En noviembre de 1991, ayer nomás, cayó la Unión Soviética. Como dice Jorge Sigal, a quien acabo de escuchar en TV, cayó sin disparar un solo tiro, cayó por su propio peso, se desmontó como la escenografía de cartón de una película Clase B, con misiles de mentira y generales de opereta. Cayó sin dar explicaciones, como si hasta sus propios seguidores, que eran legión- y cito nuevamente a Sigal- e iban desde Picasso o Neruda hasta centenares de miles de líderes sindicales, universitarios, intelectuales, periodistas se hubieran quedado sin armas, ni siquiera las retóricas, esas que sabían manejar tan bien. ¿Alguien recuerda que dijo Fidel Castro al respecto? ¿Habrá acusado a la CIA? No lo recuerdo. Seguramente no se dio por enterado y siguió adelante con su propio estalinismo a la cubana. ¿Que dijo mi primo o a aquel amigo de la familia que brindaba siempre por la Revolución?¿ Que dije yo mismo? No escribí nada, en esa época, desgraciadamente, aun no había aprendido que no se puede pensar si no se escribe. Recuerdo, eso sí, que estuve muy contento, que grabé el video la caída del Muro de Berlín. Lo que si pensé y en algún lugar escribí años después es que con el fin del Comunismo se terminaba la lucha entre “valores universales” (igualdad, socialismo, libertad, democracia) y comenzaría la lucha entre “valores locales”: naciones, religiones. No me equivoqué ya que lo escribí antes de las guerras balcánicas y antes del resurgimiento del islamismo global. Se terminaba la confrontación global por “grandes ideas” y comenzaba una fragmentación del conflicto, reducido a términos más elementales como etnias, patrias o creencias.
Todos los comunistas miraron al costado. Nadie se dio por aludido. Nadie nos explicó que había pasado, nadie explicó algo tan reciente como la invasión a Afganistán y su millón de asesinados. En la década del 80 un millón de afganos fueron masacrados por el Ejército Rojo: tanta gente como la que masacró EEUU en Vietnam, pero algo infinitamente menos publicitado que esa guerra de Indochina. Nadie se autocriticó, pidió disculpas, se arrepintió. Nadie se vio en la obligación de explicar los cien millones de muertos por culpa del Comunismo: más había matado el Capitalismo, decían.
El mundo nunca pudo así saldar la experiencia soviética. Enseguida comenzó la critica al “fin de las ideologías”, al “neoliberalismo”, como si antes de criticar a este “sistema” no fuera preciso explicar al “otro sistema” y su patético final.
Nos quedamos así sin las sabias reflexiones de miles de intelectuales que explicaban hasta el hartazgo los defectos de las democracias. No escuchamos a Chomsky, ni a Derrida, ni a Galeano explicar semejante acontecimiento. Callaron, como gritan aun hoy por cada error, falla o crisis del imperfecto sistema capitalista. En vez de retirarse a reflexionar y salir fortalecidos mediante alguna catarsis, metieron violín en bolsa y siguieron como si nada hubiera pasado.
Septiembre de 2011 los volvió a encender y ahí se lanzaron en jauría a demostrar que ese horror no era más que la devolución del horror que el capitalismo había impuesto a las multitudes del tercer mundo. Punto. Hasta allí llegó su aporte.
Estamos huérfanos de ideas mientras el mundo observa los experimentos enloquecidos cobijados por consignas tales como “socialismo del siglo XXI”, “Islamismo mundial” o “Calentamiento Global”. Ahora “indignados” o estudiantes que piden todo gratis llenan las primeras planas. Y seguimos sin entender nada. Nadie que explique el presente, explicando el pasado.
Veinte años no es nada.
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