martes, mayo 12, 2009

Mi abuelo, el ignorante

En 1910 mi abuelo llegó a este pais. Bajó del barco, fue al viejo Hotel de Inmigrantes donde lo revisaron, lo alojaron durante tres días, le enseñaron los rudimentos del español y le dieron el pase.
Salió del puerto, caminó por Lavalle, con rumbo a la única y primera cita que tenía agendada: el bar de la esquina de Lavalle y Junín. Llegó, preguntó por su paisano, subió unas escaleras y ahí mismo se encontró con el amigo. Esa tarde ya era pintor de paredes. No se quejó de su suerte.
Yashe era judío ucraniano. O sea: conocía el frío como compañero viajes y travesías, como la que hizo cuando fue invitado por su padre a abandonar la casa, porque no se podía alimentar a diez hijos. Viajó esa tarde a otra aldea, a casa de unos primos, bajo el frío y la soledad de la estepa. Nunca se quejó de su duro padre.
Conoció a María, quien práctica y poco romántica lo desafió, a él y a un contrincante, a que la sacaran de ese frío infierno ucraniano y la llevaran a América.
No dudó Yashe de afrontar un viaje al otro mundo por un eventual amor.
Nunca le oí Yashe quejarse del frío ruso, de su duro padre, de su práctica mujer, tampoco de la Argentina.
Cuando partió para este continente no sabía que se estaba salvando de morir en la Primera Guerra, o en la Guerra Civil Rusa, o en el hambre ucraniano de 1932, o en los procesos de Moscú, o en Auschwitz, o en el GULAG.
Estaba feliz en Argentina, aunque aquí había soportado la Semana Trágica, el Golpe de Uriburu, con su antisemitismo corporativo, el suave fascismo criollo de Perón, las inflaciones, devaluaciones, crisis, golpes militares. Era feliz, a pesar de todo.
La única queja indignada que le escuché fue contra la Revolución Cubana. A mi -joven bienpensante de la izquierda argentina- esas palabras del abuelo me chocaron pero no me animé a discutir. Las atribuí a su senilidad. No a su sabiduría de viejo judío, experto en sobrevivir. El sabía que la comunidad judía cubana estaba despareciendo por el exilio. Y porque al régimen castrista lo judío le resultaba sospechoso de sionista.
El sabia más que nosotros. Conoció el frío, el desamor paterno, la soledad, la frialdad de su mujer, la distancia. Crió una familia sobre la base de no quejarse de las circunstancias, sino del poco esfuerzo que uno pone para mejorarlas. Nunca la culpa estaba afuera, para él. Pocos en la familia heredaron ese talante. Por desgracia todos culpabilizamos a otro siempre: el país, el mundo, el capitalismo o el socialismo. Yashe, que construyó un futuro saliendo de la desesperanza rusa nos dio una lección que pocos entendimos. Supo que Argentina devolvía con creces el esfuerzo, y él se esforzó. Era, en términos modernos, un ignorante: no se quejaba, no culpabilizaba, trabajaba, confiaba en su propio esfuerzo, no protestaba, no exigía, no daba por suyos supuestos derechos: el creaba sus derechos, no esperaba que el Poder se los concediera por su presión.

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