A medio siglo de la muerte del Padre de los Pueblos, José Stalin, hay quien aun desconoce la enormidad de sus crímenes. Y hay quien minimiza esa enormidad. Y hay quien justifica esa enormidad.
No bastó la denuncia del Kruschev, en 1956, ni el Archipelago GULAG de Solzhenitsyin, ni los innumerables testimonios, cifras y datos que a la caída de la URSS salieron a la luz.
La acción sistemática de los intelectuales occidentales, liderados por Sartre, negando, minimizando, relativizando y, en definitiva, ocultando los crímenes del comunismo; la obscena idea de que el que denuncia los crímenes comunistas es un pro fascista, que algo del Holocausto Nazi se desdibuja si emerge con claridad el Holocausto Bolchevique; la idea de de que detrás esas denuncias está el Imperialismo y su CIA; en fin, la ingenuidad de los bienpensantes y el desprestigio en que ha caído “el anticomunismo”, como causa perdida para los medios de comunicación, ha hecho que el pecado del olvido se haya instalado para siempre: esos cadáveres nunca serán reconocidos por la “conciencia” de la Humanidad.
“ Una fosa, una fosa común de presos, una fosa de piedra, abarrotada de cadáveres intactos de 1938, se deslizaba por la ladera, poniendo al descubierto el secreto de Kolymá” (…) “ La pala recogía los cadáveres congelados, miles de cadáveres esqueléticos. Ninguna de sus partes se habían descompuesto: las manos crispadas, los dedos de los pies reducidos a muñones purulentos a causa de la congelación, la reseca piel surcada de arañazos ensangrentados, los ojos inflamados por el hambre…(…)
Si yo olvido, la hierba olvidará. Pero el hielo y la piedra no olvidarán”(Varlam Shalanov, citado por Martin Amis en Koba el temible )
Será que mis abuelos eran judíos rusos, pero esas imágenes me estremecen, como si en una Patria lejana que de algún modo es mía, sucediera el Infierno. Aun hoy, en Zitomir, donde vivió mi abuelo Yashe, se han encontrado fosas con decenas de miles de cadáveres anónimos.
No hay museos, ni monumentos que los recuerden, ni condenas a sus asesinos. Algunos de éstos viven hoy, observando como la Historia los recompensa con el olvido, la desmemoria, la indiferencia. Otras urgencias, otras prioridades, otros muertos reclaman la atención del mundo. Estos son muertos demodé, incómodos, inexplicables, sin familiares que cultiven su memoria, sin organizaciones que los recuerden, exhiban sus vidas y relaten sus muertes.
Quiero hoy, solitariamente, gritar por esos 20 o 40 millones (la cifra final se desconoce) de rusos asesinados por hambre, frío, fusilamiento, golpizas, horca, torturados, rapados, humillados, interrogados, violados, atados, marchando a pie, o en trenes infinitos, o en barco, muriendo de hambre y de frio y de terror, sin esperanzas. Una tragedia infinita yace en el olvido, infinito.
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