viernes, junio 20, 2008

Una creación del pueblo judío: la libertad

La ilustración, la modernidad, han querido transformar a la religión en una atadura que ha impedido la libertad del hombre, en una cadena que lo hizo esclavo de la superstición y el miedo al castigo eterno.
Hemos asimilado esta doctrina con suma facilidad. Nada más fácil que coincidir con las críticas de Russell o de Nietzsche, o Voltaire o Rousseau al ejercicio del poder clerical. Nada más absurdo y “anticristiano” que las guerras de religión, la Inquisición, y los asuntos terrenales que la Iglesia condujo durante centenares de años.
Es también evidente la lucha a muerte que la religión y la ciencia establecieron durante centenares de años, durante la cual las iglesias intentaron disminuir, condicionar, limitar el conocimiento científico en cuanto éste ponía en cuestión el dogma. Desde la Tierra como centro del universo, a la negación de la Evolución o el rechazo del inconciente freudiano, las iglesias han actuado como permanentes amarres, pesas colocadas a la libertad de investigación.
Nadie puede negar esto.
Ahora, se trata de otra cosa.
Hablemos del monoteísmo.
Dice Hayek
“Debemos en parte a las creencias místicas y religiosas -y, en mi opinión especialmente a las monoteístas- el que las tradiciones beneficiosas se hayan conservado y transmitido al menos durante el tiempo necesario para que los grupos que las aceptaron pudieran desarrollarse y tuvieran oportunidad de extenderlas a través de la selección natural o cultural. Esto significa que, nos guste o no, debemos en parte la persistencia de ciertas prácticas, y la civilización que de ellas resulta, al apoyo de ciertas creencias de las que no podemos decir que sean verdaderas -o verificables, o constatables en el sentido en que lo son las afirmaciones científicas, y que ciertamente no son fruto de una argumentación racional. Pienso a veces que, por lo menos a algunas de ellas y como señal de aprecio, deberíamos llamarlas «verdades simbólicas», ya que ayudaron a quienes las asumieron a fructificar, a multiplicarse y llenar la tierra y dominarla» (Génesis, 1:28).
Incluso aquellos, entre los que me encuentro, que no están dispuestos a admitir la concepción antropomórfica de una divinidad personal deben reconocer que la prematura pérdida de lo que calificamos de creencias no constatables habría privado a la humanidad de un poderoso apoyo en el largo proceso de desarrollo del orden extenso del que actualmente disfrutamos y que, incluso ahora, la pérdida de estas creencias, verdaderas o falsas crearía graves dificultades.”

O sea: la religión monoteísta operó como un formidable sistema de apoyo a la consolidación de tradiciones (normas e instituciones) que facilitaron el paso de la etapa tribal (el pequeño grupo defensivo, solidario y xenófobo) a la etapa de la civilización, en la que millones de personas trabajan en forma cooperativa aun sin conocerse, por medio de los intercambios libres.

Sigue Hayek

“Hasta el agnóstico tendrá que admitir que debemos nuestros esquemas morales, así como la tradición que no sólo ha generado la civilización, sino que ha hecho posible la supervivencia, a la fidelidad a tales requerimientos, por más infundados científicamente que puedan parecemos.

La innegable conexión histórica entre la religión y los valores que originaron y siguen sosteniendo nuestra civilización, tales como la familia y la propiedad privada, no significa sin embargo que exista una conexión intrínseca entre lo religioso y esos valores. Entre los fundadores de religiones a lo largo de los dos últimos milenios no han faltado quienes se opusieran a la propiedad y a la familia. Pero las únicas religiones que han sobrevivido han sido aquellas que defienden ambas instituciones.”


Dice José Ignacio García Hamilton (“Por qué crecen los países”)

“El pueblo judío estableció un sistema "teocrático", en el sentido de que pretendía vivir bajo el dominio de una autoridad divina, representada por un Dios único e invisible. Sus gobernantes se consideraban los agentes de Dios, pero no tenían un poder absoluto o arbitrario, sino que estaban limitados por la Ley del Señor, representada en la Torá, o Biblia, cuyas disposiciones regían tanto para gobernantes como para gobernados. Las Sagradas Escrituras exhortan a las autoridades a ser justas, y muchas veces les recuerdan sus deberes morales frente a los súbditos, bajo pena de que la ira de Dios recaiga sobre toda la comunidad.
La tradición hebrea muestra que dicha sociedad cultivó y fomentó la lectura y escritura para que la población pudiera aprender por sí misma la “palabra de Dios".
(…)
Los judíos fueron uno de los primeros pueblos del mundo que practicaron la limitación del poder mediante leyes escritas y la vigencia de sus valores y normas los convirtió en una nación industriosa y productiva.
Según la Biblia, Jehová indicó a Samuel que previniera al pueblo judío que, si elegía a un rey, éste iba a abusar de ellos y a esquilmarlos. “

O sea: el pueblo que inventa el monoteísmo crea un arma poderosísima para limitar el poder del Faraón: nadie puede incumplir la Ley. Los reyes están solo para hacerla cumplir. Nadie, además, le va a enseñar al pueblo lo que dice la Ley: el pueblo sabe leer y accede directamente al conocimiento.

Lord Acton refuerza este argumento:

“Es en la historia del Pueblo Elegido, por consiguiente, donde obtuve las primeras ilustraciones de mi tema.
El gobierno de los israelitas era una federación establecida en la unidad de raza y credo, en una autoridad política basada en un acuerdo voluntario y no en la fuerza física.
El principio de gobierno propio se aplicaba no sólo encada tribu, sino que en cada grupo de al menos 120 familias, sin privilegio de rango ni desigualdad ante la ley.
La monarquía era tan ajena al espíritu primitivo de la comunidad, que fue combatida por Samuel en esa famosa protesta y advertencia que ha sido constantemente confirmada por todos los reinos de Asia y muchos de los de Europa.
El trono se basaba en que el rey carecía del derecho a legislar para un pueblo que sólo reconocía a Dios como legislador, consistiendo su principal objetivo político en restaurar la pureza original de la constitución y hacer que su gobierno se adaptara al ideal venerado por las sanciones del cielo.
Hombres inspirados –que se sucedían continuamente para profetizar en contra del usurpador y el tirano– proclamaban constantemente que las leyes, de orden divino, eran superiores a los gobernantes pecadores, apelando a las autoridades establecidas –el rey, los sacerdotes y los príncipes del pueblo– tanto como a las fuerzas armonizadoras que dormían en las conciencias incorruptas de las masas.
De este modo, el ejemplo de la nación hebrea estableció las líneas paralelas sobre las cuales se ha conquistado la libertad: la doctrina de la tradición nacional y la doctrina de la ley superior; el principio de que la constitución se desarrolla a partir de una raíz, mediante un proceso de evolución, y no por un cambio esencial; y el principio de que es preciso poner a prueba a reformar todas las autoridades políticas conforme a un código que no fue hecho por el hombre.”

Lord Acton proclama entonces una verdad que nadie, imbuido y formado en el espíritu antirreligioso de la modernidad, podría siquiera sospechar: los judíos (sí, justamente el pueblo elegido para ser perseguido) pusieron los dos cimientos donde creció la libertad: la idea monoteísta de un dios supremo, ante el cual la autoridad del rey se disuelve y la convicción de que hay una “tradición”, un cuerpo de normas que evolucionan lentamente, para sustentar el cambio.
Es que un Dios individual, que puede ser conocido personalmente por cada creyente, al cual se le dedica un día (un shabat libre de reyes y patrones), un Dios que limita al Rey – que solo es un humano más- es una idea sencillamente revolucionaria. Demasiado para ser adoptada: el estado judío se hundió en la nada y con él esta raíz de libertad, recuperada siglos después.

¿No será éste el trasfondo histórico, la razón profunda que hay detrás del obstinado odio al judío por parte del Faraón, ya que ese pueblo le recuerda que su poder es limitado por una Ley divina, que el es solo hombre, no semidiós, ni Caudillo, ni Líder, ni Fuhrer, ni Ducce, ni Conductor, ni Jefe, ni Comandante?
¿No será que el odio al judío esconde el temor a la lectura individual de la Ley que cada judío hace, porque sabe leer desde hace tres mil años?
¿No será que el rechazo al judío es a la riqueza lograda por pura capacidad de gestión, sin depender de prerrogativas de sangre o de uso del Estado como botín?
¿No será, en definitiva, que el odio al judío es otra manera de odiar la libertad?

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