Los planes gubernamentales de repartir bienes “sin costo”, gratis, para el pueblo no son nuevos. En general, se basan en la simple idea de que a algunos le sobra y a otros les falta y que el papel del Estado es quitar lo que sobra y repartirlo a los que no tienen. Simple. Pero la realidad no es tan simple.
Un caso monstruoso de aplicación de este simple plan ocurrió en la URSS, en dos ocasiones. Durante el gobierno de Lenin se decidió requisar la producción de grano excedente a los campesinos para repartirlo gratuitamente entre los obreros. Con Stalin se procedió directamente a confiscar la tierra de los campesinos ( la “liquidación de los kulaks” se la llamó) y repartirla en grandes granjas colectivas que emplearían a los campesinos como asalariados.
El intento de Lenin costó cinco millones de muertos y el de Stalin, siete.
Años después, Mao intentó el mismo procedimiento- El Gran Salto Adelante- y obtuvo unos 30 millones de campesinos muertos por la hambruna resultante.
No es simple maldad: es profundo desconocimiento de leyes básicas de la economía sumado a la persistencia en error, la falta de planes alternativos y, además, el uso de la represión a los “enemigos del pueblo”, los campesinos que se niegan a entregar el grano, con millones de muertos en el Gulag soviético o chino.
La fallida experiencia de Lenin culminó con la Nueva Política Económica, una tímida vuelta atrás, legalizando el mercado. Los campesinos superaron así el hambre y el trigo fluyó a las ciudades. Rusia salió del estado catatónico y revivió. Pero por poco tiempo. A los pocos años Stalin volvió a la carga y esta vez no hubo vuelta atrás. Siete millones de muertos y una agricultura que jamás alimentó plenamente a la población urbana. Hubo nuevas hambrunas a fines de los cuarenta en la URSS.
Ya la Revolución Francesa había apelado a la misma política cuando dispuso el congelamiento del precio del pan, lo cual trajo aparejado que los campesinos plantaran menos trigo, hubiera creciente escasez (precio barato y poca oferta es sinónimo de desabastecimiento) que los Sans Coulottes quisieron resolver revisando granjas en busca de un supuesto grano escondido. El resultado fue también muerte y destrucción de instalaciones.
Pero los “revolucionarios” no aprenden de esas experiencias y siempre caen en el mismo pozo, pisan la misma piedra. No es casual.
Es su ideología la que los lleva a ignorar leyes humanas permanentes.
Descreen de la economía, solo creen en la política aplicada por un “poder popular” todopoderoso. Con la política creen revertir las escaseces que ellos mismos han provocado. Al no lograrlo, reprimen, encarcelan, fusilan, aterran a los productores, con lo cual agravan aún más el problema. Del control de precios pasan a la requisa y de allí a la estatización lisa y llana de la propiedad agraria, de cualquier tamaño: desde pequeñas producciones familiares a empresas agrarias. Y a los que se resisten, muerte.
Esa fórmula de fondo, almibarada con los toques modernos de “consenso”, “inclusión” y “redistribución” se sigue aplicando sin, obviamente, un Gulag detrás. Pero la cara de perro de los funcionarios encargados de los aprietes a los productores (sean estos chacareros, industriales, comerciantes o banqueros) es solo una cuestión de grado. Del asesinato se pasa a la intimidación y la extorsión. Pero es evidente que si pudieran, si vivieran en una realidad más primitiva y básica, apelarían a los viejos métodos de las dictaduras. En eso estamos.
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