sábado, agosto 18, 2012

Utopía y Profecía




La Utopía es una expresión de deseos: “me gustaría un mundo donde no haya ricos ni pobres, en el que todos disfruten de los mismos bienes”, es una Utopía.
En cambio, la Profecía es una afirmación sobre cómo será el futuro, una  presciencia de lo que con seguridad ocurrirá: “ Y el mundo, al fin, será un lugar de igualdad, sin ricos ni pobres, donde todos podrán disfrutar de los mismos bienes”.
La Utopía, ubicada en el lugar del puro deseo, es, por lo tanto inocente: es solo la expresión de un ideal, al cual no se le asigna ninguna probabilidad concreta de cumplimiento.
La Profecía, en cambio, es una “revelación”, un anticipo del futuro. Intenta provocarlo al ser proferida: si usted no entiende como será el futuro trabajará en contra del futuro. Conocer el futuro nos permite arribar a él más fácilmente.
El marxismo tiene un elemento profético y un elemento utópico. Ambos planos se mezclan, a veces en forma intrincada, por lo cual se confunde una simple expresión de deseos con una supuesta capacidad científica de prever el futuro. Es una utopía “científicamente” explicada: mi deseo, es el deseo del Historia. Mi deseo se transforma en un resultado objetivo de la Historia, al margen de mi práctica. La historia profetizada le da cuerpo, entidad, probabilidad cierta a mi utopía.
En el Socialismo Utópico se diseñan planes de un mundo perfecto. El Socialismo Científico intenta demostrar que esos “planes” no son capricho de pensadores bienintencionados, sino necesidades objetivas de la Historia y, por lo tanto, serán coronados por el éxito. Solo resta trabajar para “crear las condiciones subjetivas” que den lugar al despliegue objetivo de la realidad. Es esa tremenda seguridad en el éxito lo que otorga la confianza, el entusiasmo, la alegría al militante socialista. Se sabe acompañado por la Historia y desprecia a los que no entienden el mensaje que descubrió Carlos Marx. La Nueva Sociedad no es un simple catálogo de buenas intenciones, es el futuro, es lo que ocurrirá, tarde o temprano. Para que ocurra tienen que darse ciertas condiciones “objetivas” (el desarrollo del capitalismo, hasta el punto en el que las fuerzas productivas entren en conflicto con las relaciones de producción) y condiciones “subjetivas” (que la clase obrera tenga conciencia de su papel histórico, que deje de ser una “clase en-sí, para ser una “clase para-sí).
El leninismo simplifica las cosas: no son necesarias, en realidad, las “condiciones objetivas”. Rusia está lejos de los niveles de desarrollo capitalista que existen en Inglaterra o Alemania, pero eso no importa demasiado. Lo que falta de “objetividad” se compensa con un exceso de “subjetividad”, de voluntad. De ahí su extraordinario énfasis en el Partido, la expresión orgánica de la subjetividad, del puro deseo incansable de hacer posible la Revolución. La “ciencia del Socialismo” se transforma en la “ciencia de la Revolución”, en un manual de técnica de toma del poder, en el “Qué hacer”. De ahí, la mística de la militancia: contra todas las condiciones objetivas, el militante revolucionario debe tener fe en el éxito, debido a su persistente e incansable actividad. El “militantismo”, el “activismo”, toman el mando. Ya no se discute la “necesidad histórica” del Socialismo ni cómo será- o como debiera ser- el Socialismo, una vez tomado el Poder. El medio ( la toma del Poder para realizar el Socialismo) se transforma en el único fin. Los “técnicos” de la Revolución solo discuten en términos de oportunidades de debilitar al enemigo y de fortalecer “el campo revolucionario”.
De la Utopia de la libertad y la igualdad, se pasa a la profesionalización de la toma del Poder. Los medios (la violencia, la supresión de libertad para los “enemigos”, la muerte como recurso de la Revolución) están  justificados, pierden dimensión moral. Criticar la acción de la Cheka es “humanismo burgués”. “Un buen comunista es un buen chequista” dijo Lenin, para acallar las criticas que entre muchos bolcheviques honestos levantaba el accionar violento, arbitrario, asesino, de la Cheka, el órgano del Poder revolucionario por excelencia, al que más recursos le dedicó el estado soviético.
La utopia se tranforma en acción criminal justificada por el fin de crear una Sociedad libre e igualitaria. El malentendido ya estaba instalado. Cien millones de muertos esperaban.

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