¿Por qué será que Paris o Londres o Roma atraen a tantos turistas? No será por la moderna Torre de Montparnasse o por las nuevas construcciones a orillas del Támesis. La gente va a buscar un “estilo” urbano, asentado en siglos. Va a buscar armonía, belleza del conjunto, un clima que las modernas ciudades no tienen. Pasear por las callecitas de Paris se parece mucho
a la felicidad.
La arquitectura moderna, sea la vulgar del ingeniero civil o la culta de Le Corbusier jamás podrá lograr ese efecto. Veamos.
Le Corbusier proponía tirar abajo el viejo Paris. Odiaba la Riviere Gauche, tanto como Les Champs Elysees. Se proponía tirar lo viejo por la ventana e inaugurar la ciudad “moderna”: un amasijo de rascacielos y monobloks, monótonos y poco armónicos.
Brasilia, otro ejemplo de racionalismo constructivista destruye la noción misma de paseo, de dar la vuelta al perro y charlar con los vecinos. En Brasilia todo es monumental, lejano, rodeado de hectáreas de parques vacíos: Catedral, edificios públicos, todos respondiendo a una misma cabeza, sin que el tiempo haya dado un sentido a cada rincón. Todo hecho en un año y por una misma cabeza: un fracaso humano.
Las ciudades se van macerando en tiempo. No nacen en un año, sino en siglos. Lo que expresan Paris o Londres o Viena es una ley común, una norma aceptada por todos sus habitantes: eso es lo que garantiza su armonía. No es la “libertad” de un arquitecto “moderno” sumada a la de otros lo que da encanto a una ciudad, sino que la ciudad es el producto de una norma implícita, una ley no escrita, que admite variaciones individuales pero odia salirse de la horma. Esa herencia renovada, ese respeto a la ley antigua es lo que hace acogedoras esas viejas ciudades europeas o los pueblos pireinaicos o las aldeas suizas. No es la uniformidad del monoblock sino la coincidencia en la misma “ley” estética , de convivencia humana. No es uniformidad sino conformidad con la norma.
La arquitectura moderna es hija de la idea del racionalismo constructivista, heredero del Iluminismo: todo lo viejo es malo, la razón puede reemplazar el trabajo espontáneo de los siglos, una mente brillante puede diseñar una ciudad. La sociedad no es producto de un Plan- las experiencia socialistas imaginaron ese despropósito y así les fue-. La sociedad es producto de normas, costumbres, hábitos . Planificar una ciudad es tan absurdo como planificar una sociedad: la “razón” pretende reemplazar las normas consuetudinarias…y fracasa. La razón de un Líder pretende ser mas sabia que la de todo un pueblo. Se creen pequeños dioses, que pueden reemplazar el trabajo de generaciones a golpes de razón.
La arquitectura moderna es el reflejo de la concepción de los ingenieros sociales que desde el siglo XVIII quisieron tirar lo viejo y construir, de la nada, lo nuevo. En nombre de la lucha por la libertad, despojaron a ésta de su sustento ético.
No hay libertad sin imperio de la ley. Nadie puede pretender un poder ilimitado para “rehacer” el mundo. Nadie pude pretender un poder ilimitado para reconstruir Paris desde las ruinas o para crear de la nada un monstruo como Brasilia.
La arquitectura moderna, sea la vulgar del ingeniero civil o la culta de Le Corbusier jamás podrá lograr ese efecto. Veamos.
Le Corbusier proponía tirar abajo el viejo Paris. Odiaba la Riviere Gauche, tanto como Les Champs Elysees. Se proponía tirar lo viejo por la ventana e inaugurar la ciudad “moderna”: un amasijo de rascacielos y monobloks, monótonos y poco armónicos.
Brasilia, otro ejemplo de racionalismo constructivista destruye la noción misma de paseo, de dar la vuelta al perro y charlar con los vecinos. En Brasilia todo es monumental, lejano, rodeado de hectáreas de parques vacíos: Catedral, edificios públicos, todos respondiendo a una misma cabeza, sin que el tiempo haya dado un sentido a cada rincón. Todo hecho en un año y por una misma cabeza: un fracaso humano.
Las ciudades se van macerando en tiempo. No nacen en un año, sino en siglos. Lo que expresan Paris o Londres o Viena es una ley común, una norma aceptada por todos sus habitantes: eso es lo que garantiza su armonía. No es la “libertad” de un arquitecto “moderno” sumada a la de otros lo que da encanto a una ciudad, sino que la ciudad es el producto de una norma implícita, una ley no escrita, que admite variaciones individuales pero odia salirse de la horma. Esa herencia renovada, ese respeto a la ley antigua es lo que hace acogedoras esas viejas ciudades europeas o los pueblos pireinaicos o las aldeas suizas. No es la uniformidad del monoblock sino la coincidencia en la misma “ley” estética , de convivencia humana. No es uniformidad sino conformidad con la norma.
La arquitectura moderna es hija de la idea del racionalismo constructivista, heredero del Iluminismo: todo lo viejo es malo, la razón puede reemplazar el trabajo espontáneo de los siglos, una mente brillante puede diseñar una ciudad. La sociedad no es producto de un Plan- las experiencia socialistas imaginaron ese despropósito y así les fue-. La sociedad es producto de normas, costumbres, hábitos . Planificar una ciudad es tan absurdo como planificar una sociedad: la “razón” pretende reemplazar las normas consuetudinarias…y fracasa. La razón de un Líder pretende ser mas sabia que la de todo un pueblo. Se creen pequeños dioses, que pueden reemplazar el trabajo de generaciones a golpes de razón.
La arquitectura moderna es el reflejo de la concepción de los ingenieros sociales que desde el siglo XVIII quisieron tirar lo viejo y construir, de la nada, lo nuevo. En nombre de la lucha por la libertad, despojaron a ésta de su sustento ético.
No hay libertad sin imperio de la ley. Nadie puede pretender un poder ilimitado para “rehacer” el mundo. Nadie pude pretender un poder ilimitado para reconstruir Paris desde las ruinas o para crear de la nada un monstruo como Brasilia.
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