La idea de “un hombre, un voto”, esencia de la democracia, ha generado como efecto quizás imprevisto y negativo, la idea de que todos los hombres valen lo mismo, lo cual no es cierto, obviamente. No somos iguales. El tango lo dice claramente: “ Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso, estafador. Todo es igual, nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazaos ni escalafón, los ignorantes nos han igualao.(…) Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón”
Obsérvese que Discépolo no solo se queja de la “igualdad moral”, donde da lo mismo “ser derecho que traidor”, sino de la igualación de méritos: “los ignorantes nos han igualao…lo mismo un burro que un gran profesor”. No hay “aplazaos, ni escalafón”. Es lo mismo ser “ignorante o sabio”.O sea, cualquiera aprueba los exámenes, cualquiera sube en su carrera, independientemente de su mérito.
Nadie, obviamente, podrá acusar a Discépolo de aristocratizante…Lo que señala el tango de denuncia más importante de la historia es la mezcla de calidades morales, intelectuales o sociales. “Vivimos en el mismo lodo, todos manoseaos”
“Nada es mejor”, protesta: lo mismo la buena música que la chatarra o la cumbia villera, cualquier profesión da lo mismo, no valen los méritos sino la viveza o el mero azar.¿Acaso era conservador Discépolo, que adhirió en su momento al peronismo?
Bien. Queda claro que aun desde la sensibilidad popular se “discrimina” al burro del gran profesor y se exige que haya “aplazaos”.
La sensibilidad actual es exactamente la inversa: hoy el tango debería quejarse, diciendo “ Nos han discriminado con el cuento de que hay sabios o ignorantes. Somos todos iguales: todos debemos ser aprobados en los exámenes que nos propone la vida. Si no nos aprueban no es culpa nuestra: es que la enseñanza esta manipulada para que solo los hijos de los ricos aprueben, por eso Argentina sale penúltima en todas las pruebas internacionales de conocimientos del Secundario”
La queja es exactamente la opuesta a la de Discépolo.
Ese es un efecto no pensado de la democracia electoral. El hecho de que todos los hombres valen igual a efectos del voto poco tiene que ver con una especie de democratismo universal donde todo vale lo mismo. Los países que no destacan, premian, protegen o incentivan a los que más saben, a los que más crean, a los que más descubren, caen en la trampa del igualitarismo, que achata, congela y hace decaer la productividad, lo único que los salva del atraso y la desigualdad.
La desigualdad no se combate con igualitarismo sino con todo lo contrario: incentivando a los que no son iguales, a los mejores y tratando de que los que se destacan por méritos, motivación, inteligencia o creatividad sean los primeros, no parte del montón.
Así de duro como suena.
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