jueves, octubre 17, 2013

Boca de urna

 
Esto sucedió de verdad. O sea, no es una ficción aunque lo parece. Es una síntesis de nuestro país político, no del “país real”. El país real es el que se levanta todas las mañanas para ir al trabajo y que solo tiene una relación ocasional con la “política”. 
La política es el arte de obtener y conservar el poder. Requiere infinitos recursos económicos, personales, dedicación, memoria y capacidad retórica. Cada dos o cuatro años miles de puestos políticos, esos que viven del Presupuesto, se ponen en juego en las elecciones. Es gente que no sabe hacer otra cosa: su vida depende de esas elecciones. Se juegan todo para obtener un cargo de concejal, legislador o intendente. O Presidente.
Es un juego de suma cero. Si entra mi competidor, yo no entro. Cada funcionario político manejará un presupuesto propio que le permitirá no solo obtener su sueldo sino el de varios asesores- usualmente miembros de su familia-. En muchos casos esos “asesores” son hombres de paja, que cobran solo una fracción de su salario y entregan el resto “al Jefe”. Por lo tanto es un juego a todo o nada, donde se define el futuro de un clan familiar.
En una economía, como muchas del interior, absolutamente deprimida, una vía accesible de ascenso es la política. Eso sí, se trata de una carrera larga y tortuosa, llena de traiciones, zancadillas, conspiraciones, amenazas, aprietes, operaciones. Es sucia no solo porque roza lo ilegal, sino porque ensucia todas las relaciones personales que se miden por su utilidad. En la política todos son instrumentos de alguien. Todos forman parte en algún momento del plan de otro. El ascenso político consiste en tener un plan propio y depender cada vez menos del plan de otros. En el interior del país eso se logra siendo Gobernador o, en menor medida, senador nacional. El Gobernador tiene su propio plan y solo depende de los fondos de la nación. Por lo cual debe cultivar buenas relaciones con ministros nacionales. Pero en su feudo es el rey. Nombra, despide, negocia, hace y deshace casi sin control. A diferencia de la nación, en donde aún sobreviven algunas instituciones independientes que pueden limitar o controlar al Presidente, en el interior no hay Auditoría, no hay Justicia independiente, no hay prensa opositora. El único canal y la única radio es, casi siempre, afín al Gobernador. El diario puede o no ser propiedad del jefe - algo muy usual- pero en cualquier caso es casi imposible que sea opositor. Entre otras cosas, por la publicidad oficial que se vuelca a cambio de apoyo o, al menos, crítica de baja intensidad.
En muchas provincias los caudillos duran años. Cuando su período termina, su esposa o algún dependiente se presentan a Gobernador . Arman así estructuras de negocios que solo se garantizan si él o su grupo se suceden en la gobernación.
Manejan a los intendentes, a los legisladores provinciales o municipales. Nombran los jueces, comenzando por el Tribunal Superior de la provincia. Tejen y destejen alianzas con la “oposición”, siempre débil y dependiente. Tienen olor de multitud. Conocen por su nombre a miles de personas, dan favores y reciben ofrendas. Inauguran una escuela o un dispensario y toda la prensa oficial festeja alborozada, con foto en primera página, el gesto del Gobernador.
Preparan con tiempo a algún hijo o sobrino para que los suceda cuando ya sean seniles.
Pero, a veces, sus planes se truncan. Un asesinato oscuro, cometido por los “hijos del poder” o alguna pueblada que incendia edificios públicos muestra que hay algo podrido en Dinamarca. Las noticias llegan a Buenos Aires donde la indisciplinada sociedad civil y la prensa - que se tiene que adaptar a ese mercado exigente-, se indignan. Los periodistas “porteños” aterrizan en la provincia donde comprueban los excesos del Caudillo, o las vinculaciones de algún hijo del poder con tramas de prostitución, droga, asesinatos.
Esto sucedió en la provincia del Norte, de cuyo nombre “no quiero acordarme”.
El viejo Caudillo, desgastado, fue finalmente expulsado por una intervención del gobierno federal. Esto sucedió en los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner. El Presidente nombró un Interventor joven, proveniente de la Justicia, el cual se comprometió a limpiar el escenario provincial y llamar a elecciones libres en poco tiempo.
La investigación del crimen cometido se aceleró y un jefe policial- a cargo de una sección de “inteligencia” de la policía provincial, fue acusado y procesado.
En ese contexto, al fin se llamó a elecciones. El peronismo provincial- hasta ayer un simple sello a las órdenes del Caudillo- se presentó “remozado”, encabezado por un candidato con pocas vinculaciones con el viejo Gobernador aunque con algún oscuro prontuario por corrupción rápidamente olvidado.
Del lado opositor el que era Intendente de la Capital- un radical- se presentaba como la alternativa superadora al feudalismo encarnado por el peronismo provincial. Era tiempo de cambiar, decía.
Pero el candidato oficialista no opinaba lo mismo. Había declarado el día anterior “Los peronistas lo único que sabemos es contar los votos. Vamos a arrasar”
Bien. Era enero. Con 45 grados a la sombra la gente se disponía a votar. Yo fui contratado por una consultora a colaborar en una Boca de Urna que se haría para dar al Interventor información confiable antes que el escrutinio se realizara.
Caminar una sola cuadra era un desafío. Los bares con aire acondicionado eran los oasis que permitían, en varias escalas, llegar a destino. No se puede votar con este calor, pensaba. Nadie puede tener la capacidad mental de pensar correctamente bajo este sol. Ahora entiendo, me decía a modo de broma, lo mal que vota la gente en estas provincias.
Los encuestadores, una especie de aventureros que se atrevían a ir a Campo Quemado o Quitilipi con casi 50 grados, ya estaban distribuidos en decenas de escuelas donde se votaría. Estaba todo preparado para recibir dos partes vía telefónica, uno hacia las 11 de la mañana y otro hacia las 4 de la tarde.
Sonaban los teléfonos y la información se volcaba en una planilla Excel. Para las 12 los resultados eran claros: el radical X le ganaba al peronista Q por unos seis puntos. Milagro! pensé. El caballo del comisario entraba segundo, humillado por el competidor impensado.
Otro consultor, también contratado por la Intervención, obtenía los mismos resultados. Era claro que el oficialismo debería tomar la copa amarga de la derrota, como diría algún viejo periodista.
En eso, llama el “Chueco”.
El Chueco es el gran operador peronista de fondo. Las masas, incluyendo a los periodistas, desconocen su existencia. Si algo hay permanente en el peronismo es el Chueco: operador de Cafiero, de Menem, de Duhalde, de Kirchner, de Cristina. Y próximamente del que sea, Scioli o Massa.
De origen “guardián”, fue jefe político de Manzano, mientras el joven ejercía de Ministro del Interior. Su ideología se limita a una sola cosa: el PJ debe ganar la próxima elección, donde sea y como sea. Él arma las listas de concejales de las ciudades y pueblos, las listas de legisladores provinciales, las listas de legisladores nacionales. Tiene, seguramente, un enorme archivo en el que se apilan centenares o miles de nombres: edad, sexo, ocupación, líneas internas a las que pertenece, negocios, turbios o no, etc. Con esos datos elige, selecciona, desecha, promueve, pone en el freezer o excomulga. Es el poder detrás del poder. Es temido y buscado. Desconozco la fuente de ese poder. Cuidado: el no se mete con la “gestión”. Le interesan bien poco las diferencias entre Menem y Kirchner: el solo se mete en el armado electoral, esa es su misión y el extraño objetivo que se dio para su vida. El anonimato y el poder, todo junto.
Entonces, decía, llamó el Chueco desde Buenos Aires.
Sus órdenes a la consultora son bien claras: “Acá hay empate, se entiende? Si los llaman los periodistas, la única respuesta admisible es que acá hay empate técnico”.
La consultora se anima a contestarle: “Pero esos no son nuestros números, Chueco. Tenemos que gana el radical. Y Roby tiene los mismos números”.
“No importa. Es la orden del Jefe”
La consultora lagrimea indignada. “Mirá yo no voy a atender a los periodistas, es lo único que puedo garantizarte”.
Por lo tanto, se desconectan teléfonos fijos y móviles, y sigue el trabajo. Con el cierre de las cuatro de la tarde el resultado es inapelable: gana el Intendente radical, pierde el candidato oficial.
A las 7 de la tarde vamos a la Residencia del Gobernador. El Interventor está encerrado en su despacho. Todos comentan los resultados de la Boca de Urna, pero se esperan los primeros datos del escrutinio.
En eso reconozco a Juan, un compañero de trabajo cuando éramos asesores del Ministerio de Educación, en épocas de Menem.
- Que haces acá, Juan?
- Soy Ministro de Educación de la Intervención.
- Epa!, te felicito.
- Que hay de los datos?
- Gana el Intendente.
- Me lo imaginaba. Tenes un rato? Te invito a tomar un café.

Llegamos al bar. Pedimos algo fresco.
- Mirá. Esteban. Te cuento: hasta hace unos meses el Gobierno de la Intervención era una máquina perfecta, neutral y objetiva. Sin intención de perjudicar o favorecer a nadie. Pero desde hace tres meses esto es una Unidad Básica. Llegó la orden de Casa Rosada: hay que usar todos los recursos de la Intervención para favorecer al Candidato oficial. Habrá desembolso de dinero, se incrementará la gestión y se lo publicitará en beneficio del Candidato.
- ¿Y por qué aceptó eso el Interventor? Porque según sé es un tipo joven, de buena imagen y que querrá un futuro en la política.
- No lo sé. El asunto que esto se puso irrespirable para mí. No me interesa ser un puntero para juntar votos, sino un Ministro de Educación de una provincia pobre y necesitada de mejorar la Educación y tantas otras cosas. Tengo ganas de rajarme.
Volvimos a casa de Gobierno. Allí no había grandes novedades. El recuento era lento. Pero se perfilaba claramente que el caballo del comisario perdía. El Jefe de gabinete me comenta: a pesar de lo que dicen las bocas de urna, creo que al final habrá un empate. Extraña manera de aprovechar los datos , no de una, sino de dos encuestas que coincidían en anunciar una verdad dolorosa. Hay quienes confían más en su “intuición” que en resultados científicamente rigurosos.
Se decía que el triunfo del Intendente se basó en que el Caudillo retirado dio orden a su gente de votar al opositor, como módica venganza por su desplazamiento.
En eso sale el mismísimo Interventor y grita:
- Acabo de hablar con el Presidente. Me dijo, textualmente. “No tenes que llamarlo para felicitarlo a ese hijo de puta”
Estallan los aplausos, se deja oír la Marcha peronista, se crispan los rostros. El “militante” que hay detrás de esos oportunistas pasa a primer plano, se emocionan y lloran de angustia. Están perdiendo su conchabo, lo saben y ya piensan en cómo sigue la película. Por ahora, cayó la noche y hay que cantar la marchita…
Salí asqueado. Afuera una llovizna maravillosa, un viento hermoso disipaban el bochorno. Ahora se podía respirar. Caminé unas cuadras, hasta que me encuentro con un acto de festejo de los opositores. Me pongo feliz por ellos: esta vez los peronistas demostraron que tampoco saben contar votos.
Tiempo después, poco tiempo después, el país observa el abrazo entre Kirchner y el triunfante nuevo Gobernador, joven promesa radical. Promete- y cumplirá hasta el día de la fecha- respaldar al Gobierno Nacional en todas las grandes políticas, más allá de las diferencias partidarias. Hay que apoyar el Modelo que ha inaugurado el Presidente, y desde esta provincia lo haremos con entusiasmo.
Ya no era más “ese hijo de puta”. Había entendido que le convenía hacerse cargo de la Unidad Básica.

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