sábado, marzo 03, 2012

Octavio




El libro Redentores, de Enrique Krauze, es un pequeño milagro de sabiduría, un obligado camino para el que quiera entender a nuestra América, la del Che, Perón, Chávez o Martí. Se trata de doce biografías de personajes que encarnaron poderosas ideas, que movilizaron nuestra América durante un siglo.
Ante todo, se entiende gracias a Krauze la raíz del nacionalismo hispanoamericano, no ya la basada en viejo catolicismo de la Colonia, sino mixturado con ansias de libertad y democracia. Latinoamérica del siglo XX se alza como la contrafigura de Estados Unidos, el enemigo perfecto. Más que indagar sobre nuestra matriz colonial, como Juan García hace en “La ciudad indiana”, la generación de ruptura con el ideario liberal abraza el antiamericanismo como la bandera que justificaría una “nueva América”. Esta desmesura nos empantanó en un lodazal del cual aun cuesta salir.
La figura clave es Octavio Paz. Entender al poeta mexicano, a su transito desde la Revolución a la Democracia es comprender el desgarro de todos los que intentan salirse del Mito y entrar en la historia, en la simple historia.
Octavio Paz fue el poeta de la Revolución, el poeta de la República española en guerra con el fascismo, la figura central de la izquierda cultural hispanoamericana. Hijo de un revolucionario zapatista y nieto de un liberal que ayudó a fundar el México moderno, recogió ese legado con su genio poético y lo llevó a una altura desconocida.
Pero por debajo de su entusiasmo marxista y revolucionario, Paz comenzó a entrever, a atisbar como a través de la bruma que las cosas no eran tan hermosas en el campo revolucionario. Fue un asomarse muy paulatino, que duró décadas y que lo hizo escribir: “Cobarde, nunca vi el mal de frente”.
Un punto de inflexión fue el Congreso de Escritores en España, 1938 que repudió a Guide por las críticas a Stalin que vertió después de su visita a la URSS. Paz, calló, llevado por la corriente negadora, la entusiasta claque intelectual que aplaudía a Stalin y se negaba a ver sus crímenes.
Luego fue el asesinato de Trotski. Calló y se quedó pensando. Luego, la invasión a Hungría, los relatos de Solyenitsin… hasta que al fin sobreviene la iluminación final: su conversación con Brodsky , un sobreviviente del Gulag, que le relató, durante horas, los detalles de la represión a intelectuales disidentes en la Rusia de Stalin.
El poeta de la Revolución supo de pronto que la Revolución  “ ha sido la gran Diosa, las Amada eterna y la gran Puta de poetas y novelistas”. Ese Mito que los mantenía despiertos y vivos.
“ Alma no tuvo Stalin: tuvo historia / Deshabitado mariscal sin cara, servidor de la nada”. Supo que durante décadas los intelectuales latinoamericanos se habían dedicado a darle cara a quien no la tiene, darle Historia a quien no la merece. Recibió el desprecio de Neruda por gritar que el Rey estaba desnudo.
En definitiva, supo que Stalin era el desemboque de la Revolución, el mal disfrazado de esperanza. Creyó por algún instante en Trotski, pero pronto supo que era el que había militarizado a la clase obrera rusa. Se aferró a Lenin, pero se dio cuenta de que el creador de la Cheka fue solo un anticipo de Stalin. No se atrevió a llegar hasta Marx buscando la raíz del mal…pero su lectura de los nuevos filósofos franceses , como Bernard Henry Levy, lo llevaban a esa conclusión que íntimamente rechazaba: que la matriz del mal estaba en Marx.
Condenó la invasión a Checoslovaquia, la burocracia caudillesca de Castro, la locura nihilista del Che, las matanzas de Mao. Pero no abjuró de su fe en el socialismo. Reaprendió lo esencial: que la Democracia no es “formal”, “burguesa”, sino, simplemente Democracia, el mecanismo de la libertad política.
Es patético ver como nunca pudo hacer lo que finalmente pidió, la gran síntesis entre liberalismo y socialismo. Nunca entendió que no hay libertad política sin libertad de mercado. No leyó a Hayek.
Pero su lucha, la que le valió el repudio y la condena de la izquierda latinoamericana a él, justamente a él, al poeta de la Revolución, es una página humana estupenda. La verdad se impone aun a quienes han mamado, inocentes, del  Mito. Puede costar media vida, pero los decentes, como Octavio Paz pueden ver al fin la verdad, pueden pedir perdón por haber callado.

2 comentarios:

Orlando Tambosi dijo...

Excelente livro, Esteban.
Já falei dele em meu blog duas ou três vezes.
Abraço

esteban dijo...

Está extraordinariamente bien escrito y muy documentado. Aprendí mucho con su lectura. La gran verdad que surge es que las ideas son la fuerza más poderosa de la historia, para bien o para mal. Y que los intelectuales tienen una resposabilidad inmensa en la creacion de mitos tras los cuales se encolumnan los revolucionarios.

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