La caída de
Solo nos restaba imaginar el futuro: Internet, comercio global, desarrollo de nuevos bienes y servicios, tercera ola, economía del conocimiento, ruptura de la vieja organización piramidal, nuevos modelos de empresa y estado, surgimiento de las ONG, papel más activo de los consumidores, quiebre del sistema de partidos tradicional en muchos países, nuevas formas de participación política, nuevos diseños institucionales, nueva cultura , crecimiento de lo diferente, cruce de experiencias, respeto a las minorías sexuales, culturales o étnicas. Todo eso se abría a nuestra imaginación, hace tan solo diez años.
Es obvio que el diablo metió la cola.
Lo primero fueron las guerras xenófobas en los Balcanes y su revalorización del nacionalismo, el factor religioso, los particularismos culturales, la diferencia.
Después fue la crisis económica de los tigres asiáticos, Brasil, Rusia, la caída de las punto com, con su carga de pesimismo, la vuelta defensiva a Papá Estado para que nos salve de la crisis.
Y el golpe final, Bin Laden y su catarsis antioccidental, el Islam como nueva ideología del mundo pobre, su adopción por la izquierda residual que había perdido sostén desde 1991. Por último la agonía de Irak.
La pérdida de todo horizonte de futuro (a menos que se crea que Irán es el futuro) es acompañada, además, por la histérica cacofonía de los ambientalistas que culpan al capitalismo por la destrucción final del medio ambiente y auguran horrores para nuestros hijos.
Ni el crecimiento de Asia, ni la salida de la miseria de centenares de millones seres humanos en China, India y extremo oriente, ni las proezas de la ciencia, ni las maravillas de la imaginación literaria o cinematográfica, nada impide el rearme ideológico de la paleoizquierda proislámica.
Cómo si no hubiera pasado nada, incontaminados, vienen ahora a seducirnos otra vez los Chávez y los Garaudy, de las bondades del “Socialismo del siglo XXI”, nos explican el papel revolucionario del Islam, nos vienen a contar del idealismo de
La revolución asiática, la que demostró ya sin dudas que la única manera de salir del hambre y la pobreza es más capitalismo y no menos, más sociedad y menos Estado, más iniciativa privada y menos planificadores estatales, más trabajo y menos retórica, más cambio cultural y menos culpabilización al otro…en fin, esa revolución silenciosa es nuestra única esperanza.
Las palabras nuestras, las de los pocos que pelean contracorriente no sirven casi de nada, aunque no dejaremos de esgrimirlas. Pero la única fuerza social que hará que los jóvenes revean su antioccidentalismo, su mofa de la democracia y su admiración por los gobiernos fuertes será el crecimiento silencioso de la alternativa asiática. Europa languidece, EEUU ha perdido toda fuerza moral, quizás sea el momento de que Asia lidere el progreso.
Si no, nos esperan Bin Laden y sus cuarenta abladores de clítoris, lapidadores de adúlteras, cortadores de manos ladronas, asesinos de infieles, ofendidos por caricaturas o versos satánicos, censuradores, homofóbicos, antiabortistas, machistas, totalitarios, medievales, nuevos almohades dispuestos a cortar toda flor colorida que luzca demasiado desafiante para sus túnicas negras.
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