martes, septiembre 06, 2011

La paradoja hayekiana




Nadie como F. Hayek para destripar la lógica del progreso y la innovación.
Las nuevas ideas , nos dice en Los Fundamentos de la Libertad, no pueden planificarse, no surgen por la orden de un superior. La nuevas ideas surgen de la imprevisible combinación de azar y aptitudes, de fracasos y aprendizaje, de motivaciones individuales y hostilidad de las mayorías. La matriz del progreso no está en la razón, únicamente, sino en las casi invisibles instituciones, costumbres, formas de organización que son producto de siglos de evolución humana. Hay un carácter preconciente en ese sustrato casi invisible, y a la vez imprescindible para el progreso.
La gran paradoja es que la razón tiende al control , la planificación y la predicción, pero ella es producto de la libertad, la espontaneidad y la imprevisibilidad de la conducta humana.
Independizada y poco conciente de su origen, la razón tiende a creerse omnisciente, omnipotente. Los formidables avances de la ciencia y la tecnología le otorgan una base desde la cual intenta , ni más ni menos, la toma del mundo, el asalto a la realidad para dominarla. Ahí, la razón se despeña por el precipicio del absolutismo. A partir de ahí, desprecia las tradiciones, las instituciones que ha ido creando la humanidad mediante la prueba, el ensayo, el error. La razón decreta rápidamente el fin de la religión, la desaparición de la familia e inventa mundos utópicos sin mácula de no-razón, puros, perfectos como un experimento científico. Rápidamente resume los humano a un fenómeno de la ciencia natural y quiere aplicarle las ecuaciones que explican el mundo natural. Desconoce que lo humano se define más que por lo biológico y lo psicológico, por lo que Víctor Frankl llama “noético”: el mundo de los valores, los significados, el mundo de la búsqueda de sentido para la vida. En este mundo, las ecuaciones simplemente no consiguen aprehender su esencia. El sistema humano no es un sistema solar, o un sistema meteorológico. No puede ser explicado, sino tan solo, comprendido.
En este contexto, la pretensión de explicarlo todo, de saberlo todo, de preverlo todo inventa monstruos: sistemas cerrados, basados en supuestos sentimientos de fraternidad y altruismo, que terminan siendo caricaturas de lo humano: carecen de libertad, de imprevisibilidad, de azar, de sentido.
Bajo esa amenaza vivimos: desde las exóticas pretensiones de la Revolución Francesa- que bajo la batuta de Robespierre supo unir Virtud y Terror, en un casamiento que aun hoy sigue vivo-  hasta las utopías socialistas, nacionalistas y anarquistas.
Claro que entre Religión y Razón pareciera que la luz está del lado de ésta. Entre medievalismo, islamismo y orientalismo y utopías racionalistas pareciera que la opción es clara. Esa es la trampa de la postmodernidad. Ninguna comprende la libertad como esencia del fenómeno humano y todas tratan, cada una a su manera, hacer previsible, seguro, estático y congelado el futuro.
La pregunta es: ¿no lo estarán consiguiendo?

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