes o populistas- odian hasta hoy día.
Detrás de ese odio vive – ahora lo sabemos con certeza- el odio ancestral al judío portugués. Como una cara oculta, un estigma del cual “no debe hablarse” , la sangre “impura” de los cristianos nuevos invadió la sangre hidalga de las familias principales. Ese es el conflicto básico que continuó durante siglos impregnando la historia argentina, conflicto jamás resuelto, jamás ventilado públicamente, jamás elaborado.
De ese rencor de siglos nace la Semana Trágica.
1 comentario:
Respuesta de Mario Saban:
Estimado Esteban
He leido su articulo y me parece muy interesante, creo que si continua profundizando en el tema sera un gran aporte para comprender mejor las raices del antijudaismo argentino.
Lo saludo cordialmente
Mario Javier Saban
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