Una de las peores herencias de la dialéctica hegeliano-marxista es la convicción de que todo sucede “dentro” de los sistemas: son las contradicciones “internas” de los sistemas los que provocan su radical transformación. Las tensiones entre esclavos y amos, o entre siervos y señores, o entre burgueses y proletarios son las que explican el devenir histórico. No niega el marxismo que sobre esta trama central de la historia se desarrollen otras sub-tramas, tales como las rebeliones nacionalistas, pero – a la manera de un guión de cine- hay una única historia central y esa es, siempre, una historia de contradicciones internas al sistema.
Henry Pirenne tuvo la osadía de demostrar que la caída del imperio romano, estrictamente, no sucedió bajo la presión de los bárbaros. Estos lo que querían, más que destruir el Imperio era apropiarse de él: de la civilización, las comodidades urbanas, la cultura y el arte romanos.
Lo que demuestra Pirenne es que la verdadera caída del occidente europeo se produce por la invasión musulmana que cierra el comercio marítimo. Con un Mediterráneo bloqueado, la Europa se cierra en sí misma, el comercio desaparece y llega el feudalismo como sistema de protección mutua, de lealtades personales, de pactos. La tierra comienza a ser el único bien valorado, desaparece el valor mueble, el dinero, los intercambios.
No hay ninguna rebelión de esclavos que produzca el feudalismo, ninguna contradicción interna hace estallar el sistema romano. Por el contrario es una irrupción externa al sistema la que lo colapsa. No son las tensiones entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción lo que produce el nuevo sistema de servidumbre feudal.
Es que el “factor externo” es impredecible en términos de “sistemas de interpretación de la historia”. Nadie podía prever ni explicar hacia el año 600, que en pocas décadas una nueva Fé, iluminada por un Profeta y su Libro, se expandiría desde la India hasta España, arrasando en pocos años, siglos de historia. Ese cataclismo no entra de ningún modo en el sistema marxista de interpretación de la Historia. Es una aberración que conviene ignorar. Y es ignorada por Marx y sus sucesores. Y no sería la única.
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