Esteban Lijalad, muy apesadumbrado, me acaba de comunicar la muerte de nuestro amigo común Isay Klasse, editor argentino que dedicó su eterna juventud --murió lleno de bríos a los ochenta y muchos-- a luchar por todas las causas que le parecían justas. La última noticia que tuve de él fue la campaña que había puesto en marcha para conseguir el Nobel de la Paz para Daniel Baremboin. Quería mi firma y, claro, se la di. También pensaba pedírsela a Mario Vargas Llosa, me dijo, convencido de que el prestigio de Mario convencería a los noruegos.
Creo que Isay publicó el primer libro sudamericano que denunciaba la dictadura castrista. No recuerdo quién era el autor ni el título de la obra, pero esto sucedió a principios de los años sesenta, cuando medio continente era fidelista. Fue importante que Isay lo publicara porque se trataba de una persona que provenía de la izquiera civilizada. En su juventud había militado en el Partido Socialista de Alfredo Palacio. Eso le agregaba fuerza moral a la denuncia.
A principios de los noventa me tocó mi turno. Parecía que la dictadura castrista llegaba a su fin tras el desplome del mundo comunista y le propuse a Isay que publicara mi libro VÍSPERAS DEL FINAL. Lo hizo y lo presentó en Buenos Aires junto a José Sebreli, uno de los mejores pensadores argentinos. Años más tarde, con ciertas modificaciones, volví a publicar la misma obra, pero con un melancólico título más ajustado a la realidad: La lenta agonía del castrismo.
En fin, todos hemos perdido mucho con la muerte de Isay: su familia, los argentinos, la causa de la libertad. Nos queda, eso sí, el regocijo de la amistad y la admiración que siempre nos despertó su ejemplo. Tenía esa capacidad de indignación que Unamuno siempre destacaba como un distintivo de las personas dotadas de una fibra moral superior. Hasta siempre, querido Isay. Gracias por tu vida ejemplar.
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