Sin mí...
Por Ana Julia Jatar el 24 Oct, 2009
” Sin mí… no podrán vivir jamás", parecen cantarle a sus electores un creciente número de presidentes latinoamericanos. En nefasta alianza con los tribunales supremos de sus países, mandatarios de izquierda y de derecha cambian las constituciones para lograr su reelección por varios periodos, en clara contradicción con los principios democráticos. Ellos no pueden vivir sin el poder, pero tratan de convencernos de que sin ellos en el poder el pueblo no puede vivir. La paradoja que afrontamos es que, precisamente, por tener instituciones democráticas débiles frente al poder presidencial, necesitamos ponerle límite a las reelecciones del presidente, pero por esa misma debilidad nos está resultando muy difícil lograrlo. Por ello es importante pensar en mecanismos de control que vengan impuestos desde afuera por el sistema interamericano para ponerle freno a esta peligrosa tendencia.
Fue muy preocupante ver a un Daniel Ortega sumarse a esta lista. Más patético aún fue comprobar la complicidad del Tribunal Supremo de ese país con su “jefe". Ese “alto” tribunal que cambia la Constitución para satisfacer al autócrata, ha mostrado tener oídos sordos para todo lo que lo acuse, incluidas las fundadas y desgarradoras acusaciones de su hijastra Zoilamérica Narváez por abuso sexual.
En otras latitudes ideológicas, el presidente Álvaro Uribe, contagiado de la misma enfermedad de eternizarse en el poder, le confesó al periódico Financial Times que se encuentra en una “encrucijada espiritual", pues duda entre aspirar a la reelección debido a su alta popularidad o poner en peligro “su obra". Ya lo dice la historia, el culto a la personalidad del líder es un peligroso enemigo de la libertad.
Por ello la democracia tiene un problema grave con estos personajes: las constituciones deben garantizarle al país que la institución presidencial permanezca por encima del individuo que la ocupa. América Latina está pasando por una crisis que bien vale la pena, insisto, se discuta en el contexto de la Carta Democrática.
También la semana pasada Chávez, que ya lleva años en eso de alimentar el culto a su persona y que ya es potencialmente presidente vitalicio de Venezuela, nos anuncia que se reserva para la Presidencia, el 2,1% del Presupuesto Nacional, es decir, 3,3 millardos de bolívares. Y es que tiene a los poderes tan genuflexos que ya no le importa dejar sus abusos impresos. Mientras nos prohíbe cantar en la ducha me pregunto cuántos venezolanos la tienen para ahorrar agua, en 2010 Chávez gastará en su “oficinita” 1 millardo más que todos los recursos combinados de las misiones Barrio Adentro, Robinson, Sucre y Madres del Barrio. ¿Quién paga esos gastos del héroe de la revolución? Nosotros. No sólo se acabaron las misiones Guaicaipuro, Árbol, Milagro, Hábitat y Ciencia, sino que también tendrán menos recursos los ministerios de Educación y Educación Superior, Trabajo y Seguridad Social y Alimentación.
Así es, la reelección indefinida, el culto a la personalidad y el abuso de poder van juntos. Venezuela es un reciente y triste ejemplo de ello. El objetivo central del límite a la reelección es la reafirmación del valor intrínseco de la democracia. Es decir, que si bien el voto individual es clave para la supervivencia de las instituciones, ningún individuo, por más popular que sea, puede estar por encima de la institución que representa. Los venezolanos estamos padeciendo lo que le espera al resto de América Latina si esta tendencia no se revierte. La OEA tiene la oportunidad de dar un ejemplo por primera vez en mucho tiempo.
¿Por qué no incluir en la Carta Democrática una declaración en contra de la reelección por más de dos períodos, principio que se ha ido convirtiendo en norma para los sistemas presidencialistas?
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