Evita es la única palabra prohibida del vocabulario argentino. Solo puede ser pronunciada poniendo los ojos en blanco, en actitud mística y reverencial, como quien menciona a la mismísima Virgen o a la Madre Tierra.
Es imposible dedicarle a Evita una simple mirada humana: se exige arrodillarse ante su altar antes de osar nombrarla.
Evita es, además, el Santo Grial de la Tendencia Revolucionaria del Peronismo, el ala digamos "castrista" del Movimiento. Ellos gustaban de la fotografía en la que se la ve a Eva Duarte con el pelo suelto y con una chaqueta rústica. El pueblo peronista, en cambio, ama la imagen de Eva-Diosa, vestida por Dior y enjoyada por Richiardi, entrando al Colón.
Biolcati osó nombrarla. No para atacarla, por supuesto, sino para señalar el intento de revivirla de alguna manera en carne de la actriz que la representa en escena, Nacha Guevara. Si pudieran, apelarían a Alfredo Alcón, disfrazado de San Martín, presentándolo como Concejal de La Matanza.
Lo grave fueron las indignadas repercusiones de los dichos de Biolcati, la apelación a Eva como Jefa Espiritual de la Nación de facto, como si necesitáramos Jefas Espirituales en 2010.
No voy a a analizar a Eva Perón , ahora. Creo que vale la pena, más bien, analizar su Culto cuasireligioso, el anatema que cae sobre los que simplemente la nombran y la excomunión que me cabrá ahora a mi por atreverme a nombraLa sin arrodillarme previamente.
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