martes, noviembre 01, 2011

Un artícluo, quizas el último, de Rodoilfo Pandolfi


                                                 El ruido de la lata
                                                                                        Escribe Rodolfo Pandolfi


Un dato político casi sorprendente es la utilización, por parte del gobierno, de técnicas destinadas a avanzar sobre los sectores en que tradicionalmente era minoritario: científicos, protagonistas del espectáculo, músicos, pintores, intelectuales y miembros de la clase media culta. La ofensiva oficialista tiende a fragmentar la oposición y desinteresar al pueblo de los grandes temas que se discuten.
Para los políticos veteranos es curioso encontrar ahora a jóvenes que son partidarios de Cristina Kirchner. Al menos en los centros urbanos, ese territorio político había sido siempre opositor. Al mismo tiempo, la propaganda oficial busca atraer también así a los intelectuales. Contra toda la tradición que salta a la vista, por ejemplo, en los discursos del mismo Juan Domingo Perón, sus partidarios de ahora elijen fragmentos convenientes en sus debates internos.
El doble rasero o selección de indignaciones es un recurso cuya eficacia es incomprensible, pero funciona. Los países que mayor número de personas han torturado, asesinado, hecho desaparecer o utilizado para experimentos biológicos mortales son los mismos que denuncian sin cesar toda violación a los derechos humanos. Esas violaciones son malas cuando la practica la contraparte. Casi no es necesario citar ejemplos en ese sentido.
La estrategia comunicacional de las dictaduras, civiles o militares, se basa fundamentalmente en la discontinuidad. No es una casualidad que los programas de la televisión oficialista parcelen su discurso, lo maticen con humor y eviten que el televidente (o el escucha en el caso de un programa de radio) pueda razonar sobre lo que se dice. Esta técnica, asociada  a la creencia en un enemigo único que maneja todas las críticas al gobierno es, en el fondo la esencia de la estrategia psicológica del totalitarismo light que se utiliza en estos tiempos.
Las torturas físicas se reemplazan por el agobio al pensamiento coherente y la negación del diálogo con la creación de un estereotipo, el enemigo único. A  la vez, la sobrevaluación del factor sorpresa puede inclusive entretener pero no convence a largo plazo.
El tema fue muy estudiado por Max Picard. En su tiempo (finales de la década del 30 y principios del 40) el análisis se centraba necesariamente en la radio. Picard tomó un ejemplo concreto basado en un programa radial alemán: 6 de la mañana; gimnasia; 6 y 10 música ligera; luego, sucesivamente, noticias, lecciones de código Morse (muy difundido en ese tiempo), luego breve reflexión metafísica; enseguida estampas de la vida de un pueblo; a la 10 una pieza de música clásica; enseguida perspectivas del tiempo e impacto del mismo sobre la agricultura; más noticias, sobre todo del ámbito internacional; a las 11 música clásica; luego humor y así hasta el final.
El enemigo fue siempre presentado como  astuto y perverso pero, a la vez, ridículo; los amigos se multiplicaban pero no existía seguridad sobre la lealtad de todos.
Dice Picard: “no contento con ser caótico, ese mundo de la radio produce caos, presenta los hechos sistemáticamente fuera de contexto y anula la relación de unos con otros.
“Se reflotan episodios que aparecen en medio de la niebla del olvido; no hay (en esa estrategia) un mundo exterior que deba ser comprendido, solamente un revoltijo y ninguna mente que lo comprenda porque la mente misma se ha transformado en un revoltijo. En ese tráfico de la radio, el ser humano ni elije  ni examina sus objetos; un mundo liquido y descoyuntado pasa junto a un hombre descoyuntado y nada importa lo que pasa, nadie se interesa por nada, sólo que pasa algo. En esa procesión cualquier cosa puede arrastrase sin ser advertida”.
Picard agrega que a través de la comunicación oficial se genera un enorme vacío donde algo ruge, no se sabe si el bramido surge de los que mandan o de quienes son mandados; se alzan los brazos, no se sabe si para atacar o para defender, si se está con los verdugos o con los ahorcados”.
Los aullidos emitidos no están dirigidos solamente al pueblo sino, sobre todo, a los mismos puntales del poder. “Es como si un pedazo de lata, para probarse a sí mismo que sigue existiendo, estuviese siempre diciendo soy un pedazo roto de lata”.                                                     
            

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