En El pozo y el péndulo, Poe nos hace sentir la angustia del protagonista, que no sabe si morirá cayendo en el pozo lleno de ratas o cortado en dos por efecto del péndulo-guillotina que baja centímetro a centímetro, segundo a segundo, lento e inexorable.
La solución es que aparece El Séptimo de Caballería y salva al prisionero de la Inquisición.
Este Deus ex machina resuelve el caso personal, pero también el caso político: lo que nos quiere contar Poe es cómo terminó la Inquisición, aplastada por la Libertad- en este caso bajo la expeditiva forma francesa (sin las lentas deliberaciones inglesas) – en el acto de destruir el viejo orden absolutista. Uno aplaude porque el protagonista se salva, pero más aún porque algo NOS salvó hace un par de siglos de ese oprobio. Uno agradece al progreso, a la libertad en manos de un ejército triunfante que aniquila los restos de la Edad Media. Suspira junto al protagonista y se felicita de vivir en un mundo más razonable, sin Inquisiciones.
Esas ilusiones libertarias de mediados del siglo XIX, que Poe expresaba tan admirablemente, fueron como se sabe duramente desmentidas durante el siglo XX, que se vanaglorió de la vuelta al espíritu espartano, abominando del ateniense. Bajo la forma Fascia, Nazi o Comunista, la Inquisición regresó, gloriosa. La vieja y reaccionaria receta antiliberal instaurada durante siglos hizo su reaparición a toda orquesta en las primeras décadas del siglo XX y su estela de sangre aun nos conmueve.
Observamos con qué indiferencia el mundo - en especial el latinoamericano- presencia como la Inquisición reaparece bajo la forma de Populismo Autoritario. Su desprecio por la República, la confusión entre “poder del voto” y “poder absoluto”, la obstinada acción de erosión (a las libertades, a las instituciones, a los individuos libres, a los medios) y su pose de “ogro filantrópico” configuran una nueva subespecie del viejo y siempre renovado Absolutismo Estatal. Desde el Faraon hasta Jamenei o Chávez, el Estado absoluto – mercantilista, socialista o integrista - apunta a la cabeza de la libertad: la posibilidad de informar, difundir e intercambiar ideas. Por izquierda o por derecha, entre el pozo y el péndulo, esperamos que las tropas libertarias nos salven de tanto oprobio. No las hay. No hay afuera un ejército napoleónico listo para demoler la cárcel de la Inquisición.
Nadie nos salva: solo nuestra resistencia, nuestra inteligencia, la capacidad de ampliar vínculos, de comunicarnos, de avisar cada tropelía, cada iniciativa de este nuevo-viejo proyecto disciplinador. Por eso: Internet, blogs, Facebook, Twitter, emails, foros. Basta de aislacionismo: hoy se es más individualista en la medida que más individuos libres sea uno capaz de atraer, de interesar y de convocar a la acción.
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