La función de la Filosofía es definir el problema de la verdad del discurso.
Casi una contradicción. El discurso es una exposición orientada a definir la verdad del enunciante, a defender sus posturas, acciones, propuestas, planes, explicaciones, negaciones o distorsiones.
Casi por definición un discurso es lo opuesto a la verdad.
El problema es que tiene la “apariencia” de verdad. Un brillante discurso es aquel que miente sin que sea evidente, que convence con datos falsos o distorsionados, que incita a la acción coactiva bajo la apariencia de acción libre.
Escribe Popper:
"En su función descriptiva, podemos hablar del lenguaje como un vehículo de la verdad; pero lógicamente también puede transformarse en un vehículo de la mentira. Sin una tradición que actúe en contra de esta ambivalencia y en favor del uso del lenguaje con el objetivo de la descripción correcta (al menos en los casos donde no existe un fuerte estímulo a la mentira), se acabaría la función descriptiva del lenguaje; los niños no aprenderían nunca su uso descriptivo.
"Aún más valiosa es tal vez la tradición que actúa en contra de la ambivalencia relacionada con la función argumentativa del lenguaje, aquella tradición que actúa contra ese abuso del lenguaje que lleva a los pseudoargumentos y la propaganda. Esta es la tradición y la disciplina del hablar y pensar con claridad; es la tradición crítica, la tradición de la razón,
Los enemigos modernos de la razón quieren destruir esta tradición. Quieren hacerlo destruyendo y corrompiendo la función argumentativa e incluso descriptiva del lenguaje humano mediante una regresión romántica a sus funciones emotivas, expresivas (se habla mucho de la autoexpresión) y, tal vez, estimulativas o indicativas. Notamos con claridad esta tendencia en cierto tipo de poesía, prosa y filosofía moderna —en una filosofía que no argumenta, porque se aboca a problemas susceptibles de argumentación—. Los nuevos enemigos de la razón son a veces antitradicionalistas que buscan nuevas e impresionantes formas de autoexpresión o de "comunicación" y, a veces, tradicionalistas que ensalzan la sabiduría de la tradición lingüística ."
Los “nuevos antirracionalistas” se basan en destruir la función descriptiva del lenguaje negando las “verdades” que surgen de la mera observación de los hechos. Por ejemplo, que en Argentina hay inflación, o que la gente se refugia en el dólar para preservar el valor de su dinero. La primera táctica de los irracionalistas es negar el hecho, afirmar que “no hay inflación”, simplemente. Esto obliga al “racionalista” a tener que perder tiempo en demostrar lo obvio, que los precios crecen año a año en determinada proporción, que podrá discutirse la confección de un Indice de Precios, pero que mi canasta de supermercado pasó de 200 a 300 pesos en un año es un “observable” que no tiene discusión posible.
Luego operan sobre la función “argumentativa” del lenguaje, generando innumerables variantes de la “batalla cultural”, que no es otra cosa que disfrazar la verdad con mentiras. La inflación como resultado de una “conspiración” es la más habitual de las tretas argumentativas. Se usa desde el Edicto de Dioclesiano sobre precios congelados. En general, se basan en la idea de que no hay leyes objetivas, sino que toda la vida social es un escenario político, una arena donde el “pueblo” se enfrenta al “enemigo del pueblo”. La Economía deja de ser una realidad autónoma, que puede ser comprendida con herramientas científicas y se transforma en un mero sujeto pasivo de las “políticas”: los “buenos” tratando de congelar precios y los “malos” tratando de robar al pueblo incrementando los precios.
Por último, como señala Popper, los antirracionalistas retrotraen el discurso a su función “expresiva”, emocional y estimulativa. La “comunicación” emocional toma el volante y el discurso se centra en palabras de fuerte carga emocional. Él, el “modelo”, el pueblo, la Patria, la lucha contra los poderosos, etc. encabezan entonces la enunciación del discurso. Desaparece la función descriptiva y argumentativa del lenguaje y solo queda la Retórica, esa cáscara vacía.
Escribe Popper:
"En su función descriptiva, podemos hablar del lenguaje como un vehículo de la verdad; pero lógicamente también puede transformarse en un vehículo de la mentira. Sin una tradición que actúe en contra de esta ambivalencia y en favor del uso del lenguaje con el objetivo de la descripción correcta (al menos en los casos donde no existe un fuerte estímulo a la mentira), se acabaría la función descriptiva del lenguaje; los niños no aprenderían nunca su uso descriptivo.
"Aún más valiosa es tal vez la tradición que actúa en contra de la ambivalencia relacionada con la función argumentativa del lenguaje, aquella tradición que actúa contra ese abuso del lenguaje que lleva a los pseudoargumentos y la propaganda. Esta es la tradición y la disciplina del hablar y pensar con claridad; es la tradición crítica, la tradición de la razón,
Los enemigos modernos de la razón quieren destruir esta tradición. Quieren hacerlo destruyendo y corrompiendo la función argumentativa e incluso descriptiva del lenguaje humano mediante una regresión romántica a sus funciones emotivas, expresivas (se habla mucho de la autoexpresión) y, tal vez, estimulativas o indicativas. Notamos con claridad esta tendencia en cierto tipo de poesía, prosa y filosofía moderna —en una filosofía que no argumenta, porque se aboca a problemas susceptibles de argumentación—. Los nuevos enemigos de la razón son a veces antitradicionalistas que buscan nuevas e impresionantes formas de autoexpresión o de "comunicación" y, a veces, tradicionalistas que ensalzan la sabiduría de la tradición lingüística ."
Los “nuevos antirracionalistas” se basan en destruir la función descriptiva del lenguaje negando las “verdades” que surgen de la mera observación de los hechos. Por ejemplo, que en Argentina hay inflación, o que la gente se refugia en el dólar para preservar el valor de su dinero. La primera táctica de los irracionalistas es negar el hecho, afirmar que “no hay inflación”, simplemente. Esto obliga al “racionalista” a tener que perder tiempo en demostrar lo obvio, que los precios crecen año a año en determinada proporción, que podrá discutirse la confección de un Indice de Precios, pero que mi canasta de supermercado pasó de 200 a 300 pesos en un año es un “observable” que no tiene discusión posible.
Luego operan sobre la función “argumentativa” del lenguaje, generando innumerables variantes de la “batalla cultural”, que no es otra cosa que disfrazar la verdad con mentiras. La inflación como resultado de una “conspiración” es la más habitual de las tretas argumentativas. Se usa desde el Edicto de Dioclesiano sobre precios congelados. En general, se basan en la idea de que no hay leyes objetivas, sino que toda la vida social es un escenario político, una arena donde el “pueblo” se enfrenta al “enemigo del pueblo”. La Economía deja de ser una realidad autónoma, que puede ser comprendida con herramientas científicas y se transforma en un mero sujeto pasivo de las “políticas”: los “buenos” tratando de congelar precios y los “malos” tratando de robar al pueblo incrementando los precios.
Por último, como señala Popper, los antirracionalistas retrotraen el discurso a su función “expresiva”, emocional y estimulativa. La “comunicación” emocional toma el volante y el discurso se centra en palabras de fuerte carga emocional. Él, el “modelo”, el pueblo, la Patria, la lucha contra los poderosos, etc. encabezan entonces la enunciación del discurso. Desaparece la función descriptiva y argumentativa del lenguaje y solo queda la Retórica, esa cáscara vacía.
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