Un seguidor del Blog, me envía el siguiente texto sobre el uso del DDT para combatir el Dengue
por Juan Pablo Scapini
Profesor Microbiología de la Facultad de Medicina del Instituto Universitario Italiano de Rosario (IUNIR)
“Lo que es natural es el microbio.
Lo demás, la salud, la integridad, la pureza, si usted quiere, son un
resultado de la voluntad, de una voluntad que no debe detenerse nunca.”
La Peste. Albert Camus,
Los procesos de expansión colonial del siglo XIX, fueron acompañados de importantes procesos migratorios, aumento de las comunicaciones, cambios en los hábitos de vida de los colonizados y drásticas modificaciones en los ecosistemas por la explotación de los recursos naturales. Estas situaciones confluyeron para que el área mundial infestada por mosquitos de los Géneros Aedes y Anopheles, alcanzara su apogeo. Además de las zonas tropicales, la cuenca del Mediterráneo, el Sur de Estados Unidos y gran parte de Sudamérica, incluido nuestro país, eran azotadas por la fiebre amarilla, la malaria o paludismo y en menor medida el dengue; enfermedades que necesitan de los mosquitos citados para su diseminación
Recordemos que en 1871, se desató en Buenos Aires la última epidemia de fiebre amarilla.
Hacia 1870, la Ciudad de Buenos Aires, amén de sus aspiraciones europeizantes, distaba mucho de ser una ciudad moderna en términos sanitarios; no contaba con agua corriente, cloacas, sistemas eficaces de drenaje ni recolección organizada de residuos. Los mosquitos se adueñaban de los populosos barrios, y sólo faltaba un virus para desatar la tragedia. Fueron los veteranos llegados del Paraguay quienes transportaron el virus, primero a Corrientes y luego a la Capital. La enfermedad se ensañó al principio con las zonas más pobres (y con mayor densidad poblacional), causando estragos entre negros e inmigrantes, que fueron cercados por el ejército para evitar su desplazamiento. Se estima que la tercera parte de la población, huyó de la ciudad, y entre un 8 al 10% del total falleció.
Curiosamente, tal como ha ocurrido en el Chaco, en esa ocasión la Comisión Municipal, presidida por Narciso Martínez de Hoz, desoyó al principio las advertencias de los doctores Tamini, Larrosa y Montes de Oca sobre la presencia de un brote epidémico, y no dio a publicidad los casos. La polémica creció y llegó a los diarios pero para entonces ya era tarde.
Una vez pasada la epidemia se ejecutaron las obras de cloacas, aguas corrientes y desagües que ya estaban proyectadas, pero sin ejecutar en 1868.
Las obras de saneamiento como las referidas, asestaron el primer golpe contra estas enfermedades, al empujar a los mosquitos vectores fuera de las ciudades y países con infraestructura sanitaria adecuada.
El siguiente hito en la lucha contra estas enfermedades tropicales transmitidas por mosquitos, llegó de la mano del suizo Paul Müller en 1940. El diclorodifeniltricloroetano (DDT) fue sintetizado en 1877, pero fue Müller quien descubrió que rociado en las ropas y paredes, podía matar vectores de enfermedades, como piojos, pulgas, garrapatas, moscas y mosquitos por un período de 6 meses sin causar toxicidad en humanos. La acción del DDT como insecticida se basa en tres principios, es repelente, irritante y tóxico para los insectos susceptibles. Durante la segunda Guerra Mundial, se inició su uso generalizado y se estima que durante los poco más de veinte años en que se utilizó profusamente, salvó, sólo del paludismo, a más de 500 millones de personas. Como ejemplo, podemos citar el caso de la India donde en 1952 se produjeron 75 millones de nuevos casos de paludismo, que se redujeron a sólo 100 mil nuevos casos en 1964 luego de la introducción del DDT.
Su utilización permitió además, salvar cosechas que eran consumidas por los insectos, especialmente orugas y langostas, salvando de la desnutrición o inanición a millones en los países más pobres. En 1948 Müller recibió el Premio Nobel en Medicina y Fisiología por su descubrimiento.
Hacia 1970, en nuestro continente, y merced a la utilización del DDT, el Aedes aegypti (vector de los Virus del Dengue y la Fiebre Amarilla) se encontraba confinado en pequeñas zonas de América Central y los casos de Dengue eran anecdóticos.
En 1962, el libro La Primavera Silenciosa de Rachel Carson, argumenta erroneamente, que los pesticidas, en especial el DDT, constituyen un serio peligro para la salud humana y el ecosistema, haciendo hincapié en dos alegatos: el DDT es carcinógeno y afecta el ecosistema, especialmente a las aves. Este libro dio el puntapié al surgimiento de los grupos ecologistas.
Las dos afirmaciones precedentes se basaron en trabajos científicos con errores de procedimiento que fueron refutados por múltiples publicaciones posteriores y que están al alcance del lector inquieto.
Los pesticidas artificiales a los que normalmente estamos expuestos, son insignificantes con respecto a los pesticidas naturales que producen las plantas para librarse de insectos, la papa por ejemplo produce pesticidas liposolubles neurotóxicos que pueden encontrarse en la sangre de sus consumidores. Se estima que el 99.99% de los pesticidas que ingerimos, son naturales ¡y en una dosis diaria de 1500 miligramos!
La acumulación en grasa del DDT no es mayor a las de otros compuestos clorados naturales y no se han encontrado evidencias epidemiológicas de que las concentraciones halladas aumenten la frecuencia de cáncer.
En los años que precedieron a la prohibición del DDT, La Academia Nacional de Ciencias de EE.UU., La Asociación Médica Americana, la ONU, e incluso fallos judiciales defendieron y avalaron su utilización. En 1978 el Instituto Nacional del Cáncer, concluyó después de dos años de ensayos sobre animales, que el DDT no es cancerígeno. También fue inequívocamente rechazado su rol en la génesis del cáncer de mama.
A pesar de la evidencia científica, la presión del público y de los grupos ecologistas llevó a la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de EE.UU en 1972, a declarar que el DDT era un “potencial carcinógeno humano” y a prohibir prácticamente todos sus usos.
El éxito de los ecologistas norteamericanos, que derivó incluso a un acuerdo internacional para la eliminación gradual del DDT, se transformó con el transcurso de los años en una catástrofe sanitaria especialmente para los países más pobres. En Sri Lanka, la prohibición del uso del pesticida en 1964, hizo que de 17 casos de malaria en 1963 se llegara a 2.5 millones en 1969. La eliminación del uso de DDT en Sudáfrica en 1996 causó un aumento del 100% de nuevos casos en cuatro años, por lo cual se debió reintroducir, bajando la incidencia en un 80% tras un año de uso. En nuestro continente, luego de lograr prácticamente la erradicación en la década del 60, la infestación actual con Aedes es similar a la de comienzos del siglo XX.
En el año 2006, luego de comprobar el fracaso de todas las estrategias de erradicación de mosquitos alternativas al DDT, la Organización Mundial de la Salud, recomendó nuevamente su utilización en zonas endémicas, mediante el rociado en el interior de las viviendas.
La situación en nuestro país es grave. La infraestructura sanitaria y la provisión de agua potable son deficientes, los basurales se multiplican en las grandes y pequeñas ciudades. Las recomendaciones de las autoridades de drenar macetas y floreros hogareños, suenan ingenuas o ridículas frente al número y magnitud de charcos, zanjas, desbordes cloacales y neumáticos acumulados en basurales y baldíos.
El caso de Charata en el Chaco es paradigmático, allí se conjuga la inacción oficial frente al desastre y la incapacidad del estado de brindar agua potable en el siglo XXI. El desastre se produce paradojalmente en un momento de sequía donde no se dan las condiciones ideales para la proliferación del mosquito, sin embargo éste encontró un hábitat adecuado en las aljibes y cisternas de cada casa donde nuestros sufridos compatriotas deben almacenar el agua de lluvia para su consumo.
Existen soluciones, no debemos resignarnos a las afirmaciones de quienes declaran que el Dengue llegó para quedarse. Las acciones a encarar, a nuestro entender, son claras e ineludibles pero por ignorancia u omisión, no se han escuchado desde los ámbitos de decisión.
- Establecer como prioridad de Estado la provisión universal a la población de agua potable y cloacas. Está comprobado que el desarrollo de redes de agua potable brinda la mejor relación costo/beneficio como inversión en salud. Nuestros dirigentes deberán entender que las obras más importantes a inaugurar son aquellas que quedan bajo tierra y que el pavimento es la terminación de dichas obras y no el inicio.
- Eliminación de zanjas y charcas. Tareas de limpieza y saneamiento, constante para eliminar los basurales que crecen en todos los barrios con la consecuente acumulación de agua y proliferación de mosquitos.
- Fumigación con DDT y campañas de esclarecimiento para desterrar del imaginario colectivo, que se trata de un compuesto letal para el hombre.
Aunque muchos aún no lo vean, un virus encaramado en un pequeño mosquito, ha puesto en una encrucijada a nuestros dirigentes y compromete la vida de muchos argentinos. ¿Serán capaces de hacer frente a alguno de los problemas estructurales del país?, o se cumplirá la sombría profecía del Dr. René Favaloro: “Un pueblo sin educación, sin agua, sin luz, es definitivamente un pueblo sin salud y sin futuro”
2 comentarios:
“Un pueblo sin educación, sin agua, sin luz, es definitivamente un pueblo sin salud y sin futuro” --> ahi es donde esta la solución y no en el DDT
Pero,¿ por qué NO al DDT? NO entiendo. ¿Es obsecación?¿NO alcanza con que la OMS levantó la prohibición? ¿Que oculto diablo se oculta en el DDT?
Por favor: racionalidad, no eco-fanatismo
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