Todos sabemos que Dios ha sido creado a imagen y semejanza del Hombre.
De lo peor del Hombre, por añadidura. Sea el Dios Vengador del Antiguo Testamento– al que no le tiembla la mano si hay que ahogar en fuego un ciudad rebelde, o enviar plagas a Egipto; o sea el cínico Dios bondadoso de Nuevo Testamento (que no duda en mandar al Infierno a homosexuales, pero absuelve a genocidas; que no impide que millones de bebes mueran antes de cumplir un año; el que no impide- más bien pareciera promueve: genocidios, holocaustos, sunamis, matanzas étnicas, guerras civiles, torturas, invasiones, violaciones, accidentes en ruta) para no olvidar al Dios fanático del Corán, que condena a morir en la jihad a todo el Infiel que lo niegue.
Todos sabemos, además, que los crédulos necesitan relatos bíblicos que los tranquilicen otorgándoles una luz de esperanza frente al olvido de la muerte: una segunda y absurda oportunidad en un dorado Paraíso insoportablemente poblado, un caos que solo una mente infantil o levemente alucinada –posiblemente por opiáceos- imaginó hace algunos milenios. El Miedo engendra monstruos, como bien lo sabía Goya.
También se sabe que las mentiras originarias sobre las que se basan los grandes relatos fundadores son copias unas de otras: hay al menos diez semidioses (hijos de dioses y humanas vírgenes) que nacieron ¡Oh sorpresa!, un 25 de Diciembre (como lo muestra Francisca Martin-Cano Abreu, en http://es.geocities.com/martincanot/belen.htm)
Siempre hay un Diluvio, una pareja que se salva y en algun momento, un Semidios Hijo de una Vírgen (La madre de todas las mentiras) que baja al mundo para conducirnos a la Salvación.
Este atávico Guión reiterado decenas de veces nos viene quitando el sueño y la vida desde hace miles de años: las guerras de religión , la Inquisición, las Guerras Santas, las Cruzadas serían como extrañas votaciones de Hollywood, unos elementales y violentos Oscares para determinar qué película debe ser vista de aquí a la Eternidad - todos los fines de semana, Sábado o Domingo- para que no se la lleve ningún viento. No solo no nos salva: nos mata. Sesenta mil judíos españoles fueron quemados en la hoguera de la Inquisición, decenas de miles de protestantes en la guerras de religión, miles de mahometanos en las Cruzadas, etcétera. Nos mata, pero igual la queremos. Es tan linda la Religión.
Lo malo es que sus administradores- gente astuta y poderosa- no creen (es imposible suponer que un funcionario de la Curia o un Papa crean realmente que Jesús caminó por el lago sin ahogarse y que resucitó! a los tres días ...) sino que trabajan de creedores.
El Creedor es un actor social del Poder que administra la mentira como verdad “operativa”, es decir : transforma una mera hipótesis fantasiosa en un mandato con fuerza de Ley a fin de imponer un orden social basado en la administración de la esperanza en una segunda oportunidad. Administran el miedo a la Parca.
El Creedor recrea el Relato original, lo adorna, lo hace complejo, lo asocia a características de la cultura local, lo enriquece con subtramas (santos, heroes, pasiones varias) y lo adapta al gusto del consumidor para que arraigue con fuerza de siglos.
Aun hoy hay gente que cree que el mundo se hizo en siete días. Aun hoy, cuando la ciencia – ese dominio intrincado que el Creedor quiere dominar desde Galileo en adelante- descubre todos los días los mecanismos de la vida, desmonta los relatos creacionistas y llega hasta el confín con el Hubble. Y Dios – esa idea- que no le aparece por ninguna parte…
Estos días de diciembre son el momento de esplendor del Creedor: durante algunas horas los crueles gerentes de la represión o los suaves conspiradores de salón elevan una mirada al Cielo y piden perdón, juran enmendarse y se preparan para redoblar sus operaciones no bien los fieles crédulos renueven su pacto anual con la Película Ganadora del Oscar.
Los crédulos recrean los viejos recuerdos de la infancia (el abuelo, el tío, los primos) les caen lagrimones de ternura, juran ser buenos y obedientes y se van de vacaciones.
Esperan, en el fondo de sus corazones que las compras navideñas, los encuentros de fin de año, la fiesta universal que comparten con miles de millones de otros crédulos, les evite – mision imposible- meditar por un instante que la farsa no evitará el suspiro final hacia la nada.
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