sábado, octubre 10, 2009

Desde Cuba (ahora que el Estado no quiere más comedores populares)


La paradoja de Papaíto.
Miguel Iturria Savón.
Sábado, 10 de Octubre de 2009

La semana pasada, en un recorrido inusual por Santiago de Cuba, el Comandante Ramiro Valdés Menéndez, Ministro de Comunicaciones y Vicepresidente del Consejo de Estado, exhortó a los cubanos a no depender de “Papá Estado” como los pajaritos que abren el pico para recibir la comida. En un desborde de locuacidad el burócrata uniformado habló de trabajo, disciplina e iniciativas individuales para resolver los problemas del país.

Como el señor Valdés no se caracteriza por sus intervenciones públicas, sino por sus decisiones militares –fue Jefe de la Seguridad del Estado y Ministro del interior-, los santiagueros pensaron que era un chiste; mientras en La Habana la gente que lo escuchó interpretó su mensaje como una ironía. Tal vez tengan razón pues si alguien en Cuba apretó los anclajes de la dependencia ciudadana ese fue Don Ramiro, cuyo nombre y trayectoria personales asustan más que una legión de fantasmas en noche sin luna.

Al parecer, el dirigente deja entrever que “Papá Estado” pretende deshacerse de los deberes y obligaciones que genera su Patria Potestad, impuesta de forma obligatoria al pueblo cubano durante el largo proceso que aún llaman Revolución.

¿Será que nuestra élite ha perdido la memoria? ¿Acaso medio siglo sin soltar el mando les nubla la razón? No ceden a los derechos autoritarios que genera esta suigéneris relación paterno filial pero, paradójicamente, quieren abandonar las obligaciones forjadas por la misma.

Aunque no debemos hacerles mucho caso a los discursos, los rituales y a los disfraces del poder, es evidente que los sempiternos comandantes tienen problemas con el rebaño, menos díscolo y más simulador que la generación de los años sesenta, cuando nuestros padres y abuelos cedían sus derechos y aceptaban órdenes y sacrificios de todo tipo.

Como el hábito hace al monje, el líder histórico y sus fieles seguidores, Ramiro con la carabina al hombro, se acostumbraron a diseñar un sistema de dependencia ciudadana a imagen y semejanza de la desaparecida Unión Soviética, de la cual procedían los recursos que “Papaíto Estado” despilfarraba; mientras desmantelaba la industria azucarera, la ganadería, el comercio y otros rublos que convertían a las personas en clientes de la gran finca gubernamental.

Si el Estado normativo devino en el único propietario, único empleador y hasta en el único pedagogo y mecenas de la cultura y de los medios masivos de comunicación, es lógico que cumpla aún con sus numerosas obligaciones y les asegure la papita al pueblo sometido a vasallaje.

Si “Papá Estado” ya no puede asumir tanta carga sobre los hombros envejecidos de los mandatarios, entonces tendrá que permitir que los hijos y los nietos asuman su propio destino. Pero eso no se resuelve con viejas consignas ni chistes baratos, sino con un menú de libertades que desate la dependencia y estimule la creación de riquezas. Solo así los polluelos dejaran de esperar por los padres.

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